Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
Nos place reproducir de Res Novæ este interesante artícolo de don Claude Barthe Bégué. Título original en francés: La dernière encyclique antimoderne que projetait Pie XII
LA ÚLTIMA ENCÍCLICA ANTIMODERNISTA QUE PROYECTABA PÍO XII
Cuatro años antes del Concilio Vaticano II, en 1958, un último documento antimoderno, una encíclica, estaba en fase de preparación en los palacios apostólicos. La muerte del Papa interrumpió la redacción final y la publicación. Es cuanto ha revelado la apertura en 2020 de los archivos del pontificado de Pío XII, desde entonces consultables hasta 1958, año de la muerte de este Papa.
Esta apertura había provocado la llegada en los archivos vaticanos de una avalancha de investigadores, que pensaban poder demostrar las culpables debilidades del pontífice hacia el régimen hitleriano y que, como era previsible, tuvieron en cambio la desilusión de encontrar todas pruebas de todo lo contrario. Por el contrario, los historiadores serios han visto abrirse varias perspectivas sobre argumentos de grandísimo interés.
Se sabía que Pío XII había lanzado en 1948 la preparación de un concilio ecuménico, objeto de importantes trabajos hasta 1951. Se trataba, por otra partes, en forma algo característica, no de convocar otro concilio, antes bien «continuar» el reunido por Pío IX en 1869 y que se debió interrumpir en 1870 a causa de la guerra franco-prusiana. Pero el proyecto fue abandonado [1].
Por otra parte, se ignoraba generalmente cuanto se informó ya en marzo de 2020 por el historiador alemán Matthias Daufratshofer. Queriendo estudiar en los archivos del ex-Santo Oficio, los trabajos que habían precedido la proclamación del dogma de la Asunción de la Santísima Virgen, él descubrió los textos preparatorios y los esquemas de una encíclica antimoderna elaborada en los últimos años del pontificado paceliano, que habría desarrollado y precisado la carta encíclica de 1950, Humáni géneris, «sobre algunas opiniones erradas, que amenazaban arruinar los fundamentos de la doctrina católica» [2].
Dos investigadores, sor Sabine Schratz OP, del Institútum Históricum Órdinis Prædicatórum, y Daniele Premoli (Archívum Generále Órdinis Prædicatórum), se dedicaron al estudio de este proyecto. Están trabajando en la publicación del esquema con sus versiones sucesivas, que fue realizado por una comisión, y el 3 de eneros de 2024 han publicado un artículo sobre el status labóris en el Journal of Modern and Contemporary Christianity: «L’Enciclica Pascendi dei tempi moderni. Il progetto per l’ultima enciclica di Pio XII (1956-58)» [La encíclica Pascéndi de los tiempos modernos. El proyecto para la última encíclica de Pío XII (1956-58)].
El proyecto inicial: publicar una encíclica en 1957 para los 50 años de la condena del modernismo por obra de Pascéndi
En el curso del pontificado de Pío XII no había dejado de crecer en Roma la preocupación por la difusión de nuevas corrientes, llamadas en el entorno del Papa con la denominación general de «Nouvelle Théologie». La expresión era del mismo Pío XII y fue utilizada en un discurso a la Congregación general de los jesuitas el 19 de septiembre de 1946 [3], luego de la cual el Padre Réginald Garrigou-Lagrange OP publicó en la revista Angelicum, en octubre de 1946, un artículo, que suscitó gran agitación: «La nouvelle théologie, où va-t-elle?» [La nueva teología, ¿a dónde va?]. La crítica se agitó sobre todo al hecho que esta Nouvelle Théologie, en nombre de un «retorno» ideologizado a la teología de los Padres, denigraba la teología escolástica (y, a través de esta, las formulaciones dogmáticas, que dependían grandemente de esta). Hablando de este nuevo modo de afrontar la doctrina, Humáni géneris dijo en 1950 que se quería remplazar «una presentación siempre más exacta de las verdades de fe» con «nociones conjeturales y expresiones fluctuantes y vagas».
Roma estaba particularmente preocupada por el fermento teológico que reinaba en Francia. En ocasión de la Asamblea plenaria de los obispos franceses, que se llevaría a cabo en abril de 1957, monseñor Joseph Lefebvre, arzobispo de Burgos de Francia, hecho cardenal por Juan XXIII y de la misma familia de industriales del Norte que mons. Marcel Lefebvre, se dispuso a presentar una relación doctrinal basada en las respuestas a un cuestionario enviado a todos los obispos franceses [4]. El informe destacaba cómo el relativismo, el racionalismo, el naturalismo y el humanismo ateo habían llevado a una «mutilación de nuestra naturaleza», que cortaba la referencia del hombre a Dios, puesto que el idealismo y el existencialismo lo encerraban en sí mismo, mientras el marxismo lo conducía hacia el determinismo y el materialismo. De aquí, en cierto número de católicos, una pérdida del sentido de Dios, del pecado y de la Iglesia, y una serie de desviaciones que la relación calificaba como debilidad de la fe o compresión errada de la fe, reivindicando el derecho a la libertad personal, ignorando la naturaleza de la autoridad eclesiástica, separando la Iglesia visible de la invisible, poniendo a la Iglesia al margen de las cuestiones del estado y de la sociedad, reduciendo finalmente el testimonio cristiano a la pura interioridad. La relación hablaba de «una suerte de neoprotestantismo» y del hecho que cierto número de teólogos dependiese de las ideas de la época.
Pero el informe Lefebvre, después de esta crítica al «progresismo», denunciaba también el «integralismo» de aquellos que se erigían como censores de los obispos franceses, juzgados demasiado débiles frente a los teólogos, los cuales defendían las nuevas posiciones. Acusaba a sacerdotes y fieles de dejarse llevar a «intervenciones inadmisibles» con las cuales impartían lecciones de ortodoxia «incluso a la jerarquía».
Por esto, la relación Lefebvre no dejó de recordar la carta pastoral del cardenal Suhard, arzobispo de París, titulada Essor ou déclin de l’Église [Auge o declive de la Iglesia] y publicada en la Cuaresma de 1947, en la cual el cardenal rechazaba entrambas opciones contrapuestas, que retardaban el esperado auge, esto es, el «modernismo» y el «integralismo». La relación Lefebvre había por otra parte buscado destacar cómo los errores modernos, que él enumeraba, no debiesen ser considerados en forma genérica, dado que algunos obispos aseguraban precisamente que estaban perdiendo terreno y que en todo caso se debiese atender –volviéndose subrepticiamente a los «integralistas»– por «transformar en un horizonte negro cargado de tempestades las pocas nubes que se asomaban en un cielo de otro modo luminoso». Tema, este, que se hallará en el discurso inaugural del Concilio Vaticano II de Juan XXIII, Gáudet Mater Ecclésia, del 11 de octubre de 1962, con la célebre acusación dirigida contra aquestos «profetas de desgracias que anuncian siniestros presagios como si el fin del mundo estuviese por llegar».
Esto llevó a notar cómo la situación del catolicismo francés bajo Pío XII preanunciase lo que esta será en la época del Concilio y del posconcilio. Por una parte, un «progresismo» con diversos rasgos: movimiento ecuménico, en parte movimiento litúrgico, cuestión de los Curas Obreros, revistas diversamente fascinadas por el marxismo como Esprit, Témoignage chrétien o La Quinzaine, publicación de obras que ponían en discusión la teología tradicional bajo distintos aspectos con los dominicos Yves Congar y Dominique Chenu (este último acuñó la denominación «escuela del Saucedal»), con el padre Henri de Lubac, con los jesuitas llamados de la «escuela de Fourvière», y con otros más. En la orilla opuesta, se constituyó una suerte de minoría «integralista», heredera del catolicismo intransigente, como don Luc Lefèvre (fundador de La Pensée catholique), don Victor Berto (que será el teólogo de Marcel Lefebvre durante el Concilio), don Alphonse Roul y Raymond Dulac, el padre Marcellin Fillère y don André Richard (fundadores de L’Homme Nouveau).
Con todo, estos eclesiásticos, marginados en Francia, estaban en sintonía con el personal teológico del pontificado de Pío XII, es decir, los dominicos Réginald Garrigou-Lagrange, Marie-Rosaire Gagnebet y Luigi Ciappi, los jesuitas como el moralista Franz Hürth y Sébastien Tromp, el franciscano Ermenegildo Lio, el religioso estigmatino Cornelio Fabro, el carmelita Felipe de la Trinidad [en el siglo Jean Rambaud Jullien, N. del T.] y sacerdotes diocesanos como Pietro Parente, Pietro Palazzini, Dino Staffa y Antonio Piolanti (que será rector de la Universidad de Letrán en 1957). Ellos constituían la que fue definida como Escuela romana de Teología, a la cual retomaron también los cardenales Giuseppe Pizzardo y Alfredo Ottaviani (que se sucedieron en el cargo de Secretario del Santo Oficio), Ernesto Ruffini (arzobispo de Palermo) y Giuseppe Siri (arzobispo de Génova).
A causa de la particular atención reservada por la Curia a cuanto estaba sucediendo en Francia, la inminencia de la reunión de la Asamblea plenaria del Episcopado, que debía finiquitar la situación moral, hizo adoptar en 1956 la decisión de retomar el tema de la crítica a la Nueva Teología en un documento pontificio. La comisión preparatoria de la Asamblea del Episcopado había pedido una relación al padre Paul Philippe, dominico, comisario del Santo Oficio y futuro cardenal. En sesenta páginas, Paul Philippe ligó al modernismo la Nueva Teología, explicando que las desviaciones de esta última no tenían el carácter racionalista de la herejía denunciada por la encíclica Pascendi en 1907, pero se presentaban en forma más «mística» y querían ser muy optimistas. El cardenal Ottaviani juzgó que el informe Philippe era adecuado para servir como base preparatoria del documento pontificio previsto para 1957.
Los trabajos preparatorios de la encíclica (1956-1958)
Pío XII aprobó formalmente el proyecto en la Navidad de 1956. Inmediatamente, en los últimos días de diciembre, se nombró una comisión ad hoc en el Santo Oficio (Santo Oficio que, después del Vaticano II, se convertiría en Congregación para la Doctrina de la Fe). De aquesta congregación romana, encargada de la doctrina, in illo témpore la más eminente de la Curia (era llamada la Suprema), el Papa se reservó la presidencia (ella no tenía un Prefecto, sino que era dirigida por un Secretario) La comisión no logró terminar sus trabajos en 1957, y aún estaba continuándolos cuando Pío XII murió, en 1958.
Se reunió por primera vez a comienzos de 1957. Sus miembros eran los tres más eminentes del Santo Oficio: los dominicos Paul Philippe (presidente), Gagnebet y Garrigou-Lagrange, todos tres cercanos al Maestro general de la Orden, Michael Browne, y formaban con él un cuarteto dominico extremadamente influyente; los jesuitas que habían contribuido a la redacción de la Humáni géneris, los padres Tromp y Augustin Béa (este último, confesor de Pío XII, cambió de postura después de 1958); el gran mariólogo Karlo Balić, capuchino; el carmelita francés Felipe de la Trinidad y Antonio Piolanti.
La relación de monseñor Joseph Lefebvre, enviada al Santo Oficio, se convirtió, con el informe Philippe, una fuente disponible para el examen que se proponía hacer de los errores doctrinales de su tiempo. En cambio, su crítica a los «integralistas» se juzgó como totalmente contraproducente.
El 20 de marzo de 1958, el padre Tromp presentó un primer proyecto, un esquema de 64 páginas, que comenzaba con las palabras Instauráre ómnia in Christo, el lema de San Pío X. También el padre Philippe presentó otro proyecto. Entrambos fueron publicados por Sor Sabine Schratz y Daniele Premoli.
En mayo de 1958, el Santo Oficio debía tomar una decisión: teniendo en cuenta la importancia de los materiales recogidos por la comisión, ¿era oportuno publicar un único documento o más de uno? El cardenal Ottaviani pensaba reservar la cuestión de las relaciones entre Iglesia y Estado a un documento específico, que por otra parte ya estaba en preparación desde 1950 (el padre Gagnebet era su principal artífice) y que buscaba de hecho recordar la doctrina tradicional contra las ideas anticipatrices de la doctrina sobre la libertad religiosa del padre Courtney Murray (jesuita estadounidense) y de Jacques Maritain, el filósofo francés. El documento del Santo Oficio sirvió como base, durante la preparación del Vaticano II, para el capítulo 9 del esquema De Ecclésia preparado por la comisión teológica y retomado para la ocasión por el padre Gagnebet [5]. Todo el esquema, sin embargo, será abandonado y remplazado por aquel que llevará después a la constitución Lumen Géntium. En cuanto al contenido del capítulo 9, este fue invalidado por la declaración Dignitátis humánæ. A propósito de todo el material recopilado por la comisión, Pío XII, informado paso a paso de los trabajos preparatorios, hizo saber que quería publicar un texto único y no más encíclicas.
La comisión, reducida a Philippe, Piolanti, Béa, Tromp, Balić y Gagnebet, se reunió una tercera vez el 10 de junio de 1958 y formuló las recomendaciones que el padre Tromp incorporó en su segunda versión del esquema preparatorio. Desde aquel momento en adelante, iniciaba con las palabras: Cultum Regi Regum (Culto del Rey de reyes). Este último esquema fue comunicado a los otros miembros de la comisión el 27 de septiembre de 1958. Pero Pío XII murió doce días después, el 9 de octubre. Dado que los archivos posteriores no son consultables [hasta 2038, N. del T.], no se sabe si el proyecto de encíclica fue presentado a Juan XXIII (lo que es muy probable). De todas maneras, no se continuó.
El contenido del esquema Cultum Regi Regum
En realidad, el proyecto había asumido la forma de una continuación y una profundización de la Humáni géneris. El texto afrontaba todos los ámbitos de la vida eclesial, moral y social, exponiendo, cincuenta años después de Pascéndi, «la herejía global de la modernidad» [6] o la aceptación de una fractura entre la sociedad y Dios. Lo integraban seis capítulos:
- La naturaleza de la religión.
- El culto litúrgico y las devociones privadas (culto cuya importancia social explicaba el título que habría recibido la encíclica).
- La teología moral.
- La profesión de fe.
- La relación entre autoridad y libertad en la Iglesia.
- Las relaciones entre el orden religioso y el orden profano.
El esquema de la encíclica recordaba que la religión es una virtud a través de la cual el hombre, reconociendo la excelencia divina, rinde culto a Dios creador y Señor de todo el orden natural que Él trasciende. No es una realidad de orden puramente afectivo y emocional, ni es el opio de los pueblos. El tratamiento de la cuestión litúrgica, en el segundo capítulo, retomaba los temas de la encíclica Mediátor Dei de 1947 y apuntaba a diversos errores, entre los cuales aquel según la cual «la celebración de una sola Misa, a la cual asisten religiosamente cien sacerdotes, es lo mismo que cien Misas celebradas separadamente por un centenar se sacerdotes [7]». El esquema insistía también sobre la gravedad y sobre el daño social derivados de la falta de respeto a la santificación del domingo por medio del culto y el descanso.
En la parte moral, se recordaba la doctrina tradicional sobre la ley natural y eran examinadas las cuestiones más controvertidas: los peligros del materialismo, tanto comunista como capitalista; el carácter soberano del juicio de la Iglesia, cuya autoridad fue constituida por Dios en persona lo que le permite aclarar difíciles cuestiones morales –y de resolver cuestiones hoy controvertidas–, como aquella del primado de la procreación en la jerarquía de los fines del matrimonio, quedando la virginidad por el Reino de Dios un estado más perfecto que el matrimonio.
En el capítulo cuarto se afrontó el tema del ecumenismo, bajo el aspecto de la colaboración con los cristianos de otras confesiones en oposición al comunismo ateo. Se resaltó el carácter problemático derivado de poner aparte lo que separa al Catolicismo de tales confesiones, particularmente por lo que las ha fundado en el odio hacia la Iglesia. Más en general, la colaboración, así sea para fines laudables entre católicos y acatólicos, si bien aceptable en línea de principio, despertaba importantes reservas: «Si un médico en buena salude colabora con un médico afecto de lepra para combatir la lepra, honrará a su colega, pero cuanto más estrecha sea la colaboración con su colega, más deberá estar atento por temor de ser él mismo contagiado por la enfermedad».
El capítulo quinto del proyecto trataba de la relación entre autoridad y libertad, o entre magisterio y teólogos: se puede alcanzar el Reino de Dios solamente a través de «la vía de la autoridad y de la obediencia»; aunque esta última, sobre todo después de la caída de los totalitarismos en Alemania y en Italia, entró en crisis, no solo entre los Estados, sino también en el seno de la Iglesia Católica. Cultum Regi Regum reafirmaba con fuerza que el munus docéndi, el deber de enseñar en la Iglesia, residía únicamente en la jerarquía, constituida por el Pontífice romano y por el episcopado.
El texto agregaba:
«Lejos de Nos la idea de negar que los teólogos tienen una vocación particular en el seno del Cuerpo místico de Cristo, a la cual corresponden la gracia y la luz del Espíritu Santo. Es en efecto a ellos que la Esposa de Cristo confía la formación del futuro clero; son llamados por el mismo sacro Magisterio a preparar los documentos doctrinales; les espera a ellos profundizar y precisar las decisiones ofrecidas por el Magisterio auténtico; concierne a ellos sobre todo manifestar al mundo la maravillosa y divina armonía con el cual las verdades divinamente reveladas coinciden entre sí y con las distintas ciencias humanas. Es al mismo tiempo deber de los teólogos determinar por cual razón y en qué medida tales verdades están contenidas en el depósito de la fe o sean propuestas por el Magisterio para ser creídas y profesadas; y, por consecuencia, en qué sentido y en qué medida sea oportuno definir los errores contrarios. Si los teólogos proceden así bajo la vigilancia de los Pastores, ellos no se arrogan en modo alguno la competencia del Magisterio, sino que contribuyen grandemente a preservar la pureza de la fe».
El último capítulo del documento, titulado Ordo religiósus et ordo profánus, era en realidad una suerte de anticipación del documento preparado por el Santo Oficio ya desde 1950, del cual se habló arriba, en el cual se trataba de las relaciones entre las dos sociedades perfectas (cada una de las cuales posee todo lo que es necesario para el cumplimiento de su propio fin), sociedades distintas pero unidas, cuales son Iglesia y Estado [8].
* * *
Pío XII quería así coronar su pontificado con una suerte de gran obra testamentaria, que retomase los temas que trató en sus varias encíclicas y que buscase frenar el diluvio que sentía llegar después de él. Nuestra alusión a la frase atribuida a Luis XV, «después de mí, el diluvio», es intencional. La actividad de profundización y defensa doctrinal por medio de una serie de grandes encíclicas (Mýstici Córporis en 1943, sobre el Cuerpo místico de Cristo, Divíno afflánte, también de 1943, sobre los estudios bíblicos, Mediátor Dei de 1947 sobre los principios de la liturgia, Humáni géneris de 1950 sobre los errores de nuestro tiempo), a través de la definición contracorriente de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma y también por la canonización de Pío X en 1954, no pueden no evocar, en igualdad de condiciones, la tentativa de consolidación, al menos en un punto, de lo que habría devenido el Ancien Régime, el de la justicia, al final del reinado de Luis XV, tentativa interrumpida por la muerte del monarca en 1774.
No habiendo proseguido el concilio Vaticano reunido por Pío IX, fue con la continuación de la Pascéndi de Pio X, que fue acompañada por un documento del Santo Oficio con que se cerraba el paso a las tesis que se convertirían después en la doctrina sobre la libertad religiosa, que Pío XII habría cerrado su pontificado. Pero Dios, en las misteriosas disposiciones de su Providencia, había decidido castigar a su pueblo.
Don Claude Barthe Bégué
NOTAS
[1] Patrick Descourtieux «La preparazione del mancato Concilio ecumenico del 1951 secondo l’Archivio del Sant’Uffizio» [La preparación del truncado Concilio Ecuménico de 1951 según el Archivo del Santo Oficio], en el simposio sobre La Inquisición romana. Nuevas investigaciones, nuevas perspectivas, 22 a 24 de noviembre de 2023, actas en curso de publicación.
[2] Kathpress, 10 de marzo de 2020.
[3] Discurso inspirado por un artículo de Pietro Parente en L’Osservatore Romano de 1942, «Nuove tendenze teologiche» [Nuevas perspectivas teológicas].
[4] Rapport doctrinal présenté le 30 avril 1957 à l’Assemblée plénière de l’Épiscopat Français [Informe doctrinal presentado el 30 de abril de 1957 en la Asamblea plenaria del Episcopado Francés] (ediciones Tardy, 1957).
[5] Traduccióm del texto en: Claude Barthe, Quel avenir pour Vatican II? [¿Algún futuro para el Vaticano II?], François-Xavier de Guibert, 1999, págs. 163-179. J. A. Komonchak, en Giuseppe Alberigo (editor), Histoire du Concile Vatican II (1959-1965) [Historia del Concilio Vaticano II (1962-1965)], tomo I, Cerf, 1997, pág. 336. Véase también: Philippe Chenaux, «Maritain devant le Saint-Office: le rôle du père Garrigou-Lagrange, OP» [Maritain ante el Santo Oficio: el papel del padre Garrigou-Lagrange OP], en Archívum Fratrum Prædicatórum, Nova Séries, vol. 6, 2021, págs. 401-420.
[6] Claus Arnold, Giovanni Vian, La Redazione dell’Enciclica Pascéndi. Studi e documenti sull’antimodernismo di Papa Pio X [La redacción de la encíclica Pascéndi. Estudios y documentos sobre el antimodernismo del Papa Pío X]. Anton Hiersemann, 2020.
[7] Ya desde los años 40, aparecieron efectivamente anticipaciones de la concelebración: sacerdotes en roquete y estola, dispuestos en semicírculo ante el altar donde celebraba uno de ellos, asistían en su Misa y recibían por su mano la Comunión.
[8] El documento del Santo Oficio, tal como fue presentado en el esquema preparatorio al Vaticano II De Ecclésia, rezaba: «Como la potestad civil considera que es su deber proveer a la moralidad pública, así, para preservar a los ciudadanos de la seducciones del error y a fin que el Estado sea conservado en la unidad de la Fe, lo cual es el bien supremo y la fuente de una multitud de beneficios aun de orden temporal, el poder civil puede por sí mismo reglamentar las funciones públicas de los otros cultos y defender a sus propios ciudadanos de la difusión de falsas doctrinas por las cuales, según el juicio de la Iglesia, su salvación eterna es puesta en peligro» (Claude Barthe, Quel avenir pour Vatican II?, op. cit., págs. 174-175).
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)