Traducción del artículo publicado en NOVUS ORDO WATCH. Textos bíblicos tomados de la versión de Mons. Félix Torres Amat.
PREDICADOR “PAPAL” PASOLINI: «CRISTO REVELA AL HOMBRE SU PROPIA VERDAD»
La 3.ª predicación de Adviento para León XIV y su Curia…
El capuchino modernista Roberto Pasolini (* 1971) es el actual “Predicador de la Casa Pontificia”. Jorge Bergoglio, alias “Papa Francisco”, lo eligió el año pasado para remplazar al insufrible Raniero Cantalamessa, quien había cumplido 90 ese año, y que tenía ese cargo desde 1980.
La designación de Pasolini ha sido controvertida desde el comienzo. ¿La razón? No sorprenderá a la mayoría, pero ha sido atrapando algunas ideas no ortodoxas respecto a la homosexualidad.
El sitio web italiano Informazione Cattolica hizo alguna investigación sobre el nuevo predicador de la casa “papal” y descubrió una plática que él había dado en Varese (Italia) el 2 de Febrero de 2024, titulada Omosessualità e Vita Cristiana (“Homosexualidad y vida cristiana”). Un vídeo de esta estaba disponible en YouTube hasta que fue removido posteriormente por el usuario que lo subió (lo que resulta ser una copia del mismo puede hallarse aquí):
«La parte más problemática de las declaraciones del presbítero Pasolini, como se oye en el vídeo, concierne a la presencia de parejas gais en el Antiguo Testamento. Específicamente, Pasolini se refiere a la relación entre Jonatás y David. Con relación al Nuevo Testamento, aborda la relación entre el centurión y su siervo enfermo, por el cual el centurión romano le pide a Jesús su curación. Durante la presentación, el presbítero Pasolini presentó diapositivas presentando pasajes bíblicos que él afirma tratan de la homosexualidad, pero no hizo mención del pasaje de la Carta de San Judas (cap. 1, verso 7), que es la última referencia neotestamentaria a los pecados contra natura. Este pasaje es particularmente severo, porque explícitamente condena a Sodoma y Gomorra a las llamas eternas por su inmoralidad y sus vicios antinaturales» [Salvatore Carloni, “Ma cosa insegna sull’omosessualità il nuovo predicatore della Casa Pontificia Roberto Pasolini?” (¿Pero qué enseña sobre la homosexualidad el nuevo predicador de la Casa Pontificia Roberto Pasolini?), Informazione Cattolica, 12 de Noviembre de 2024; traducción por ChatGPT].
Por ahora, eso debería decirnos todo lo que necesitamos saber sobre este “erudito bíblico” capuchino, quien, gracias a Francisco, es actualmente el único hombre en el mundo autorizado para predicarle a la cabeza de la Iglesia del Vaticano II, actualmente el “Papa” León XIV. Podemos presumir que él ocupará ese cargo durante décadas.
De todas formas, de algún tiempo acá ha sido costumbre para el predicador “papal” dar pláticas espirituales (sermones, meditaciones) al “Papa” y la Curia Romana durante la Cuaresma y el Adviento, usualmente los viernes, y León XIV ha mantenido esta costumbre.
El pasado viernes 19 de Diciembre, Vatican News publicó el texto completo de la meditación de Pasolini para la 3.ª Semana de Adviento. Se puede acceder a esta a continuación, junto con un reporte anexo, y también está disponible el vídeo completo:
- Texto completo: “The Universality of Salvation: An Unconditional Hope”/La universalidad de la salvación: Una esperanza incondicional (Roberto Pasolini OFM Cap.)
- Tiziana Campisi, “Pasolini: May the Church foster encounter as she sets out to know God” [En español: Pasolini: Ponerse en camino para conocer a Dios, la Iglesia fomente el encuentro] (Vatican News).
- VÍDEO: “Third Advent Meditation given by Fr. Roberto Pasolini OFM Cap” (Vatican News)
Como puede verse en el vídeo, un buen número de prelados atendió la plática espiritual, y León XIV estaba sentado al frente y al centro de la audiencia.
En lo que sigue, haremos algunas observaciones críticas respecto a la meditación del predicador “papal”, que está saturada de ideas y la verborrea típica de la Nouvelle Theologie (“Nueva Teología”).
Primero, notar que la 3.ª meditación de Adviento pasoliniana se titulaba “La universalidad de la salvación: Una esperanza incondicional”. Solo con esto, es suficiente para suspicacias, porque la salvación no es universal y la esperanza no es incondicional (al menos, no si se entiende en el sentido en que muchos suelen entenderla).
La Redención es universal en tanto que Cristo murió por todos, y por ende todos son capaces de beneficiarse de esta Redención. En ese sentido, sí, la salvación se ofrece a todos. Pero aunque todos han sido redimidos y Dios desea que todos los hombres se salven (ver 1.ª Tim. 2, 4), trágicamente, muchos eligen no ser salvados: «Tan cierto es que muchos son los llamados y pocos los escogidos» (Mat. 22, 14); y «Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os aseguro que muchos buscarán cómo entrar, y no podrán» (Luc. 13, 24).
De forma semejante, la esperanza es incondicional solamente en el sentido que sin importar cuán pecaminosa ha sido nuestra vida hasta este momento, podemos ser perdonados y aspirar a la verdadera santidad, si solamente usamos los medios que Dios ha establecido para tal fin. La esperanza no es incondicional en el sentido que todos pueden u obtendrán la salvación sin importar lo que hagan o lo que crean.
Nuevamente estamos bregando con una ambigüedad inútil. El orador pudo expresarse claramente, pero elige no hacerlo. Él usa deliberadamente una jerigonza que se presta para malos entendidos.
Hablando del viaje de los Reyes Magos a Belén, dice Pasolini:
«Su movimiento afirma una verdad decisiva: para encontrar el rostro del Dios hecho hombre es necesario ponerse en camino. Esto vale para todo creyente, pero adquiere un peso particular allí donde la fe se entrelaza con la responsabilidad de custodiar, guiar y discernir. Sin un deseo que permanezca vivo, incluso las formas más altas de servicio corren el riesgo de volverse repetitivas, autorreferenciales, incapaces de sorpresa».
Entonces vemos aquí algunas de las palabrejas favoritas de Bergoglio: encuentro, camino, auto-referencialidad, sorpresa.
A lo largo de esta meditación, encontramos (¡ja!) algunos conceptos y verborrea típicos tan amados de los neomodernistas (cf. Papa San Pío X, Pascéndi, n. 3). Él propala cuestionamientos, duda e inquietud; y rechaza respuestas, certezas y seguridades. Podemos ver qué objetivo tiene mirando qué ejemplos usa para contrastar con el punto que está haciendo:
«Para la Iglesia este riesgo adquiere rasgos particularmente delicados. Es posible conocer bien la doctrina, custodiar la tradición, celebrar con esmero la liturgia y, aun así, permanecer quietos. Como sucede con los escribas de Jerusalén, también nosotros podemos saber dónde el Señor continúa haciéndose presente —en las periferias, entre los pobres, en las heridas de la historia— sin encontrar la fuerza o el valor para movernos en esa dirección».
Periferias, los pobres, e incluso las “heridas” de la historia, ¡Francisco estaría orgulloso! Excepto que el predicador se olvidó del medio ambiente: tú sabes, el grito de la tierra y esas cosas.
Ahora, es perfectamente legítimo decir que en el progreso espiritual puede estancarse a pesar de conocer sobre la Fe, a pesar de defender la tradición (y si es sacerdote, a pesar de ofrecer reverentemente la Santa Misa). Después de todo, uno puede conocer bien la sagrada doctrina, defender la Fe, e incluso celebrar la Santa Misa con gran decoro y reverencia mientras al mismo tiempo se esté involucrado en los pecados más atroces. Eso es claro. Así que el punto donde él va no es ilegítimo en sí mismo.
Con todo, la decisión pasoliniana de individualizar a estos tres reyes (en lugar de los otros) revela su perjuicio, porque es claro que está haciendo diana en los tradicionalistas y conservadores en las estructuras novusorditas, sin importar cuán pocos y lejanos puedan ser. No nos dejemos engañar: Si hay tes cosas en la Iglesia del Vaticano II, en general, de las cuales no se ve mucho, sería (1) personas que conocen bien la doctrina; (2) personas preservando la tradición; y (3) presbíteros celebrando el servicio de la cena Novus Ordo con reverencia. Y aun así, estas son las cosas que Pasolini pensó mencionar como opuestas a ese “viaje” que está predicando.
Advertir que no dijo: «Es posible enfocarse constantemente en los problemas temporales, en construir puentes a los marginados, en no juzgar a nadie y, aun así, permanecer quietos». No, su mente estaba centrada en cosas que son usualmente asociadas al tradicionalismo, y que los neomodernistas piensan haber superado: la fidelidad doctrinal y la pureza litúrgica (Se acuerda uno de la frecuente denunciación del proselitismo que hacía el “Papa” Francisco, o su rabieta por los presbíteros vistiendo sotanas, ¡como si el problema en la Iglesia Novusordita fueran los proselitistas ensotanados!)
Otro pasaje digno de pena ajena de la reflexión pasoliniana es el siguiente:
«Al arrodillarse ante el signo humilde y pobre del niño, los Magos descubren que el acceso al otro —distinto, frágil, inesperado— ocurre siempre desde abajo, nunca desde arriba. Es en el abajamiento donde se colma la distancia y la diversidad se vuelve habitable. No se trata de renunciar a la propia identidad, sino de entregarla, abriéndola al misterio que el otro porta consigo».
¿Puede haber algo más deuterovaticano que esto? Pasolini toma el viaje de los Reyes Magos hacia el Niño Jesús y hace su encuentro con el Hijo de Dios no simplemente sobre ellos y Él, o sobre los gentiles (a quienes ellos representan) encontrando la salvación, sino sobre las personas en general encontrándose con “el otro” y su “misterio”.
Si esto se oye tan mal que pudo haber salido precisamente del mismo Jorge Bergoglio, es porque lo es:
«La Iglesia valora la acción de Dios en las demás religiones, y “no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que […] no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres” [Vaticano II, Nostra Ætáte, n. 2]. Pero los cristianos no podemos esconder que “si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión, la ternura que nace de la confianza, la capacidad de reconciliación que encuentra su fuente en sabernos siempre perdonados‒enviados. Si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desafiaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer” [Francisco, Servicio ecuménico de oración, Riga (Letonia), 24 de Septiembre 2018]. Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo. De él surge “para el pensamiento cristiano y para la acción de la Iglesia el primado que se da a la relación, al encuentro con el misterio sagrado del otro, a la comunión universal con la humanidad entera como vocación de todos” [Francisco, Lectio Divina en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, 26 de Marzo de 2019]» (Antipapa Francisco, Encíclica Fratelli Tutti, n. 277; negrilla y subrayado añadidos).
Cuando Francisco cita la mención del “misterio sagrado del otro”, él se cita a sí mismo, como lo muestra la nota al pie (puesta entre corchetes arriba).
Entonces Pasolini, en su reflexión de Adviento, está usando esta palabrería bergogliana sobre el “misterio sagrado del otro”. Esto muestra una vez más cómo en la Iglesia del Vaticano II, Cristo está lentamente siendo disuelto en el hombre genérico, el hombre en general.
Un ejemplo explícito puede encontrarse en el la referencia del “Papa San” Juan Pablo II a la Natividad de Nuestro Señor como la “fiesta del hombre” en su primer mensaje de Navidad: «Navidad es la fiesta del hombre. […] Es efectivamente la humanidad la que queda elevada con el nacimiento de Dios en la tierra. La humanidad, la “naturaleza” humana, queda asumida en la unidad de la Divina Persona del Hijo; en la unidad del Verbo Eterno, en el que Dios se expresa eternamente a Sí mismo» (Bendición Urbi et Orbi, 25 de Diciembre de 1978).
No hay duda que la naturaleza humana fue ennoblecida por la Encarnación. Esa es la doctrina católica tradicional:
«…Dios quiso tomar la humildad y flaqueza de nuestra carne, para que el linaje humano fuese colocado en un grado muy alto de dignidad y honor. Porque para declarar la excelente dignidad y alteza que recibió el hombre por este divino beneficio, es suficiente que sea ya hombre aquel mismo que es verdadero y perfecto Dios, de suerte que podemos ya gloriarnos de que el Hijo de Dios es nuestro hueso y nuestra carne, lo cual no pueden aquellos dichosísimos espíritus; porque nunca, como dice el Apóstol, “tomó la naturaleza de los Ángeles, sino la posteridad de Abraham” [“Núsquam enim Ángeles apprehéndit, sed semen Ábrahæ apprehéndit”, Hebr. 2, 16]» (Catecismo del Concilio de Trento, Credo, Artículo 3.º).
Con todo, la religión del Vaticano II ha ido más lejos de esta verdad, hasta el punto de prácticamente adorar al hombre mismo, nunca más obviamente que bajo el “Papa” Francisco (reinó entre 2013 y 2025), quien predicó la teología de la liberación y un falso “Evangelio del hombre”, por así decirlo:
- Francisco: «Los cristianos deberían arrodillarse ante los pobres»
- Francisco y el Evangelio del Hombre
- Francisco: «Dios no puede ser Dios sin el hombre»
- «El hombre en el centro»: El “vídeo del Papa” Francisco en Septiembre de 2016
- La Pasión del Hombre: Las estaciones antropocéntricas del viacrucis de Francisco
- ¿Construyendo la ciudad de Dios Y el hombre? Francisco y la idolatría de los migrantes
- Francisco desatado: «La Palabra de Dios nos conduce al hombre, cuidar de los demás es más importante que la ceremonia religiosa»
- Francisco en congreso interreligioso: «El hombre es el camino para todas las religiones»
Aquí recordaríamos también el discurso de clausura de la IV Sesión del Concilio Vaticano II por el “Papa San” Pablo VI (7 de Diciembre de 1965), en el cual suplicó a los hombres soberbios e incrédulos el favor de «reconocer nuestro nuevo tipo de humanismo: nosotros, también, en realidad, honramos a la humanidad mucho más que cualquier otro» (fuente; negrilla y subrayado añadido). Aparentemente, el pseudopapa estaba pensando que el rechazo del concilio en condenar al mundo no creyente ganaría para la Iglesia algunos puntos extra:
«El humanismo secular, revelándose en su horrible realidad anticlerical, ha, en cierto sentido, desafiado al concilio. La religión del Dios que se hizo hombre se ha encontrado con la religión (porque tal es) del hombre que se hace Dios a sí mismo. ¿Y qué pasó? ¿Hubo un choque, una batalla, una condenación? Pudo haberlo, pero no lo hubo. La vieja historia del Samaritano ha sido el modelo de la espiritualidad del Concilio. Una sensación de simpatía ilimitada lo ha permeado del todo» (Antipapa Pablo VI, Discurso para la última sesión general del Vaticano II, 7 de Diciembre de 1965).
¡Solo un tonto pensaría que esto puede “acariciar” a los enemigos declarados de Cristo para arrepentimiento!
Sabiamente había advertido el Papa San Pío X en su encíclica inaugural que «esta es la señal propia del Anticristo según el mismo Apóstol: el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios» (E Suprémi Apostolátus, n. 5), en referencia a 2.ª Tesalonicenses 2, 4: «…hasta llegar a poner su asiento en el templo de Dios, dando a entender que es Dios».
Con todo, debemos regresar a Pasolini. Todavía reflexionando sobre la visita de los Reyes Magos a Belén, afirma:
«Para la Iglesia este doble movimiento —levantarse y postrarse— es esencial. Está llamada a moverse, salir, ir al encuentro de las personas y de las situaciones que le son lejanas. Pero también a saber detenerse, bajar la mirada, reconocer que no todo le pertenece ni puede ser controlado. Solo así el don de la salvación puede volverse verdaderamente universal: en la medida en que la Iglesia acepta dejar sus seguridades y mirar con respeto la vida de los demás, reconociendo que también allí, a menudo de maneras inesperadas, puede emerger algo de la luz de Cristo».
Es increíble cómo el predicador “papal” toma la búsqueda de los Reyes Magos y la adoración a Jesucristo, y la convierte en el alcance y cuasi-adoración de los pecadores por la Iglesia. ¡Pasolini afirma que la Iglesia debe «abandonar sus propias seguridades” —por las cuales, estas personas usualmente quieren decir todo lo que salvaguarda su patrimonio sobrenatural, especialmente la Fe y los sacramentos (cf. el proyecto de Hans Urs von Balthasar “demoler los bastiones”, secundado por Joseph Ratzinger)— y respetar las vidas pecaminosas de los pecadores! Después de todo, ¡así los neomodernistas parecen insinuar que los pecadores pueden simplemente tener algo de la luz de Cristo para darla a la Iglesia! ¡¿Qué debe estar detrás del mascarón capuchino para venir con semejante disparate blasfemo?!
Pasolini le dice a su audiencia que, cuando llegaron a Belén y encontraron al Niño Jesús, los Reyes Magos encontraron no solamente al Dios Encarnado, sino también… a sí mismos:
«En el rostro de Jesús, el Dios hecho hombre, los Magos vislumbran que esa misma dignidad está prometida también a su propia vida. Si en ese niño Dios se revela como Rey, entonces también la vida humana está llamada a una grandeza que no pasa por el poder, sino por el cuidado y el servicio. Si Dios ha elegido habitar nuestra carne, entonces toda vida humana lleva en sí una luz, una vocación, un valor que no puede ser borrado. Los dones que ofrecen los Magos se convierten así en un espejo: hablan de Dios, pero revelan también aquello a lo que el ser humano está llamado a llegar a ser.Con la visita de los Magos, el misterio de la Encarnación manifiesta toda su fuerza universal. No hemos venido al mundo solo para sobrevivir o para atravesar el tiempo de la mejor manera posible. Hemos nacido para acceder a una vida más grande: la de los hijos de Dios. Los Magos partieron buscando una estrella y encontraron a Cristo; pero buscando a Cristo se encontraron también a sí mismos. Descubrieron que, aun viniendo de lejos y sin conocer las Escrituras, también en su humanidad brillaba una luz que solo esperaba ser reconocida y sacada a la luz.Quizá la Iglesia esté llamada hoy, más que nunca, a hacer precisamente esto: ofrecer al mundo la luz de Cristo. No como algo que imponer o defender, sino como una presencia que se ofrece, dejando que cada persona pueda acercarse a ella a través de un camino semejante al de los Magos. Ellos partieron del deseo, se pusieron en camino, atravesaron preguntas e incertidumbres y, solo al final, reconocieron a Cristo y, ante él, se descubrieron también a sí mismos.Desde esta perspectiva, la misión no consiste en forzar el encuentro, sino en hacerlo posible. Ofrecer la luz significa custodiar el espacio de la búsqueda, permitir que el deseo se ponga en movimiento, acompañar sin anticipar las respuestas. Así, el encuentro con Cristo no anula la humanidad de quien lo busca, sino que la hace salir a la luz y la lleva a su plenitud.[…]Una Iglesia que ofrece a todos la presencia de Cristo no se apropia de su luz, sino que la refleja. No se coloca en el centro para dominar, sino para atraer. Y precisamente por eso se convierte en espacio de encuentro, donde cada uno puede reconocer a Cristo y, ante él, reencontrar el sentido de su propia vida.Esta perspectiva nos obliga a revisar muchas de nuestras prácticas misioneras. Con frecuencia imaginamos que evangelizar significa llevar algo que falta, llenar un vacío, corregir un error. La Epifanía indica otro camino: ayudar al otro a reconocer la luz que ya lo habita, la dignidad que ya posee, los dones que ya custodia. No somos nosotros quienes “damos” a Cristo al mundo, como si tuviéramos su exclusividad. Estamos llamados a hacer visible su presencia con tal claridad y verdad que cada persona pueda reconocer en él el sentido de su propia existencia.Esto no relativiza la verdad de Cristo ni reduce el Evangelio a una genérica valorización de lo humano. Al contrario, toma en serio la catolicidad de la Iglesia en su sentido más profundo: custodiar a Cristo para ofrecerlo a todos, con la confianza de que en cada persona ya están presentes la belleza, la bondad y la verdad, llamadas a realizarse y a encontrar en él su sentido más pleno. La luz verdadera de la Navidad “ilumina a todo hombre” precisamente porque es capaz de revelar a cada uno su propia verdad, su propia llamada, su semejanza con Dios.[…]Este sería el signo más elocuente de una Iglesia fiel a su vocación: no retener la luz para sí, sino dejarla resplandecer para que la vida nueva, ya sembrada en el corazón de cada hombre y de cada mujer, pueda finalmente germinar y dar fruto» (Negrilla y subrayado añadidos).
Pudiera escribirse toda una bitácora separada sobre esta sola conclusión de la meditación, pero queremos acabar ahora. Basta decir que Pasolini es un típico modernista del Novus Ordo. Él no predica el Evangelio, sino la Nueva Teología.
En esta meditación particular para la 3.ª Semana de Adviento, el teólogo de la casa “papal” está presentando una doctrina estrechamente alineada con la de Karl Rahner (1904-1984), cuyo concepto del “existencial sobrenatural” parece ser reflejado aquí: la idea de que hay (aunque poca) gracia sobrenatural incondicional e indeleblemente presente en cada individuo, hecho que Cristo reveló al hombre por Su Encarnación, y ahora es tarea de la Iglesia encenderla, hacerla crecer y ayudarla a alcanzar su pleno potencial. ¡Menuda locura!
De todos modos, esto está lejos de la doctrina católica del pecado original, según la cual todos somos, desde la caída, «éramos por naturaleza u origen hijos de ira» (Ef. 2, 3) en necesidad de un Redentor, no para revelarnos cuán semejantes a Dios somos ya, sino para que «para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios» (Hech. 26, 18):
«El “pecado original” es la culpa hereditaria, propia, aunque no personal, de cada uno de los hijos de Adán, que en él pecaron (cf. Rom. 5, 12); es pérdida de la gracia —y, consiguientemente, de la vida eterna— con la propensión al mal, que cada cual ha de sofocar por medio de la gracia, de la penitencia, de la lucha y del esfuerzo moral. La pasión y muerte del Hijo de Dios redimió al mundo de la maldita herencia del pecado y de la muerte. La fe en estas verdades […] pertenece al inalienable depósito de la religión cristiana» (Papa Pío XI, Encíclica Mit Brennender Sorge, n. 25)
Que lo que predica Pasolini sea una nueva doctrina lo confirma el hecho que incluso él admita que su «perspectiva nos obliga a revisar muchas de nuestras prácticas misioneras». ¿Realmente este hombre piensa que en 1900 de actividad misionera todo se ha hecho mal? ¿Que Cristo no debería ser proclamado, sino que en cambio se “haga posible” el “encuentro” con Él ayudándolos a “viajar”? ¿Cómo piensa que los Apóstoles hayan hecho tantos conversos tan rápidamente si hubieran ofrecido palabrerías sobre viajes, encuentros y acogidas? «Mas nosotros predicamos sencillamente a Cristo crucificado, lo cual para los judíos es motivo de escándalo, y parece una locura a los gentiles» (1.ª Cor. 1, 23).
El mensaje del Evangelio realmente no es toda esa complicación, como vemos en Hechos 2, donde San Pedro predicó su primer sermón, con resultados inmediatos: «…se añadieron aquel día a la Iglesia cerca de tres mil personas» (Hech. 2, 41). Quizá fue esto precisamente por la predicación de la verdad divina por San Pedro con tal credibilidad y convicción —podría decirse que predicó certezas con seguridad— que hizo su mensaje más atractivo.
Pero ya basta. El callo modernista es intolerable.
En un discurso a los jesuitas el 17 de Septiembre de 1946, el Papa Pío XII resaltó:
«Mucho se ha dicho, pero no lo suficiente después de la debida consideración, sobre la “Nouvelle Théologie” [“Nueva Teología”], que, por su característica de moverse junto con todo en un estado de movimiento perpetuo, siempre estará en el camino hacia alguna parte pero nunca llegará a ninguna. Si se pensara que hay que estar de acuerdo con una idea así, ¿qué sería de los dogmas católicos que no deben cambiar nunca? ¿Qué pasaría con la unidad y la estabilidad de la fe?» (Papa Pío XII, Discurso Quámvis Inquiéti).
En realidad, ¿qué vino de ellos?
Desde el Vaticano II, hemos visto justo lo que viene de ellos. Y Roberto Pasolini no ayuda en nada.
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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)