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lunes, 24 de enero de 2022

SERMÓN DEL 3.º DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA, POR EL PADRE PÍO VÁZQUEZ

Con ocasión del 3.º Domingo después de la Epifanía, el Padre Pío Vázquez ofreció este sermón, exponiendo respecto de la Fe, la Caridad y la Humildad en la oración, como vemos en la curación del leproso y del siervo del centurión, que se relata en el Evangelio de este día.
  
  
Queridos Fieles:
   
El día de hoy nos hallamos en el Tercer Domingo después de Epifanía y la Santa Madre Iglesia nos propone en el Evangelio dos milagros realizados por Dios Nuestro Señor Jesucristo, a saber, la curación del leproso y del siervo del centurión. 
    
De uno y otro podemos extraer para nosotros algunas enseñanzas relativas a la oración. Veamos cuáles.
    
El Leproso
En efecto, leemos en el Evangelio que, habiendo bajado Nuestro Señor del monte —donde pronunció su famoso Sermón de la Montaña—, se le acercó un leproso para pedirle la curación de su enfermedad.
    
La forma en que le pidió dicha curación es digna de que la analicemos y meditemos; efectivamente, el Evangelio nos dice que “se prosternó ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Petición breve, pero llena de Fe y humildad
    
De Fe, porque él cree plenamente que Nuestro Señor puede curarlo de su lepra y se lo manifiesta en sus palabras; no le dice: “si te es posible” o “si puedes”, sino “si quieres”, como diciendo: “todo está en tus manos, basta que tú quieras, para que puedas curarme”. De humildad, porque no le exige la curación ni se la demanda como algo que deba darle, sino que con sencillez se somete en todo a su voluntad, diciéndole: “si quieres”, que es como si dijera: “si te place”, “si es de tu agrado”.
    
Y además del ejemplo de Fe y humildad, tenemos aquí otra enseñanza, a saber: cómo hemos de pedir los bienes de orden temporal. En efecto, el leproso lo que pedía y buscaba de Nuestro Señor era su curación, esto es, la salud corporal, que, en última instancia, es un bien de orden temporal.
    
Ahora bien, nosotros también siempre que pidamos cosas de orden temporal —sea salud, trabajo, mejores ingresos, casa, carro, etc., etc.—, las hemos de pedir de la misma manera, sometiendo nuestra petición totalmente a la divina Voluntad, ya que Dios sabe mejor que nosotros qué es lo que nos conviene o no. Pues muchas veces las cosas temporales, no por ellas mismas sino por el mal uso que les damos, obstaculizan nuestra eterna salvación. Y Dios —como es bueno—, cuando ve que serían para nuestro daño espiritual, no nos concede esas cosas.
    
Por tanto, siempre los bienes temporales hemos de pedirlos, como decimos, subordinándolos a la Voluntad de Dios o, dicho de otra manera, hemos de pedirlos bajo condición, en tanto y en cuanto sirvan a nuestra eterna salvación. Y así, cuando pidamos cosas de ordentemporal, adoptemos la costumbre de añadir siempre las palabras “si quieres”, “si es tu Voluntad”, “si es a tu Mayor Gloria y bien de mi alma”, etc.
     
El Siervo del Centurión
Ahora pasemos a la curación de siervo del centurión, para ver qué enseñanzas podemos sacar.
    
En la petición que hace el Centurión brillan tres virtudes: Caridad, Fe y humildad.
   
1) Primeramente, Caridad. Pues él no recurre a Jesús para pedirle algo para sí mismo, sino que lo busca para rogarle por la curación de un siervo suyo. Y tanto más hemos de admirar su caridad, cuanto que no se trata de un pariente o amigo, sino de un criado, de alguien que forma parte de la servidumbre; tanto más de admirar, cuanto que en aquellas épocas se solía tener en menos a los servidores.
    
Y así, nosotros hemos de seguir el ejemplo del Centurión, rogando a Dios por nuestro prójimo constituido en necesidad. No pensando solamente en nosotros mismos cuando hagamos oración —pidiendo únicamente bienes para nosotros—, sino encomendar a los demás, en particular a aquellos que sabemos que están en necesidad, con problemas, sean económicos, sean de salud o de otras diferentes cruces, y especialmente pedir la conversión de nuestro prójimo que se halla en pecado, alejado de Dios.
    
2) En segundo lugar, tenemos la gran Fe del Centurión, el cual no duda para nada que Nuestro Señor pueda realizar el milagro; y tan grande es su Fe que quiere ahorrarle a Nuestro Señor la molestia de ir a su casa, diciéndole que solamente diga una palabra, que tan sólo lo impere o mande, y quedará curado su siervo.
    
Y las palabras que dice son admirables: “Pues yo soy hombre que, aunque bajo la potestad de otro, como tengo soldados a mi mando, digo al uno: Vete y va; al otro: Ven y viene; y a mi siervo: Haz esto y lo hace”. Como si le dijera: “Tú tienes potestad sobre todas las cosas, manda que se aparte de mi siervo la enfermedad y ésta se apartará de él”. Una gran Fe, sin duda, que movió a Nuestro Señor a decir a los circunstantes: “En verdad os digo, no he hallado tanta Fe en Israel”; y es de notarse que el Centurión era un gentil, esto es, no era de la nación judía.
    
Por tanto, siempre que pidamos algo a Nuestro Señor, hagámoslo con gran Fe, como el Centurión, sabiendo que Él es todopoderoso y puede darnos lo que sea, en particular al tratarse de gracias sobrenaturales conducentes a nuestra salvación. Lo temporal, como ya dijimos, hemos de pedirlo siempre bajo condición.
   
3) En tercer lugar, nos dio ejemplo de gran humildad. Pues no solamente no quiso que fuera a su casa por saber que Él podía obrar el milagro a distancia, sino también porque se consideraba indigno de recibir a Nuestro Señor. “Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo”. Y, como la humildad mueve el corazón de Dios —pues “Dios… da su gracia a los humildes”—, logró el milagro de la curación de su siervo.
    
Busquemos imitar al Centurión en la humildad; reconozcámonos indignos de que Dios habite en nosotros, de que Dios nos conceda sus dones y beneficios. Hagámoslo así, y moveremos el corazón de Dios a tener misericordia de nosotros y a darnos en abundancia sus gracias.
   
Conclusión
Por tanto, queridos fieles, sigamos el ejemplo del leproso y del Centurión y tratemos de que nuestras oraciones siempre vayan acompañadas de Caridad, Fe y humildad. Pidiendo siempre en nuestras oraciones por todos nuestros prójimos: nuestros padres, tíos, hermanos, primos, amigos, vecinos, conocidos, los enfermos; por la conversión de los pecadores, de los herejes, cismáticos, infieles, judíos. Pidiendo siempre con gran Fe en la misericordia y bondad de Dios y acudiendo siempre también a la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Misericordia, confiando alcanzar lo que pedimos. Y siempre que roguemos a Dios, hagámoslo con mucha humildad, sabiendo que no somos dignos de ser escuchados por Dios ni de recibir lo que pedimos, pero confiando en su gran bondad.
    
Quiera María Santísima rogar por nosotros para que nuestras oraciones sean siempre agradables a Dios.
    
Ave María Purísima. Padre Pío Vázquez

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)