Traducción del ensayo de Marco Sambruna, publicado en RADIOSPADA (Parte 1, Parte 2, Parte 3 y Parte 4).
SATANÓPOLIS: PERFIL DE LA FUTURA CIUDAD INFERNAL
“Abbiamo l’utopia che ci meritiamo”
(Michel Houellebecq)
INTRODUCCIÓN
La
contraposición irreducible entre la Ciudad Celestial y la ciudad
terrena tiene raíces bíblicas: en el Apocalipsis se habla de la
Jerusalén celestial triunfante al fin de los tiempos mientras la ciudad
terrena representada por el Imperio Romano decae. Por otra parte,
figuras de la ciudad terrena eran Sodoma y Gomorra destruidas por Dios a
causa de sus pecados. Tal contraposición incurable es el tema principal
de la “Ciudad de Dios”
de San Agustín, pero a nivel figurativo pocas representaciones son otro
tanto eficaces como el tríptico de “El Jardín de las delicias” de
Jerónimo Bosch (1453 – 1516).
El
tríptico cerrado tiene forma cuadrada con una representación de la
“La Creación”: el mundo primigenio salido de las manos de Dios aparece
como un orbe transparente; en las alas hay dos rectángulos que una vez
abiertos muestran tres escenas que deben leerse en orden cronológico de
izquierda a derecha: en la extrema izquierda una refiguración del
encuentro entre Adán y Eva, en el centro la que parece una controvertida
representación del Edén o Paraíso y, al final, en la derecha, una
representación del Infierno.
Es
en este último panel que quisiera enfatizar: la escena está llena de
personajes diminutos, hombres y mujeres que aparecen como figuras
dramáticamente grotescas, vergonzosamente desnudadas mientras buscan
desesperadamente cubrirse con sus manos. En torno a ellos rota un polvo
de demonios de morfología obscena, malignamente deformes y enfocados en
las operaciones más inverecundas como devorar los cuerpos de los
condenados, defecar, parodiar una demencial ordenación de manera
satánica. En el fondo se entrevé una ciudad en llamas cuyos siniestras
llamas iluminan en la parte baja llena de condenados amontonados que
marchan hacia un pozo infernal. Más allá de los particulares, lo que
cuenta es el aspecto general de la obra: de esta escena
infernal –que en su plástica concreción recuerda la dantesca
“Ciudad de Dite” [1]– aparece claro el elemento del caos incontrolado,
de la marea montante de un desorden en cuyos episodios individuales
parecen cabalgar, de una Babel diabólica en la cual tiene vigencia un
clima hosco inmerso en la impiedad. Todo esto remite a la visión de una
sociedad infernal según la imagen de cierta iconografía medieval con
grande presencia de fuego, llamas y escenas de desesperación: un clima
caliginoso en el cual se mueven figuras tan blasfemas que rozan un
disgustante ridículo.
Si
El Bosco debiese pintar el infierno hoy, dudo que recurriría a las
mismas imágenes. Lo que él ha representado es un símbolo eficaz del
desorden revolucionario que precede y prepara el Nuevo Orden que se ha
estado construyendo desde la reforma protestante hasta hoy [2].
Los
autores contemporáneos que han representado la ciudad terrena en
términos infernales han utilizado caminos descriptivos muy diferentes:
baste pensar en las distopías de prensa estalinista de George Orwell en
“1984” o en la
dictatura tecno-cientificista de Aldous Huxley en “Un Mundo Feliz” o al
colectivismo despersonalizante de Yevgeny Zemiatin en “Nosotros”. En la
representación de la “ciudad infernal” del Bosco caracterizada por el
caos babélico revolucionario se subentran las descripciones de las
ciudades infernales de los autores modernos que asumen los trazos
opuestos de un espacio urbano y existencial fríamente planificado y
organizado en los mínimos detalles: del caos montante tan abundante en
las tradicionales imágenes del infierno alimentado eternamente por el
fuego destructor hemos pasado a las imágenes glaciales de una ciudad
perfectamente esterilizada en que la destrucción sucede en un blanco
silencio sepulcral sin gritos de dolor, sin estrépitos, y casi sin
escenas de desesperación visibles.
La
realidad es que viendo no se trata de dos imágenes contrapuestas fruto
de dos visiones antitéticas de la “ciudad infernal”.
Se trata en cambio de dos representaciones consecutivas cada una de las
cuales expresando dos momentos distintos de la edificación de la
distopía diabólica que se va configurando: el infierno del Bosco de
hecho simboliza la fase revolucionaria por su naturaleza caracterizada
por el caos aborrecedor del status quo; la de los autores
modernos imagina en cambio la “normalización” en formas sólidas de
aquella revolución, o sea, su cristalización institucional caracterizada
por una eficiente organización que aborrece el caos. A la fase
revolucionaria con sus colores cálidos y encendidos se sucede luego una
que institucionaliza la revolución con sus tonalidades frías y
uniformes.
Vivimos en una época transitoria que aún llega a su conclusión: en pocos años –motus in fine velócior–
ha llegado a su ápice deconstructivo la fase revolucionaria mientras
que al mismo tiempo ha logrado su máxima intensidad en términos de celo
la fase institucional: después que no es posible construir un mundo
nuevo si no sobre las ruinas del antiguo, he aquí que emerge la relación
dinámica que hay entre la visión babélica y por ende revolucionaria de
El Bosco, y la organizada y por tanto institucionoal de Orwell o Huxley o
Zemiatin de la “ciudad infernal”.
La
cual si ayer era semejante a un cúmulo de ruinas humeantes, ahora asume
el aspecto de un laboratorio perfectamente esterilizado y
maniáticamente ordenado.
FASE 1: LA DEMOLICIÓN
Decíamos
arriba que solo es posible construir una ciudad nueva sobre las ruinas
de una precedente: desde siempre, las ciudades más modernas surgen sobre
los cimientos de antiguas necrópolis cuyos muros, ahora abatidos,
fueron destruidos por la invasión de otros pueblos portadores de nuevas
mentalidades, nuevas perspectivas y nuevos estilos de vida.
En
el seno del mundo occidental –pero pronto a nivel planetario–, la
ciudad príncipe en estado de avanzada demolición es la Roma espiritual,
esto es, la Iglesia: brechas siempre más amplias se han abierto en los
bastiones defensivos hasta transformarse en puertas. A través de estas
brechas siempre más amplias han penetrado en medida creciente las hordas
de Gog y Magog
esto es, las ideologías laicistas y libertarias que por siglos la han
asediado en espera del momento oportuno para invadirla, demolerla y
reconstruirla según otros criterios como parece sugerir el cuadro de El
Bosco.
Una
preparación larga, paciente y metódica, ha precedido pues la invasión y
la demolición de la “Ciudad espiritual” que no habría podido
verificarse si sus defensores hubiesen conservado la combatividad
antigua y el arrojo expansivo que había conquistado nuevos territorios.
Mas cuando la tensión militante venida progresivamente a menos, los
defensores de la Ciudad primero habían vacilado, luego buscado acuerdo
con los invasores, y finalmente se rindieron provocados en esto también
por la dirección de líderes por la débil propensión guerrera, poco
inclinados a reiterar las gestas de sus antecesores, diplomáticamente
vueltos más a buscar el compromiso que animados por el espíritu
militante.
Y
así también los últimos resistentes, valga decir, los defensores que
habrían debido apuntalar la ciudad, correr sobre las almenas para
rechazar los asaltantes y defender los territorios conquistados se
rindieron como los espartanos contra los tebanos: hoy sabemos que la
guerrera Esparta –al contrario de la mastodóntica y urbanizada Atenas–
es una aldea insignificante en cuyo seno son visibles aún solo pocos y
pobres restos que representen la gloria pasada.
La
causa principal que ha desvirilizado a los defensores de la “Ciudad
espiritual” concierne principalmente la debilidad de los condotieros:
generales blandos e indecisos, incoherentes y hesitantes han infectado
con su debilidad a aquellos que en otros tiempos habrían dado la vida
para defender los muros ahora gravemente comprometidos de la Ciudad.
La
fe en la victoria se vino a menos: la fe de siempre arraigada en
fundamentos profundos se fue rompiendo sustituida por formas espurias
similares a las eflorecencias bacterianas que prosperan en un cuerpo
privado de vida. Como sucede en ciertos tumores, han forecido de las
formas contrahechas de los organismos en proceso de descomposición.
Estas contrafacciones han garantizado por largo tiempo en los
observadores la ilusión de hallarse frente a los organismos originales
aunque solo levemente cambiados en la forma, mas no en la sustancia.
Dejando
de metáforas, la fe tradicional en la invencibilidad de la “Ciudad
espiritual” con sus dogmas, sus liturgias, sus ritos y sus creencias fue
sustituida por tres formas espurias que han imitado el aspecto
engañando a quien creía que nada había cambiado.
Las
tres formas sustitutivas de la religión tradicional de que estamos
hablando son el sentimentalismo psicologista, el socialismo
filantrópico y el moralismo reduccionista.
Cada
una de estas tres estrategias intenta dirigirse contra otras tantas
tipologías de adeptos a la defensa de los muros: el sentimentalismo
psicologista mira a debilitar la resistencia de las élites culturalmente
mejor equipadas; el socialismo filantrópico mira a debilitar la
resistencia de la masa de los soldados; el moralismo reduccionista mira a
debilitar la resistencia de los cuadros intermedios o sea, la
burguesía.
Todas
las tres tienen en común la tentativa de volver las defensas de los que
resisten por medio de estrategias oblicuas alternativas a un ataque
frontal que aparecería demasiado abiertamente demolitivo.
La
demolición de los muros y sucesivamente de la Ciudad espiritual sucedió
realmente de modo lento e indoloro para evitar reacciones demasiado
violentas que habrían podido truncar la empresa desde su nacimiento.
Esquemáticamente se puede resumir como sigue la metamorfosis de la
religión tradicional en sus formas paródicas típicas del mundo
moderno:
La religión cristiana típica del occidente greco-latino se
fragmenta pues en tres secciones: el sentimentalismo psicologista, el
socialismo filantrópico y el moralismo reduccionista.
A
causa de la ruptura del vínculo con lo que llamaremos “mundo
superior” o sobrenatural o en términos antropológicos, el “sentido de
lo
sagrado”, cada una de las tres secciones tendrá como objeto correlativo
respectivamente una visión mágica, utópico-tercermundista o conformista
(esto es esta última, considerará la religión como nada más que una
fábula edificante) [3] de lo trascendente.
Sentimentalismo psicologista
Con
esta primera degradación de la religión tradicional se verifica una
forma de nueva religión sin dogmas en lugar de los cuales se coloca un
“misticismo extravagante”: El término “extravagante” es considerado
literalmente como “extra – vagante” o sea que “vaga fuera” o “vaga
lejos”.
A
diferencia de la religión tradicional que siempre ha bebido del mundo
superior, la nueva religión sentimentalizada bebe del mundo inferior o
–en términos psicológicos– del inconsciente.
Esta
prima forma de fe contrahecha que ha corrompido la resistencia
de los defensores de lo sagrado concierne a la que podemos definir como
“sentimentalismo psicologista”. Esto consiste precisamente en reducir
entre los confines infrahumanos y por tanto inmanentes instancias
espirituales tradicionales tradicionalmente enlazadas al mundo superior y
con él comunicantes. La psicología moderna ha actuado en este sentido
en dos frentes: con Freud
ha racionalizado las experiencias espirituales reduciéndolas a reflejos
inconscientes de visiones y experiencias objetivas vividas en estado de
vigilia; Jung ha separado la experiencia espiritual de su fuente
superior para revincularla a un sistema simbólico atávico derivante de
vivencias ancestrales primitivas. En otros términos, con Jung lo
trascendente no sería nada más que una suerte de memoria de masa en la
cual se registraron vivencias transgeneracionales remontadas a épocas
lejanas.
La
sentimentalización psicologista de la fe tradicional ha
operado por medio de una estrategia de elusión: constatada la
imposibilidad de lograr en la obra de abatimiento de las poderosas
fortificaciones de la Ciudad espiritual a cañonazos, los demoledores han
comenzado a señalar a los defensores una nueva divinidad, por ende un
ídolo, cuya fisionomía fácilmente es condfundida con la que se debe al
Dios tradicional del Occidente. La capacidad de contrafacción de este
ídolo es sorprendente sobretodo porque ha llegado a imitar deformándolo
uno de los caracteres principales de Cristo: su
misericordia por los errantes. La misericordia divina ha asumido un
carácter no solo pacificante, sino sobre todo pacifista.
La
Paz toma así el lugar de la Verdad, aun cuando la Paz es la Verdad no
menos que cuanto la Verdad sea la Paz. La Paz como valor supremo que
conseguir a toda costa ante el cual todo es sacrificable. En esta
perspectiva, la paz no se reduce a la pacificación de los pueblos, pero
sobre todo fue presentada como pacificación íntima, como lenitivo contra
las ansias existenciales y especialmente contra la inquietud de la
búsqueda metafísica consciente o menos que fuese. La sentimentalización
psicologista de la fe tradicional consiste pues en esto: la
religión debe garantizar la tranquilidad del alma más que la social.
Pero puesto que no puede haber tranquilidad sin que la adaptación –desde
que remar contracorriente es más difícil que dejarse llevar por los
eventos– si está consolidada. en el ámbito católico antes y en occidente
después, uno de los peores malos entendidos de la historia de la
humanidad moderna condensada en dos eslóganes cuya fuerza demoledora ha
abierto brechas enormes en los muros defensivos: “todo es gracia” y
“Cristo ha vencido el mundo”.
La
proposición “todo es gracia” fue acuñada por el escritor católico
francés Georges Bernanos en el interior de su novela de mayor éxito
titulado “Diario de un cura rural”. En esta el sacerdote protagonista
del relato llega a la conclusión que la Providencia se sirve de
cualquier situación volviéndola en bien no obstante sea originariamente
generada por los errores de los hombre.
De aquí a considerar la idea que todo concurre al bien, hay muy poco
camino. Ahora, para que el bien pueda verificarse con mayor facilidad,
conviene liberarse de la antigua costumbre que tiende a separar
totalmente lo que está bien de lo que estál mal ya que aun el mal acaba
actuando en favor del bien.
La otra proposición malentendida es “Cristo ha vencido al mundo”.
La
afirmación es teológicamente correcta porque Cristo con su Resurrección
ha realmente vencido al mundo en el sentido que ha destruido lo que del
mundo es el aspecto más angustiante, esto es, la muerte: la muerte con
la Resurrección de Cristo fue abolida, en su lugar se ha instaurado el
Reino de los Cielos eterno e inmutable. Pero decir que Cristo “ha
vencido al
mundo” significa que Cristo ha indicado el camino supremo para derrotar a
la muerte no es que esta fue vencida prescindiendo de cualquier empeño
individual. El sacrificio de Cristo pues no nos ha autorizado
apriorísticamente a amainar los estandartes de guerra en vista de la
salvación individual y de la necesidad de ser “sal de la
tierra”.
De
este nocivo mal entendido surge un optimismo de fondo del cual ha
tomado forma la creencia que el nuestro sea un mundo maravilloso donde
todo es posible y donde la felicidad y la salvación eterna están al
alcance de la mano sin necesidad alguna de fatigoso ascetismo o de
formación espiritual, y mucho menos del estudio de la ciencia sacra.
Socialismo utopista
Esta
segunda parodia de la religión tradicional escucha todo lo contrario de
los dos eslóganes arriba recordados; si en el
“sentimentalismo psicologista” estaba en vigor la regla según la cual
”todo es gracia” y “Cristo ha vencido al mundo”, en el socialismo
utopista vale el
eslógan según el cual “Nada es gracia” y “El mundo aún espera la
redención”.
Nada
es gracia porque en una perspectiva marxista, el motor de la
historia no es la Providencia divina, sino la lucha de clases: luego de
mutar las relaciones de fuerza entre clases subalternas y dominantes se
configuran las sociedades. Nada se obtiene por gracia, sino que todo se
conquista con la lucha: no es la mente guiada por la misericordia divina
que educa la mano, sino que es la mano que teniendo necesidad de
procurar lo necesario para la vida educa la mente a pensar en modo
eminentemente
pragmático. Con este punto de vista deviene entonces claro cómo la
redención sea un a priori fijado a partir del sacrificio de Dios,
sino una meta que aún se debe conseguir por medio de la construcción de
una sociedad sin amos y sin siervos, igualitarista y autárquica. La
utopía aún sin construir deviene así una parodia de la salvación eterna o
del
Paraíso: la eternidad no concierne más la salvación individual (fuera de
la universal), sino la colectiva o de la especie. Lo que cuenta no es
el hombre, sino la humanidad, y la religón no se dirige más a un Dios
trascendente, sino inmanente en nueva forma de panteísmo naturalista.
La
utopía socialista tiene por objetivo abatir la sociedad tradicional
fundada en relaciones jerárquicas como imagen de la jerarquía celestial y
la contemporánea construcción sobre los escombros del “Hombre Nuevo”
socialista cuyo hábitat no es más constituido por la naturaleza, sino
del artificio de las metrópolis. En una segunda fase, el utopismo
socialista prevé una suerte de “retorno a la naturaleza”
con la insignia del ecologismo y del primitivismo en que todo es común y
la misma familia no existe más. En otras palabras, el modelo
tercermundista es asumido como utopía deseable y esperable, pero calado
en una realidad física separada de la naturaleza e inmersa en el
artificio de ciudades siempre más anónimas.
Moralismo conformista
Este modelo de ascendencia en gran parte burguesa tiene como progenitor la ética protestante.
Tiene
como fundamento práctico lo que se define popularmente como “fe
actuante” o “testimonio silencioso”. Tales expresiones tienden a
consolidar una suerte de “mito de lo cotidiano” en el cual la misma
banalidad asume un carácter salvífico frente a la resignación
frecuentemente inerte.
De aquí nace la instauración de una suerte de laissez faire espiritual que es la contraparte religiosa del laissez faire
postulado por Adam Smith como fundamento del liberalismo económico. Así
comienza la fase del desentendimiento. Los defensores de los muros
delegan a la Providencia el resultado de la batalla y alimentan la
confianza que una intervención de lo alto pueda determinar el resultado.
Novenas, letanías y devociones son desconectadas de las obras de los
hombres, de su acción y de su voluntad de donde antiguamente eran el
indispensable viático propiciatorio antes de toda batalla. Donde los
bizantinos se reunían en Santa Sofía antes de enfrentar en batalla a los
otomanos para obtener fuerza, valor y espíritu de sacrificio, ahora los
fieles se reúnen para abandonarse en las manos de Dios en la creencia
que cualquiera de sus esfuerzos no tiene influencia. Se trata
evidentemente de una inercia o “religiosidad estática” que so pretexto
de la fe que todo lo confía a Dios, tiene como mira el mantenimiento y
la cristalización del status quo
sobre todo social. En esta forma paródica de la religión tradicional,
la fe consiste en una suerte de “coerción a repetir” los ritmos de
gestos y operaciones mentales siempre iguales. Pero como quiera que la
“coerción a repetir” es un modus vivéndi de matriz neurótica, un
cierto malestar comienza a reptar: la reacción y un malentendido sentido
de humildad son entonces instrumentalizados a fin de dar justificación
metafísica a los automatismos cotidianos a los cuales se acompaña
frecuentemente primero el aburrimiento y sucesivamente un espeluznante
sentido del absurdo destinado a desembocar en aquel existencialismo ateo
típico
de la modernidad.
FASE 2: LA EDIFICACIÓN DE SATANÓPOLIS
Aún
la “ciudad infernal” institucionalizada en la “ciudad soviética”
es ya una posibilidad que pertenece al pasado no menos que lo pertenecía
la “ciudad infernal” pintada por Jerónimo Bosco. Ahora la Satanópolis
en vía de edificación será similar a la ciudad soviética respecto al
panorama urbano, mas diferirá profundamente en cuanto al temple
psicológico y espiritual de sus habitantes.
La
revolución soviética fue un suceso traumático que, auqnue habiendo
tenido una larga gestación desde la Ilustración en adelante, se ha
inveterado en el breve giro de pocos meses tras la caída del último zar,
pasando
por el gobierno provisional de Kerenski hasta la formación del estado
soviético: muy poco tiempo para que una revolución social, económica y
cultural pudiese ser también una revolución antropológica: “el hombre
nuevo soviético” cuyo régimen estalinista siempre presumió ser su padre,
no existió jamás. El alma del pueblo ruso siempre permaneció
profundamente religiosa no obstante la propaganda invasiva del
régimen haber divulgado la metamorfosis y decretado su fun. Stalin y sus
sucesores fallaron en la misión de transformar al hombre en el sentido
de cambiar antropológicamente los caracteres sucedida la revolución. La
propaganda, la brutalidad policíaca y las armas de la seducción antes y
de la persecución después no pudieron más que arañar el alma del pueblo
ruso obteniendo solo una adhesión formal y verbal a los dogmas
soviéticos. Pero el corazón del hombre no se mutó.
En
cambio, la institución de Satanópolis que se va construyendo ha
prolongado la fase revolucionaria hasta los albores de la modernidad
haciendo una larga introducción o preámbulo que ha preparado mejor el
terreno en la educación y adoctrinamiento del hombre nuevo destinado no a
vivir, sino a habitar la ciudad infernal contemporánea: los
instrumentos de la pedagogía anticrística centrada en el ateísmo antes y
en el nihilismo después han perfectamente llegado donde la torpe
propaganda del régimen soviético había fallado. Las masas que la
revolución soviética no había tenido el tiempo de desvirilizar y mutar
antropológicamente, por la actual revolución laicista son en cambio
oportunamente reacondicionadas en un arco temporal prolongado de al
menos tres generaciones desde los años cincuenta hasta ahora.
La
nueva ciudad infernal hodierna mutua de aquella soviética el aspecto
exterior o la forma, pero su capacidad de condicionar las mentes es
mucho más eficaz: en realidad su edificación procede según los ritmos de
una marcha lenta, pero inexorable que ha eliminado progresivamente el
obstáculo principal –el katejón en términos
bíblicos– que podía impedir el desarrollo: la religión tradicional.
Esta por medio de una serie de etapas graduales fue primero sustraída de
lo sagrado, después profanada, luego ridiculizada y finalmente
disuelta.
Si
en la ex-URSS la revolución antropológica de la cual nacería el hombre
nuevo socialista era solo la mera ilusión de un manípulo de fanáticos,
en la moderna Satanópolis tal revolución es en cambio perfectamente
conseguida, y el hombre nuevo está para devenir una horrible realidad.
A
la luz de todo esto, el panorama urbano de Satanópolis estará privado
de símbolos o elementos que evoquen la idea de lo sagrado como lo
entendían las religiones antiguas. El hombre es capaz de expresar lo
sagrado en tres modos: como suma de caracteres, percepciones, materia y
forma.
La
esencia de lo sagrado es la confiabilidad que goza: esto tanto más
determina el destino de los hombres cuanto más se tenga confianza a sus
caracteres constitutivos de liturgias y ritos, a su análisis del tiempo
como sucesión de recuerdos que lo renuevan, en la percepción visual de
los símbolos que orientan la mente hacia un
destino.
La
misión de lo sagrado consiste en presentar símbolos a un destino:
los símbolos religiosos orientan a los pueblos hacia una perspectiva
trascendente, los símbolos laicistas orientan la mente hacia una
perspectiva
inmanente. Se puede decir por tanto que mientras los símbolos de lo
sagrado son la llave para acceder a un destino que trasciende la vida
terrena luego de un camino lineal, los símbolos de lo profano son la
llave para abrir la posibilidad de una función: de aquí deriva la la
formación de un hombre simpre que elija confiarse a los símbolos de lo
sagrado para encaminarse a un destino, o su reclutamiento si elige
confiarse a los símbolos laicistas que lo encierran en el seno de una
función. En esta perspectiva, mientras lo sagrado indica el camino de
una misión en pos de un cumplimiento, lo profano indica la vía de una
función en vista de un automatismo, esto es, el desarrollo de una
manción pre-establecida en la consigna del nietscheano “infinito retorno
de lo igual”: se está así calado en lo cotidano donde los mismos
gestos, los mismos pensamientos y las mismas operaciones son repetidas
hasta devenir un automatismo
narcotizante.
Luego,
lo divino es lo que eclosiona el destino por medio de lo sagrado, y lo
antidivino es lo que lo mantiene cerrado en el interior de un
automatismo
funcional.
Por
esto los constructores de la ciudad infernal tienen como fin, en una
fase aún primitiva de su proyecto, de realizar una sustitución:
sustituir los símbolos y el lenguaje de lo sagrado con los de lo
profano.
Para esto Satanópolis comenzará a erigirse casi imperceptible por medio
de una lenta pero constante remoción de los símbolos de lo sagrado: los
símbolos de lo sagrado para los constructores de la ciudad infernal
representan un peligro formidable porque encienden la lucha entre la
decisión por un destino personal o la elección por el automatismo
funcional en un
mecanismo colectivo. Los constructores de Satanópolis saben que los
símbolos sagrados son un fragmento de la verdad que se hacen visibles,
esto es, se historicizan en formas visibles como el arte sacro, la
liturgia, ritos y sacramentos: en virtud de esto su primera preocupación
es la de eliminarlos. Hecho esto se empobrece la posibilidad misma que
puedan obrar en el determinar el destino de un pueblo. En su lugar se
constituyen casi a hurtadillas los símbolos laicistas cuyo fin es el de
sedar las inquietudes salutíferas del espíritu como lo haría un
narcotico.
Las
figuras o símbolos de lo sagrado son tanto más eficaces en revelar un
destino y por ende desviar del automatismo funcional cuanto más potente
es su impacto: un símbolo de lo sagrado es más eficaz donde llegue a
inquietar y en algún caso, incluso a traumatizar. Por lo contrario, los
símbolos de lo profano son más eficaces cuanto más lleguen a anestesiar
por medio del automatismo funcional. Para esto el símbolo de lo sagrado
–esto es, el arte, el rito y la liturgia– debe
tener carácter de autonomía y evitar cualquier usabilidad utilitarista
para mostrar su independencia de lo profano: si falta esta
independencia, lo sagrado queda oculto y el destino velado.
En
el camino de sustitución silenciosa de los símbolos religiosos con los
profanos como aspecto prioritario en la construcción de Satanópolis, las
figuras visibles de la iglesia –repetimos: arte, rito, liturgia,
homilética y edificios sagrados– han abandonado su carácter sacro para
asumir el de la usabilidad utilitarista típica de lo profano. No hay más
impacto desestabilizante o descontextualizante causado por la autonomía
de lo sagrado, sino la institución de “áreas comunes” tejidas para
asegurar un vínculo de dependencia entre lo sagrado y lo profano
laicista, de lo que deriva la banalización de los símbolos de lo
sagrado, los cuales en lugar de abrir, acaban facilitando la
organización
del automatismo funcional de matriz colectivista.
Es
pues prioritario para los constructores de la ciudad infernal desarmar
los símbolos de lo sagrado a fin de volverlos banales: no deben ser más
contemplados en el estupor que genera un saludable detonador a su vez
preliminar a una salutífera inquietud.
Los símbolos de lo sagrado hablan, y su narración naturalmente
necesita de un lenguaje adaptado: por ejemplo, la homilética y la oración.
Deviene
por eso de fundamental importancia para los constructores de Satanópois
recurrir a una narración alternativa que impone un
lenguaje alternativo: ya no el lenguaje de lo sagrado, sino el de lo
profano, o sea, la terminología técnico-jurídica conforme
al automatismo funcional en el cual cada sujeto estárá inserto.
En
definitiva, el primer aspecto típico de la nueva ciudad infernal, claro
en los ojos de los hombres del pasado, pero ahora invisible para el
hombre nuevo que no podrá percibir ni la ausencia, será la desaparición
de los símbolos de lo sagrado, esto es, de los símbolos religiosos.
Hemos
señalado cómo el primer criterio en la edificación de Satanópolis
consistirá en una fase deconstructiva: el centro histórico, esto es, el
lugar en el cual se concentraron los más ricos y numerosos testimonios
de la arquitectura cristiana será progresivamente abandonado. En el Infierno de El jardín de las delicias
del Bosco, en la parte alta del cuadro, las llamas devoran y consumen
lo que queda de una ciudad: es una acción rápidamente destructiva e
ingenuamente brutal en su horrible evidencia. En la ciudad infernal que
se va edificando, la fase deconstructiva es mucho más lenta,
progresiva y sobre todomenos directamente perceptible, pero otro tanto
brutal: habituémonos a pensar los centros de Roma o Florencia o
cualquier otra ciudad europea como lugares que serán gradualmente
abandonados hasta quedar casi completamente deshabitados: ya los
primeros signos de este incipiente abandono son visibles como los
síntomas que indican el próximo surgimiento de una enfermedad; no
distintamente de lo que sucede en la Acrópolis ateniense, muchas
catedrales europeas (como
Notre Dame antes del incendio que la ha consumido) caen lenta y
literalmente a pedazos entre la indiferencia general no solamente de la
administración citadina, sino incluso (cosa mucho más grave) de los
mismos ciudadanos. Espectáculo análogo podemos observarlos en ciertos
barrios viejos de Pisa o de Venecia donde ya en algunas islas
dehabitadas de la Laguna las viejas iglesias languidecen en la
derelicción.
Las
iglesias no serán demolidas para no suscitar la indignación de quienes
estén todavía espiritualmente despiertos, sino simplemente abandonadas a
la incuria. Por portones forzados o simplemente derribados, cualquiera
podrá entrar a cualquier hora del día o de la noche para tomar lo que
quiera entre lo que quedó sin custodiar: mobiliario sacro, cálices,
cuadros de temática religiosa, ornamentos sacerdotales abandonados en la
sacristía o muebles viejos de madera preciosa.
Despojadas
de sus ornamentos, las iglesias no agotarán su función de receptáculo
de toda violación aún la más brutal y quedarán en disposición inerme de
quien quiera rayarla con escritos obscenos, blasfemias y símbolos
anticristianos; en lugar de viejos frescos ahora descoloridos por la
humedad que penetra por muros enmohecidos en el giro de una noche
veremos aparecer murales de tonalidades violentas, llenos de colores encendidos y pintadas con escritos coloridos indescifrables.
Después
del despojo y el saqueo, en una tercera fase de su martirio las
iglesias serán rápidamente transformadas en garajes donde guardar
motocicletas o bicicleas, depósitos abarrotados de herrumbre inútil,
objetos que no sirven más y descartes de uso doméstico como si fuesen
grandes cantinas.
De
noche, grupos podrán refugiarse, encender una fogata, escuchar música
sintética y alterarse con drogas o alcohol. En el exterior proseguirá la
rápida disgregación hecha de fragmentos de enlucido que se desprenden
de las paredes, techos que no resistirán más la infiltración del agua
lluvia, frescos y decoraciones externas que se consumen bajo la acción
de la intemperie mientras las estatuas antiguas pierden los brazos, alas
y cabezas.
En
las ciudades de provincia una vez distantes de las metrópolis, pero
ahora casi fagocitadas en ellas por causa del avance edilicio, ya ahora
es posible observar entre viejos caseríos o burgos despoblados el fin
peoso de los nichos sagrados donde las pinturas de temática cristiana
son dejados a la acción de la intemperie. Los ex votos que una
vez poblaban las paredes han desaparecido, quizá removidos por alguna
mano piadosa para ser conservados o, más prosaicamente, fueron robados.
El
fenómeno del abandono de las estructuras sagradas es aún más evidente
en ciertos retiros alpinos y apeninos: viejas iglesias de montaña
construidas con piedra sólida comienzan de súbito a caer desde el techo
hasta hacerse imposible el ingreso a causa del pavimento repleto de
escombros.
En su lugar surgirán estructuras similares a la denominada “Aula de meditación” en la sede de la ONU en Nueva York [4].
La
edificación de Satanópolis ha previsto pues un largo período de
gestación que podremos definir como “fase revolucionaria fluída”.
Durante tal período, todo lo que tiene que ver con la tradición afronta
una profunda metamorfosis. No sucesivamente, sino al mismo tiempo que
este proceso de demolición, se concreta una
fase de “institucionalización” que tiende a solidificar la nueva
sociedad demoníaca que en el entretiempo se va erigiendo.
El
íter de demolición a cargo de la “fase revolucionaria fluída” y la de
edificación por obra de la “fase institucional estática”
involucra algunos aspectos principales que podemos resumir:
FASE REVOLUCIONARIA FLUÍDA
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FASE INSTITUCIONAL ESTÁTICA
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Religión normativa
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Consultoría religiosa
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Exaltación de lo corpóreo
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Hospitalización del cuerpo
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Ecologismo
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Segregación ecofóbica
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Relativismo ético y apología del instinto
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Medicalización de la psique y narcosis emotiva
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Promoción de la creatividad heterodoxa
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Automatismo
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Libre investigación
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Esterilización cultural
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Aislamiento social
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Covivienda
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Amor libre
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Pornomanía, sexofobia
|
Consultoría religiosa
La
religión inmutable, o sea, catequética que designa por arículos
específicos las normas de conducta con respuestas claras, íntegras e
inequívocas será definitivamente sustituida por la religión consejera donde el ministro de lo sagrado se transforma de sacerdote en consejero:
esta última figura, típica del mundo anglosajón, pone preguntas
oportunas y practica el arte de la escucha sin dar respuestas, sin
aconsejar, sin exhortar, sin amonestar, sin corregir y sin señalar, sino
simplemente –según el principio cardenal de la consejería
psicológica– colabora con el requeridor a fin de activar sus respuestas
internas para que encuentre por sí mismo y con base en su propia
orientación cultural, la respuesta a sus proios problemas. El sacerdote
deviene así en un consejero, esto es, un facilitador al servicio
no ya del “fiel”, sino más oportunamente del “cliente” o del “usuario”
que deberá parir por sí mismo, según los principios de la mayéutica
filosófica griega, las respuestas a sus propias preguntas.
En
esta nueva perspectiva los catecismos, la teología moral e incluso el
decálogo serán relativizados en un subjetivismo solo aparente desde el
momento en que será interpolado –y por ende condicionado–
por las nuevas categorías laicistas.
Tales
categorías laicistas se centrarán en el relativismo ético y por el
subjetivismo solo en la medida en que no incluyan las visiones
tradicionales del mundo derivadas de las religiones históricas: más que
el relativismo de plano, el nuevo modelo interpretativo de la realidad
responderá a criterios de relativismo selectivo
donde cualquiera instancia encontrará derecho de ciudadanía siempre que
no sea de matriz tradicionalmente occidental yparticularmente
cristiana.
Cuando en el usuario que pide luces emerjan aún residuos del viejo credo como criterio de decisión, el sacerdote consejero
deberá transformarse de facilitador en conductor a fin de orientar la
decisión del individuo eliminando los esquemas interpretativos
preconstituidos a prióri: el fin del ministro de lo sagrado será el de
plegar y convencer al usuario para hacerse intérprete de la modalidad adapttiva: el
secreto de la felicidad consistirá en la anulación de las propias
aspiraciones y los talentos propios en nombre de una inmunidad de rebaño
más tranquilizante y narcótica respecto de las propias ambiciones y del
adormecimiento atrófico de los mejores talentos propios.
La
nueva religión civil y constitucional en apoyo de Satanópolis
responderá a un lema que retoma el credo: “No elevar a los mediocres a
nivel de los mejores, sino que los mejores se conformen con los
mediocres”.
Así
se acaba, en ún último impulso paradójico de honestidad, en mostrar los
verdaderos objetivos del relativismo selectivo: esto se mostrará
finalmente por aquello que es, o sea, un nuevo puritanismo
dogmático e intransigente según el cual el cliente es libre de hacer
cualquier cosa que le imponga el recto pensamiento laicista: solo en el
interior de este perímetro el oyente será lire de moverse, y solo en el
interior de este perímetro el sacerdote de Satanópolis podrá ser un
facilitador que guía dulcemente preferiblemente, pero brutalmente si es
necesario, al usuario hacia la modalidad adaptativa. El pastor/consejero
tendrá pues también la tarea de reconducir a la enferma infectada fuera
del perímetro del relativismo selectivo al interior del rebaño
colectivo y velae sobre la ortodoxia de su conformismo.
Hospitalización del cuerpo
Después del alma, el cuerpo es el bien más propio y más cercano que un hombre posee.
En
Satanópolis los ciudadanos son convencidos con todo medio de coerción a
entregarlo al estado: este gesto desde el punto de vista psicológico
sanciona la renuncia a la gestión del propio cuerpo y por ende de sí
mismos. Quien renuncia al propio cuerpo delegando la gestión a una
realidad burocrática, abdica a la libertad.
En
el plano bio-psicológico, los hombres cesan de ser varones en el plano
físico y de la volitividad, y cesan de ser padres en el plano social y
psicológico. Los conceptos de “masculinidad” y “paternidad” están en
fase de desertificacióe, y los del coraje y la virilidad mirados como
residuos de una edad de la cual avergonzarse.
Al
mismo tiempo que Satanópolis se consolida, el cuerpo masculino afronta
un proceso de desvirilización: todo lo que peertenece al dominio de la
fuerza, del coraje y de la salud es estigmatizado como bárbaro,
irracional e indigno del hombre nuevo. También el cuerpo, así como los
símbolos de lo sagrado, debe ser desestructurado: el deporte siempre más
reglamentado por normas que impiden cualquier contacto físico, por más
leve que sea, mientras en ningún ámbito como el deportivo la añiadidura
de la paridad física entre hombre y mujer encuentra acogida; debemos
esperar la institución de torneos y eventos deportivos en los cuales se
enfrentarán escuadras mixtas compuestas por hombres mortificados en su
físico y mujeres masculinizadas en el cual el juego se asemejará más a
un minué del siglo XVIII que no a una acción de juego.
Ya
ahora podemos recoger los primeros síntomas de la desvalorización
denigratoria de la actividad física dirigida al desarrollo de la energía
vital: esta es etiquetada como vagamente reconducible al culto fascista
del vitalismo, del activismo y de la acción rápida y decidida.
El
cuerpo del hombre nuevo en vía preliminar está padeciendo, como todo lo
demás, un proceso de obscenización: este es reducido a un pergamino
sobre el cual incidir los horribles motivos de tatuajes siempre más
simbólicos de una agresividad que deberá vicariar y sustituir en un
pálido
simulacro la fuerza física desaparecida en un cuerpo ahora débil y
enfermizo; lo que antes pertenecía al cuerpo en términos de energía
vital será luego en una primera fase representado por motivos que
reclaman la idea de una fuerza bruta e instintiva tal como ciertas razas
caninas eran más fuertes para enmascarar su inadecuación física frente a
razas físicamente mucho más estructuradas.
Tras
las apariencias de un tatuaje desesperado, todavía el cuerpo devendrá
siempre más flácido, delicado, débil y faborable por tanto al desarrollo
de una personalidad tendencialmente anoréxica, insegura, y dudosa
especialmente frente a la necesidad de tomar decisiones importantes.
La
propaganda de los Rectores de la ciudad infernal no hará sino continuar
sonando el bombo de un cuerpo que deberá maniáticamente ser higienizado
y preservado de todo contacto con agentes externos que lo puedan
infectar, de someter a continuas esterilizaciones cuyo buen resultado
implica entre otros la reducción a los términos mínimos todo contacto
social. Un cuerpo al que suministrarán dosis siempre más fuertes de
antivirales, vacunas y antídotos que reducirán siempre más la capacidad
autónoma de producir por sí los anticuerpos de forma natural.
La
misma enfermedad, así sea una simple influenza, será percibida por el
sujeto que la padece con un sentido de culpa, causada por su negligencia
en aceptar y someterse a los cuidados meticulosos que las autoridades
de la ciudad infernal han establecido para él: el cuerpo no se deberá
enfermar más –así les viene asegurado– no en virtud de su saludable
resistencia, sino gracias a las sustancias químicas que le serán
inyectadas.
Finalmente,
cuando Satanópolis sea una realidad manifiesta, el cuerpo será
hospitalizado, o sea, reducido a un estado de precariedad permanente en
el cual cualquier esfuerzo que eluda las simples funciones metabólicas –
alimentarse, dormir y defecar– debe ser cumolido con extrema
cautela o mejor, adecuadamente reducido: la fragilidad del cuerpo
impondrá un régimen alimenticio amébico y rígidamente vegetariano
mientras la actividad física será reducida al mínimo indispensable.
Y finalmente el cuerpo enfrentará un confinamiento entre espacios siempre más asfixiantes, sellados y esterilizados.
Segregación ecofóbica
Una
vez que la ecología elaborada pretextadamente con el fin aparentemente
noble de preservar el planeta de la enfermedad mortal constituida por la
sobrepoblación haya cumplido su tarea de culpabilizar a los hombres
bulándolos como asesinos del ecosistema se transformará en ecofobia: el
ambiente natural pasará de víctima de las fauces humanas con fin de su
usufructo a ser carnicera. Será por eso separada como agente patógeno
capaz de destruir la vida física de los hombres. El amor por el ambiente
a despecho del hombre se volverá lo contrario, en sospecha hostil
contra la naturaleza; se inculcará la necesidad maníatica de proteger el
cuerpo humano –ahora débil y perennemente
enfermizo– de la vigorosa brutalidad del ambiente que será presentado
por la propaganda como saturado de virus, generador de patologías y
coacervo de enfermedades.
La
demonización del ambiente justificará así la segregación ecofóbica de
los hombres: ellos serán perimetrados en el interior de una ciudad
siempre más separada de los campos, montañas, colinas, ríos y mares. Se
potenciará la institución de un “salvoconducto” que autorizará la
circulación fuera de los aglomerados urbanos reservado solo a aquellos
ciudadanos que tendrán que cumplir determinados requisitos siempre más
exigentes como la actualización vacinal permanente, un estatuto de buena
conducta, la superación de un examen de ortodoxia al régimen y la
adhesión a todas las iniciativas institucionales establecidas. En
Satanópolis, masas siempre más comprimidas de personas deberán vivir en
espacios restringidos, rígidamente higienizados y maniáticamente
esterilizados. La naturaleza demonizada será desde antes abandonadas:
poblados alpinos y apeninos, viejos burgos y antiguos asentamientos
serán posteriormente despoblados y se transormarán en montones de ruinas
que se sumirán en el silencio de las catacumbas: muros y campanarios
colapsarán llenando las viejas calles de escombros, las plazas y calles
serán invadidas por la vejetación que agrietará el asfalto y las
piedras, las casas vacías se harán eco del rumor del viento y devendrán
morada de animales nocturnos.
Lentamente
la naturaleza retomará lo que por millones de años fue suyo mientras,
fuera de la última autopista en desuso, se perfila el contorno de las
ciudades artificiales como fortalezas en medio del desierto. El hombre
separado del hábitat natural unirá a la decadencia física también la
psicológica: confinados en los asfálticos límites de un mundo artificial
de colores desvanecidos y preñado del hedor de desinfectantes, los
hombres devendrán siempre más extraños al mundo, incapaces de percibirse
como parte de un cosmos inteligente. Privados de la dimensión natural
como su hábitat y constreñidos a vivir en ambientes siempre más
metalizados y plastificados, los sentidos del gusto y del tacto
lentamente se atrofiarán: la comida será insípida y el apetito vendrá a
menos. Las superficies pulidas y las líneas ortogonales fastidiarán la
mirada volviéndola apagada y privada de curiosidad, el gozo estético de
un panorama de una colina o de la vastedad marina vendrá tan a menos que
muchos se olvidarán de su existencia.
La
naturaleza demonizada dará miedo al hombre, que la percibirá como
enemiga: mejor el gris de los palacios que el verde brillante de la
vegetación, mejor el asfalto alquitranado que los senderos en los
bosques, y mejor el olor pungente de los sanitizantes que el perfume de
los prados floridos.
El
hombre, expropiado de su dimensión natural, se tornará melancólico y se
apagará hasta reducirse a una larva bien peinada y perfectamente
sanitizada.
Después
la naturaleza también deberá ser higienizada y esterilizada, lo que no
excluye la aplicación de enormes incendios purificadores en nombre de la
salud del cuerpo de los hombres que ahora a duras penas llegarán a
curarse de una sencilla influenza estacional: bosques carbonizados
cubrirán las faldas de las montañas donde troncos totalmente
ennegrecidos serán todo lo que quede de los frondosos árboles seculares
llenos de aves y de vida. Pocas estepas resecas serán los míseros
testimonio de lo que una vez fueron bosques y arboladas así como los
pensamientos depresivos de mentes atónitas y debilitadas son solo el
pálido residuo de la vitalidad que una vez animaba a los hombres cuando
entraban en contacto con la naturaleza.
Todo
esto mientras para hacer frente a la penuria de géneros alimenticios de
primera necesidad se instituirán siervos de la gleba modernos ligados a
la tierra que no podrán abandonar. Su tarea será únicamente productos
alimenticios apenas suficientes para garantizar un nivel de
subsistencia.
Medicalización de la psique
Los
tranquilizantes, somníferos y sedantes serán siempre más los apoyos
indispensables de los cuales los hombres no podrán más menospreciar,
tanto como un par de robustas muletas pueden sostener a un hombre
enfermo a causa de un infortunio.
Los
sedantes servirán para congelar las emociones y para alisar la
inteligencia; el hombre nuevo será fundamentalmente obtuso, incapaz de
ímpetus vitales y analfabeto sobre las pasiones.
Si
el objeto de la psicología era de hacer levantar al hombre que estaba
afectado por la inedia y la abulia, la ciencia de la mente al servicio
de Satanópolis tendtá la tarea de introducirlo en ellas.
Toda
manifestación de curiosidad intelectual, de capacidad crítica y de
ingenio será mirada con sospecha en cuanto potencialmente subversiva.
Cada movimiento emotivo, deseo de emancipación y toda manifestación del
instinto natural, así sea moderada, será considerada una forma de
neurosis merecedora de cura. Los fármacos serán los sacramentos mediante
los cuales las inquietudes serán narcotizadas y los deseos de éxito
individual anestesiados. El mismo deseo de constituir una familia, de
tener prole y de ser monógamos será considerado como expresión de una
psicosis incipiente.
Estar
sanos significará estar ser infinitamente adaptables a las
circunstancias, estar totalmente homologados a la inedia espiritual y a
la inercia existencial. Nada debe turbar el proceder monótono y
repetitivo de una vida privada de slanci emotivos.
Automatismo de la cotidianidad
Si
en la fase revolucionaria fluida la orgía de creatividad llega hasta lo
bizarro, lo grotesco y lo extravagante donde toda manifestación
insólita y blasfema era mirada como modelo para imitar, la fase
institucional estática determinará un brusco giro. Cumplida la tarea de
destruir la sociedad tradicional, en Satanópolis la cotidianidad será
articulada por la repetición de gestos divididos,
repetidos monótonamente según un orden rígidamente preestablecido e
inmutable: cada hora de cada día en los que experimentar las mismas
cosas fútiles, ayer igual a hoy, hoy igual a mañana.
Todo
gesto individual reiterado en una suerte de coerción neurótica que
repetir habitúa la mente a concentrarse en la ejecución de una partitura
siempre igual en la cual el espacio reservado a la creatividad t a la
inventiva es reducido a cero. Los ciudadanos de Satanópolis deberán
pensar en una sola cosa a la vez en forma consecutiva y conclusiva;
ningún gesto y volición de la mente debe quedar inconclusa o incierta,
sino que todo debe ser concluido según reglas estándar bien delineadas
sin disgresiones. Las actividades del cuerpo y de la mente serán
reguladas por protocolos para los cuales establecida una causa debe
infaltablemente seguir un determinado efecto: se verifica así a nivel
colectivo un reflejo condicionado de tipo pavloviano. Ni un paso podrá
darse fuera de un camino peatonal obligado, ni se podrá ver una cámara
televisiva de la cual el espacio público estará saturado sin provar un
movimiento de miedo.
Aumentarán
las horas de trabajo, el esfuerzo físico y psíquico que requerirá el
trabajo será caracterizado por el tedio de gestos continuamente
idénticos y repetidos al cual se acompaña la fatiga procurada or
acciones percibidas sin sentido porque se ignora para qué sirven y
separadas del producto final del que no se sabrá nada.
El
tedio psicológico y la fatiga del cuerpo serán un excelente antídoto
contra todo espíritu de iniciativa y el mejor freno contra el
pensamiento crítico. La duda, la incertidumbre o la agitación serán
atrofiados, y las funciones de la mente y del cuerpo reducidas a la
ejecución de ejercicios menudos. Todo horizonte ideológico o de
perspectiva será pues fuertemente redimensionado.
Esterilización cultural
En
los países de tradición democrática, los grandes medios tienen el ron
de
“conciencia crítica” de un país frente al régimen vigente. Ellos
solicitan interrogatorios y levantan preguntas desarrollando así la
función de anticuerpos contra el virus de la deriva autoritaria.
En
Satanópolis las acciones malvadas, o sea, la progresiva reducción de la
libertad serán justificadas por las buenas intenciones, esto es, la
presunta salvacuarda de un “bien común” abstracto de contornos vagos. La
edificación del “bien común” justificará los muchos sacrificios y
renuncias que se pedirán a los hombres mientras en nombre del “mal
menor”
avanzarán demandas siempre más exigentes de renuncia a las libertades
fundamentales.
En
Satanópolis, toda expresión cultural enfrentará un proceso de
degradación que lo conduce desde una visión general y omnicomprensiva a
los microanálisis menudos y focalizados en los detalles individuales: la
literatura devendrá mera información, la historia devendrá sociología y
la filosofía psiquatría. Toda forma de saber deberá rescindir los lazos
con la trascendencia y anonadarla principalmente con la inmanencia.
Las
ciencias humanas devendrán meras representaciones de datos de hecho
visibles ligados a la vida cotidiana, y su función no será más la de
levantar interrogantes, sino de indicar procedimientos y protocolos.La
información deberá comunicar hechos sin comentarlos o interpretarlos, la
sociología con el auxilio de la estadística representarlos
matemáticamente, y la psiquiatría darle una explicación pseudoracional
al que adherir en modo fideísta.
La
escuela, información y familias serán sovietizadas, esto es,
transformadas al final de vehículos de eslóganes, palabras de orden y
epigramas de rápido y fácil aprendizaje tanto para las jóvenes
generaciones como a los adultos infantilizados. El abuso de la palabra
“amor” ya abundantemente utilizado con fines manipulatorios será todavía
más potenciado: por amor se deberá odiar a sí mismo, la propia historia
y la propia individualidad. Por amor no se deberá nadie escandalizar
más por nada.
Co-vivienda
Si
en la fase fluida de la revolución ha prevalecido la tendencia a
dividir y aislar, en aquella en que se institucionalice la revolución
prevalecerá la tendencia a la asociación.
Asociacionismo,
por supuesto, no elegido ni querido, sino impuesto: el hombre ya no
podrá esconderse de los demás hombres, la intimidad se reducirá a unos
momentos de desahogo, y el deseo de intimidad observado como potencial
trastorno psíquico.
Sin
embargo, dado que el lugar donde preservar un espacio privado es el
hogar y la familia, ambos aspectos estarán sujetos a un proceso de
erosión.
La
casa como lugar privado para vivir será penetrada por necesidades que
se hacen pasar por sociales: con toda probabilidad se establecerá la
“necesidad moral” de no tener una casa demasiado grande para las
necesidades de la familia: si lo es, la obligación legal o la compulsión
moral de dar hospitalidad a las llamadas “categorías desfavorecidas”,
especialmente si son inmigrantes en nombre de la solidaridad.
La
casa puede ser invadida y registrada más fácilmente por la policía,
puede ser controlada y vigilada a cualquier hora del día o de la noche
como si fuera la celda de un preso más o menos como podía pasar en la
antigua URSS o RDA. Dado que la destrucción de la familia va de la mano
con el tamaño de la casa, la disminución progresiva del número de
miembros de la familia irá acompañada de la reducción de los espacios
privados para vivir. Este proceso de “miniaturización” y
“colectivización” encuentra su expresión más evidente en la práctica de
la “co-vivienda” ya en una fase avanzada de consolidación en los países
escandinavos, no en vano aquellos en los que la familia tradicional y
natural se desintegra con mayor rapidez [5].
La
práctica de la covivienda consiste en la construcción de grandes
unidades habitacionales en las que existe un único espacio privado
compuesto generalmente por el dormitorio y un baño –más o menos como
podría ser una habitación de hotel– y una serie de espacios comunes para
compartir con otros co-alojamientos, típicamente una gran sala común,
cocina y algunos espacios recreativos.
El
modelo de covivienda está directamente relacionado con las ideas del
antropólogo y filósofo Claude Levi Strauss, padre de la corriente de
pensamiento denominada “estructuralismo”.
El
estructuralismo imagina y dibuja los contornos de la sociedad futura y
sobre todo de la familia como comunidad tribal primitiva caracterizada
por la poligamia, comunidad de descendencia, reparto de bienes y
abolición de la propiedad privada.
Además,
la fabricación de viviendas compartidas se verá facilitada por la
práctica de la paternidad femenina soltera: las mujeres podrán
convertirse en madres sin la ayuda del varón simplemente inyectando
líquido seminal vendido por “bancos de esperma” especiales directamente
en el útero también por post como ya hoy es posible en los países del
norte de Europa. Las mujeres ya no necesitarán de los hombres para
convertirse en madres y el hombre mismo, degradado en su paternidad,
será cada vez más marginado.
En
Satanópolis, por lo tanto, la sociedad estará compuesta principalmente
por solteros y madres solteras que vivirán en microunidades de vivienda
similares a nichos y equipadas con grandes espacios colectivos, cuyo uso
estará estrictamente regulado en términos de horarios, formas de
atención y reglas de uso. Ya no se podrá autogestionar el espacio
privado simplemente porque se colectivizarán los lugares donde se
vivirá.
Pronto,
por lo tanto, las casas, tal como han existido durante siglos, serán
inútiles y, de hecho, tildadas de dañinas para el medio ambiente, ya que
ocupan porciones excesivas de espacio.
Pornomanía y sexofobia
Una
de las bases del cambio en la fase fluida de deconstrucción fue el
“amor libre”. Las incitaciones a practicar el sexo en todas sus formas
particularmente fueron tan extravagantes y promovidas y estimuladas por
los medios masivos, influenciadores, psicólogos y
sociólogos. El “amor libre” no tiene miramiento por nadie: es alentada
la misma traición entre cónyuges, y la fidelidad conyugal es rechazada
como un retazo machista del pasado. El amor libre es portador de
emociones, libertades y nuevos escenarios; la fidelidad símbolo de
inmobilismo asfixiante, momificación y aburrimiento.
En
la fase sucesiva en que el proceso revolucionario se consolide e
institucionalice, y una vez que el “amor libre”,
junto a otros factores, haya agotado su rol de disgregador de la
familia, también el sexo libre será demonizado y visto como instinto de
troglodita, digno de una sociedad de bárbaros y no precisamente del
hombre nuevo, muy higienizado y colectivizado. Será mucho más civil,
cómoda e higiénica la práctica de la masturbación sistemática que sobre
todo, en la óptica desnatalita vigente en Satanópolis, representa el
avance de la infecundidad. La nueva conquista triunfante en la ciudad
infernal luego será representada por la pornomanía y la sexofobia.
Aparentemente,
los dos términos solos son contradictorios: a través de los medios, la
pornografía se transmitirá a toda hora y en toda ocasión en los canales
normales televisivos a fin de desencadenar una verdadera y propia
pandemia
pornográfica, esto es, una pornodemia. El sexo virtual y onanista
sustituirá el real y dual por el cual a la difusión de la práctica
pornomaníaca hará frente una disminución del sexo natural. Ahora, como
quiera que la difusión de la pornomanía es proporcional al abandono y
consiguiente disminución del sexo natural, este último será demonizada:
la sexofobia devendrá por esto desenfrenada y considerada en los límites
del delito más allá de incurrir en la reprobación moral colectiva.
Conclusión
La
conclusión no puede ser sino una, clara e inequívoca: si no nos
despertamos y si no asumimos ahora que todo cuanto se expuso arriba y ya
está en fase de edificación devendrá en trágica realidad, por más que
parezca exagerado o desproporcionado. De resto, la historia está llena
de eventos que antes que se verificasen aparecían inconcebibles y que no
es la ocasión aquí de recordar. Por ende, ¿qué hacer? Ante todo,
invocar el celestial auxilio. Luego, conviene desde ahora liverarnos de
los vínculos que nos atan a los bienes materiales. Hecho esto,
desaparece el miedo de perder algo y con esto se deviene más libres para
proceder. Es todo aquí.
NOTAS
[1] Infierno, VIII canto, VI círculo en que son condenados los epicúreos y los herejes.
[2] Sobre el recorrido en etapas de la revolución, ver a Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contrarrevolución.
[3] Sobre el tema del declive de la religión tradicional, remito para profundizar a mi estudio: Marco Sambruna, Il declino del sacro, Ed. Radio Spada.
[4] Acerca de la “sala de meditación” en las Naciones Unidas, ver:
http://www.unavox.it/ArtDiversi/DIV2661_Belvecchio_Meditation_room_all-ONU.html
[5]
Sobre este aspecto, recomiendo vivamente el artículo intitulado “A cosa
serve l’uomo?” (¿A qué sirve el hombre) en el siguiente enlace: http://www.vita.it/it/article/2016/08/05/a-che-cosa-serve-luomo-in-svezia-non-serve-a-niente/140360/.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)