Traducción del artículo publicado por Luca Fumagalli para RADIO SPADA.
Durante
las eras victoriana y eduardiana, los ensayos históricos producidos por
católicos ingleses tuvieron como su materia principal el siglo XVI y
sus muchos mártires. De hecho, en esa época pocos estaban conscientes
del baño de sangre causado por el infame gobierno de Isabel Tudor, y las
historias de los que padecieron y murieron por su fe aún no eran parte
de la conciencia nacional. Como escribió Evelyn Waugh, se creía en
Inglaterra que la política anticatólica de Isabel era singularmente
suave, y que en una época de salvaje intolerancia, ella y William Cecil
se erigieron como ejemplos únicos de razonabilidad y moderación.
A
mediados del siglo XIX, la histeria anticatólica causada por la
restauración de la jerarquía “papista” en el Reino Unido ayudó a
desarrollar una próspera literatura de odio, ejemplo famosísimo de la
cual es Westward Ho! (1855)
por el reverendo Charles Kingsley. En la novela, un elogio de Francis
Drake, el ataque a los jesuitas es acompañado por una violenta denuncia
de los alegados crímenes de la Inquisición; por otra parte, no se hace
ni la más leve mención de las crueldades cometidas en nombre de la reina
por sus sirvientes. Mártires como Roberto Southwell son ridiculizados,
así como la historia de los sacerdotes clandestinos, forzados a celebrar
los sacramentos en
secreto, es considerada una leyenda para los crédulos.
En
1886, la beatificación de cincuenta y cuatro mártires ingleses por León
XIII –a los cuales se agregaron otros nueve en 1895– cambió grandemente
la percepción general de lo que realmente pasó durante la era
isabelina. En las décadas siguientes, se publicaron varias obras sobre
el tema: adicional a las nuevas ediciones de obras antiguas, John
Hungerford Pollen publicó el volumen Lives of the English Martyrs Hitherto Unpublished en 1891, mientras que el benedictino Bede Camm, un ex-anglicano como Pollen, escribió Lives of the English Martyrs Declared Blessed by Pope Leo XIII (1904) y Forgotten Shrines (1910), un estudio brillante dedicado a las más importantes familias de recusantes [católicos que conservaron su fe aun a pesar de las persecuciones inglesas, N. del T.] y sus casas.
En
este clima, el primer letrado que hizo oír su voz fue Mons. Robert Hugh
Benson quien, por más de diez años, publicó algunas novelas históricas
importantes que vendieron muchas copias y, aunque salpicadas por algunos
errores y huecos, contribuyeron a propagar una imagen más correcta –y
menos recomendable– de los Tudor.
Imitando
a Benson, Hilaire Belloc escribió opúsculos sobre Tomás Wolsey, Oliver
Cromwell y Tomás Cranmer, como también la interesante How the Reformation Happened (1928). El ensayo The Monstrous Regiment (1930) por Christopher Hollis, y la novela Tudor Sunset (1932) por la Sra. Wilfrid Ward [Josephine Mary Hope-Scott Ward, N. del T.] también contribuyeron a arrojar nueva luz sobre el reinado de Isabel. Sobre todo, el libro Edmundo Campion (1935) por Evelyn Waugh fue el retrato más exitoso del mártir jesuita del mismo nombre.
Una
de las consecuencias de este ímpetu contracultural fue la elevación de
la Reina María Estuardo como la nueva ídolo de los católicos: incluso
Frederick Rolfe –alias Baron Corvo–, a menudo crítico de sus
correligionarios, admiró la noble naturaleza de la soberana escocesa. No
pocos poetas dedicaron sus mejores versos, entre otras cosas, a la
reina; uno de estos fue Michael Field. Maurice Baring también escribió
una novela sobre ella, evocadoramente titulada In My End is My Beginning (1931).
Hoy
es difícil entender totalmente la extensión de la revolución disparada
en el siglo XX por la literatura histórica católica inglesa. Uno tras
otro, los clichés que habían perdurado por siglos cesaron de existir, y
los gloriosos eventos de tantos mártires fueron conocidos por primera
vez para el público general. Lo que se hizo entonces dejó una marca
permanente y ayudó a forjar en Inglaterra esa identidad religiosa que, a
pesar de todo, aún permanece fuerte hoy.
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