Reflexión por João Christian Franco. Traducción propia.
El papismo de los antipapistas: Todo antipapismo, sea protestante o cismático oriental, redunda, inevitablemente, em contradicciones insolubles e hipocresías multiplicadoras (Stgo. 1, 8), esto es, resulta en papismo hipócrita, inconfeso y mal disfrazado. Cualquier tentativa de evadirse de este corolario es inútil.
El papismo está en la estructura de las cosas, pues Dios lo quiso y lo hizo así (Rom. 13, 1). Las familias, las naciones, las empresas, los grupos humanos, el mosaísmo (pre-Religión del Antiguo Testamento), todo reclama (o reclamó) monarquía y carece (o careció) de una cabeza visible asistida por Dios (1.ª Cor. 12, 28), bien San Pedro o, en el pasado, Moisés, bien los sucesores de San Pedro o, en el suplantado mosaímo, los sucesores de Aarón. Y si es así, con más razón la Iglesia fundada por Dios precisaba un Papa (Mt. 16,18-19). Incluso la falsa y anti-Iglesia roncalli-prevostiana es una parodia papista con tintas modernistas y en sentido contrario. La cuestión, en verdad, se resume en saber si una organización, sea esta o aquella, se trata de un papismo de jure (de derecho), legítimo, católico, infalible y divino (como la Divina Iglesia Católica), o se trata de tantos otros papismos de facto (no de derecho), contradictorios, hipócritas, ilegítimos, heréticos, cismáticos, falibles, negativos, pasivos, reactivos y diabólicos (2.ª Pe. 2, 1).
Ejemplo de esto es el jurisdiccionalismo del “Patriarcado” de Constantinopla, una de las tantas aberraciones del oriente. Un perfecto ejemplo de papismo de los antipapistas, para reivindicar prerrogativas, derechos y privilegios que el divino papismo de Roma jamás se atrevió (Rom. 12, 3).
¿Y qué decir de la miríada balcánica de papismos no admitidos, aunque perceptible, actuante y determinante, de las sectas protestantes (2.ª Tim. 4, 3-4)? Cada adepto o miembro, cada pastor o fundador de sectas se arroga para sí una pantomima de papismo clásico.
- Dicen que no hay cabeza visible en la Iglesia, pero hacen de sí cabezas de sí mismos y de sus séquitos heréticos (Jue. 21, 25).
- Que no hay cabeza visible, pero, en la práctica, reclutan y asumen para sí guías y pastores autoproclamado, sin sucesión apostólica o legitimidad alguna (Hebr. 5, 4), con ansia de confirmarlos en la fe y en la moral, poniéndose de ese modo bajo sus égidas de pacotilla, en las cuales ciegos se erigen como guías de ciegos (Mt. 15, 14).
- Que no hay infalibilidad papal, con todo, diariamente, reciben/acatan ciegamente las “definiciones” y “juicios” de sus líderes, adhiriendo sin crítica u honestidad a sus opiniones dogmatizadas, confiriéndoles status de verdades absolutas, de una infalibilidad divina (Col. 2, 8), aun en materias que no se relacionan con la fe y la moral —fenómeno típico de la sociología y psicología de las sectas—, de pastores, gurúes, patriarcas y obispos ilegítimos y autoproclamados.
- Confunden groseramente la infalibilidad papal en el Magisterio con la impecabilidad papal, pero se escandalizan con los pecados personales y/o privados de sus líderes cuando estos salen a la luz pública (1.ª Jn. 1, 8), razón que los lleva a exonerarlos de los cargos, a evadirse de la secta del pecador descubierto o a fundar nuevas denominaciones (1.ª Cor. 1, 12-13).
- Nunca un Papa fue depuesto por un pecado contra la moral, por más públicos que pudiesen ser, puesto que, nosotros, católicos por la gracia de Dios, bien sabemos que los hombres, aunque Papas, son pecadores (Salmo 51, 5). La excepción, de impedimento a asumir o continuar el oficio de clérigo (sobre todo el de Papa), tratada por teólogos y canonistas, se refería apenas pecados contra la fe (Tito 3, 10), por naturaleza distintos de los pecados contra la moral.
- Nunca un Papa se definió, juzgó o presentó como infalible en materias que no tienen nada que ver con la fe o la moral (Jn. 18, 36), y vemos pastores, con aires de autoridad, determinando “infaliblemente” —y con amenazas de excomunión a los resistentes— en temas como política, economía, biología y hasta nutrición y dietética (Mt. 23, 4).
- Nunca un Papa osó inculcar o imponer, arrogándose el derecho según el cual toda jurisdicción provenía de sí (1.ª Pe. 5, 3), como osaron los pseudopatriarcas de Constantinopla.
Finalmente, sabemos que muchos de estos debates, controversias y polémicas doctrinarias —que se tornan peleas compradas ingenuamente por sus seguidores—, no pasan de ardides y pretextos para justificar rupturas y creación de sectas, cuyas motivaciones, en verdad, nada tienen que ver con la doctrina o canonicidad, y sí, en cambio, involucran poder, dinero y, sobre todo, servilismo judaico y prostitución a las agendas judaicas de emergencia del anticristo (1.ª Tim. 6, 10) y destrucción de la Iglesia Católica.
Veamos el caso de Teodoro de Beza, el “Papa” de Ginebra:
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Encuentro de San Francisco de Sales con Teodoro de Beza –famoso heresiarca calvinista–, y la muerte de este:
«En medio de estos arduos trabajos, Francisco se acordó de la misión que el Papa le había confiado: buscar la conversión de Teodoro de Beza. Él consideró que el momento había llegado. Él fue a Ginebra, y logró el martes de Pascua [8 de Abril de 1597], entrevistar al famoso heresiarca. El Papa de Ginebra, como era llamado Teodoro, lo recibió cortésmente, escuchó sus argumentos, pareció más o menos convencido, discutió distintos puntos difíciles y, finalmente acordó verlo nuevamente.Tuvieron lugar otras dos conferencias entre el Apóstol de Chablais y el sucesor de Calvino. El corazón de Beza fue tocado, despertó su conciencia pues, en su juventud, había sido miembro de la verdadera Iglesia; casi parecía que la ardiente elocuencia y el claro raciocinio de San Francisco de Sales habían prevalecido. Pero el Papa de Ginebra amaba demasiado el poder y su posición como para sacrificar su puesto como jefe de los calvinistas a fin de tornarse un simple súbdito del Papa de Roma. Él no consiguió humillarse; no quiso confesar sus errores; y así, algunos años más tarde, el 22 de Octubre de 1605, murió, como había vivido, en las tinieblas de la incredulidad. Se dice que, en su agonía, clamó en alta voz por un sacerdote católico y maldijo a sus amigos y correligionarios que se negaron a llevarle uno, acusándolos de causar su condenación» LUISA MARÍA DUNNE STACPOOLE DE KENNY, “St. Francis de Sales: A Biography of the Gentle Saint” [San Francisco de Sales: Biografía del Santo Amable], cap. VII (Imprimátur 1909).

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)