Por José Bellido Nina, del Círculo Blas de Ostolaza (Perú) para PERIÓDICO LA ESPERANZA.
A
casi seis meses del gobierno socialista marxista, leninista y
mariateguista, Pedro Castillo enfrentó un pedido frustrado de vacancia
presidencial, interrumpió dos allanamientos fiscales en el Palacio de
Gobierno, y fue beneficiado por la Fiscal de la Nación, Zoraida Ávalos,
quien suspendió una investigación en su contra por un ardid hermenéutico
de la Constitución Política peruana. A esta apología se aunaron los
congresistas oficialistas de Perú Libre y furibundos políticos,
trabajadores y aliados del gobierno para entorpecer las investigaciones
por supuestos actos de corrupción del presidente de la República.
En
esa defensa, el unísono politiquero también exclama la
institucionalidad, la democracia o la gobernabilidad para denostar el
trabajo del procurador general del Estado, de la Contraloría General de
la República y los fiscales anticorrupción. Los vástagos del régimen se
escudan en la procedencia rural de Castillo, colaboran con la
instrumentalización marxista del Estado y rechazan el bien común.
Recordemos
que el fin social es el criterio para juzgar las acciones del poder
político, y la ley penal es el instrumento para tutelar los bienes
jurídicos comunes; es decir, la autoridad se ordena al bien común y no
al revés. Esta es la razón por la que los funcionarios o servidores
públicos pueden ser juzgados por delitos contra la administración
pública, especialmente contra el erario público, pues ambos bienes
jurídicos son importantes para la sociedad y están en función de los
bienes humanos básicos como la educación, la seguridad social, el
transporte o la infraestructura pública.
En
efecto, la función social del presupuesto nacional es frustrada por
delitos como peculado, colusión, cohecho o tráfico de influencias, que
ocasionaron pérdidas por más de 23 mil millones de soles (5 mil millones
de dólares aprox.), según un informe del contralor general de la
República, Nelson Shack. Presuntamente tales delitos fueron cometidos
por el mandatario en casos tan sonados como Petroperú, en sus reuniones
en la «casa de Sarratea» o los 20 mil dólares escondidos en el baño de
su secretario presidencial. Pero será una investigación fiscal y el juez
competente quienes determinen estas injusticias sociales de cara a la
verdad.
Recordemos
que Castillo y su partido político Perú Libre nacieron en la ideología
de la lucha de clases, renegando de la hispanidad, de los principios
religiosos y morales católicos, y del mestizaje, que definen la
identidad cultural de los peruanos. Estos hechos comunitarios se oponen
constantemente al neoindigenismo marxistoide, porque aquellos junto a la
vivencia de los bienes sociales como la justicia, la solidaridad y la
amistad son contrarios a la dicotomía conflictiva del
capitalista-proletario, español-indio, rico-pobre, ciudadano-poblador y
del resentimiento irracional y acomplejado del mandatario. Y es que la
corrupción política tiene como presupuesto la corrupción filosófica y
moral; es decir, el marxismo como negación de la verdad y del bien
humano, y de la naturaleza inmanente y trascendente del hombre para
redefinirlo desde el materialismo, el historicismo y la violencia.
Asimismo,
el régimen castillista ha incorporado aliados marxistas en cargos
gubernamentales. Por un lado, el Ministerio de Trabajo y Promoción del
Empleo reconoció a la Federación Nacional de Trabajadores de la
Educación (Fenate), vinculado al Movimiento por la Amnistía y Derechos
Fundamentales (Movadef), identificado como el brazo político del Partido
Comunista del Perú – Sendero Luminoso (PCP-SL) del terrorista
marxista-leninista-maoísta Abimael Guzmán, «camarada Gonzalo». Al
parecer, esta federación desea ocupar plazas docentes y reformular el
currículo escolar conforme a sus intereses ideológicos. No es pues
propósito de este gobierno mejorar el perfil intelectual, moral y
académico de los profesores escolares, sino copar cargos públicos con un
único fin: ideológico. Por otro lado, este objetivo fue complacido por
el Ministerio del Interior cuando nombró a 21 prefectos regionales, cuya
mayoría está vinculada al Fenate, según informaron los medios locales,
para honrar las «cuotas de poder» prometidas.
Poco
a poco, el Estado peruano se sujeta a fines ideológicos antes que
tutelar, promover y garantizar bienes comunes como la vida social, el
orden público, la paz comunitaria, la seguridad vecinal y la integrar
familiar, amenazadas y vulneradas por la delincuencia en aumento en toda
la nación. Más aún, cuando distintas protestas con intereses ávidos y
ambiguos bloquean carreteras, incendian campamentos mineros y secuestran
a sus trabajadores, desconociendo la libertad y la propiedad privada,
ante un ministerio del Interior con escasa o nula respuesta.
En
ciernes, el gobierno socialista de Castillo enfrenta serias
investigaciones por corrupción política y moral. Diligencias que ocupan a
las instituciones fiscales y jurisdiccionales nacionales contra la
impunidad, aunque la opinión pública ha desaprobado la conducta del
presidente del «pueblo»; si acaso por «pueblo» se entiende a todos los
peruanos y sus bienes comunes o solo los intereses ideológicos de
quienes militan y refrendan el discurso político marxista del presidente
y de Perú Libre.
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