Por David María González Cea para PERIÓDICO LA ESPERANZA.
Cristóbal Pérez de Herrera, en uno de sus jugosos Proverbios morales (1618), exhorta a seguir el ejemplo del que «siempre se desvela / en mirar por su conciencia». El propio autor, al margen, remite este cuidado (este mirar por) al testimonio de la luz divina; porque, siguiendo la Sagrada Escritura, entiende que la gloria moral del hombre consiste en seguir la voz de Dios, que le habla por la rectitud de su conciencia: «Glória nostra haec est testimónium consciéntiae nostrae» (2 Cor 1, 12). Quien mira por ella es fecundo en buenas obras, practica la virtud de la religión, adquiere el hábito de ser justo con Dios, personal y socialmente.
Pero he aquí que el hombre moderno, hambriento de gnóstica autarquía, busca otra honra distinta. No la del Dios verdadero, de Quien procede todo bien; sino de sí mismo. Ansioso de autoafirmación, elige autodeterminarse como si fuera causa primera de sí mismo; pero, sin que esta pretensión le baste, ambiciona institucionalizar su propia autodeterminación, y que en el gran Teatro del Mundo se la tome por derecho inalienable.
La doctrina política tradicional, en cambio, tal y como ha sido expuesta en nuestras letras áureas, es muy clara: «La ruina de un Estado es la libertad de conciencia», recuerda Diego de Saavedra Fajardo en la empresa 60 de su Idea de un príncipe político cristiano (1642).
Podemos expresarlo así: la ruina de una sociedad consiste en su falso derecho al engaño. Y que esta pretensión civil se convierta en una especie de religión. No hablamos de esa libertad que la conciencia debe tener para testimoniar la lumbre divina. Se debe mirar por esta capacidad ordenada, que es prenda de vida virtuosa, personal y social.
Hablamos, como de un gran mal, del liberticismo con que el espíritu de autosuficiencia moderno prefiere el engaño a la verdad, escogiéndose a sí mismo en lugar de a Dios. Es la impostura que destruye patrias y familias, que el mismo Saavedra Fajardo en su empresa 27 ilustra con la figura de un Caballo de Troya: «Spécie religiónis», no en la (religión) falsa y aparente, traduce el autor.
Las nocivas ideaciones del espíritu moderno, modeladas con forma de bestia liberal, una vez dentro de las estructuras políticas y sociales, devastan los reinos y los reducen a reclamaciones y contrarreclamaciones (Turgot) que no paran de turbar la paz social, multiplicando la división y cegando, precisamente, la conciencia.
Que exista un derecho a dejar entrar en la patria el Caballo de Troya de los propios ídolos, jamás podrá aceptarlo el numen de la tradición. Porque sabe que dentro de este monstruo equino hay enemigos dentro, y que cuando llegue la noche saldrán de las entrañas del coloso y devastarán la Ciudad.
David Mª González Cea, Cádiz
Pero he aquí que el hombre moderno, hambriento de gnóstica autarquía, busca otra honra distinta. No la del Dios verdadero, de Quien procede todo bien; sino de sí mismo. Ansioso de autoafirmación, elige autodeterminarse como si fuera causa primera de sí mismo; pero, sin que esta pretensión le baste, ambiciona institucionalizar su propia autodeterminación, y que en el gran Teatro del Mundo se la tome por derecho inalienable.
La doctrina política tradicional, en cambio, tal y como ha sido expuesta en nuestras letras áureas, es muy clara: «La ruina de un Estado es la libertad de conciencia», recuerda Diego de Saavedra Fajardo en la empresa 60 de su Idea de un príncipe político cristiano (1642).
Podemos expresarlo así: la ruina de una sociedad consiste en su falso derecho al engaño. Y que esta pretensión civil se convierta en una especie de religión. No hablamos de esa libertad que la conciencia debe tener para testimoniar la lumbre divina. Se debe mirar por esta capacidad ordenada, que es prenda de vida virtuosa, personal y social.
Hablamos, como de un gran mal, del liberticismo con que el espíritu de autosuficiencia moderno prefiere el engaño a la verdad, escogiéndose a sí mismo en lugar de a Dios. Es la impostura que destruye patrias y familias, que el mismo Saavedra Fajardo en su empresa 27 ilustra con la figura de un Caballo de Troya: «Spécie religiónis», no en la (religión) falsa y aparente, traduce el autor.
Las nocivas ideaciones del espíritu moderno, modeladas con forma de bestia liberal, una vez dentro de las estructuras políticas y sociales, devastan los reinos y los reducen a reclamaciones y contrarreclamaciones (Turgot) que no paran de turbar la paz social, multiplicando la división y cegando, precisamente, la conciencia.
Que exista un derecho a dejar entrar en la patria el Caballo de Troya de los propios ídolos, jamás podrá aceptarlo el numen de la tradición. Porque sabe que dentro de este monstruo equino hay enemigos dentro, y que cuando llegue la noche saldrán de las entrañas del coloso y devastarán la Ciudad.
David Mª González Cea, Cádiz
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