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lunes, 22 de septiembre de 2025

PRÉVOST: «ROMA, LABORATORIO DE LA SINODALIDAD»

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
  

Si los lectores conocen bien la definición de Iglesia conciliar dada por el cardenal montiniano Giovanni Benelli Simoni [aunque el propio Montini acuñó el término diez años antes, N. del T.], ahora está aún más consolidada la nueva fórmula de Iglesia sinodal, expresión que, enmarcada en la lógica del modernismo, resume bien la completa horizontalización hacia la que tienden los últimos impulsos de la revolución.

En su discurso del 19 de septiembre ante la Asamblea de la Diócesis de Roma en la Basílica de San Juan de Letrán, León XIV Riggitano-Prévost expresó inequívocamente su visión de la sinodalidad. Reproducimos un amplio extracto de su discurso, con énfasis nuestro. Casi cada frase merecería un artículo aparte debido al alcance devastador de las ideas que expone:
[…] A través del proceso sinodal, el Espíritu ha suscitado la esperanza de una renovación eclesial, capaz de revitalizar las comunidades, para que crezcan en el estilo evangélico, en la cercanía a Dios y en la presencia de servicio y testimonio en el mundo.
   
El fruto del camino sinodal, tras un largo periodo de escucha y diálogo, fue ante todo el impulso a valorizar los ministerios y carismas, apoyándose en la vocación bautismal, priorizando la relación con Cristo y la acogida de los hermanos, empezando por los más pobres, compartiendo sus alegrías y tristezas, esperanzas y luchas. De esta manera, se destaca el carácter sacramental de la Iglesia. Como signo del amor de Dios por la humanidad, está llamada a ser un canal privilegiado para que el agua viva del Espíritu llegue a todos. Esto exige la ejemplaridad del pueblo santo de Dios. Como sabemos, la sacramentalidad y la ejemplaridad son dos conceptos clave en la eclesiología del Concilio Vaticano II y en la hermenéutica del Papa Francisco. Recordarán lo querido que era para él el tema patrístico del mystérium lunæ, es decir, la Iglesia vista en el reflejo de la luz de Cristo, en su relación con Él, sol de justicia y luz del pueblo.
   
El Papa Francisco, en la nota que acompaña al Documento Final de la XVI Asamblea Sinodal (24 de noviembre de 2024), escribe que éste «contiene indicaciones que, a la luz de sus orientaciones fundamentales, pueden ser ya acogidas en las Iglesias locales y en las agrupaciones de Iglesias, teniendo en cuenta los diversos contextos, lo que ya se ha hecho y lo que queda por hacer para conocer y desarrollar cada vez mejor el estilo específico de la Iglesia sinodal misionera».
    
Ahora nos toca a nosotros ponernos manos a la obra para que la Iglesia que vive en Roma se convierta en un laboratorio de sinodalidad, capaz, con la gracia de Dios, de realizar obras evangélicas en un contexto eclesial donde abundan los desafíos, especialmente en la transmisión de la fe, y en una ciudad necesitada de profecía, marcada por una creciente pobreza económica y existencial, con jóvenes a menudo desorientados y familias con frecuencia agobiadas. Una Iglesia sinodal en misión necesita dotarse de un estilo que valore los dones de cada persona y que entienda el rol del liderazgo como un ejercicio pacífico y armonioso, para que, en la comunión inspirada por el Espíritu, el diálogo y la relación nos ayuden a superar las numerosas presiones hacia la oposición o el aislamiento defensivo.
   
Por lo tanto, el dinamismo sinodal debe cultivarse en los contextos reales de cada Iglesia local. ¿Qué significa esto en términos concretos?
   
Se trata, ante todo, de trabajar por la participación activa de todos en la vida de la Iglesia. En este sentido, una herramienta para enriquecer la visión de una Iglesia sinodal y misionera son los órganos de participación. Estos ayudan al Pueblo de Dios a ejercer plenamente su identidad bautismal, fortalecen el vínculo entre los ministros ordenados y la comunidad, y guían el proceso desde el discernimiento comunitario hasta las decisiones pastorales. Por ello, los invito a fortalecer la formación de órganos de participación y, a nivel parroquial, a revisar los pasos dados hasta la fecha o, donde estos órganos no existan, a comprender las resistencias para superarlas.
    
Asimismo, quisiera decir unas palabras sobre las prefecturas y otros organismos que conectan diferentes áreas de la vida pastoral, así como los propios sectores diocesanos, diseñados para conectar mejor las parroquias vecinas en un territorio determinado con el centro de la diócesis. El riesgo es que estas entidades pierdan su función como instrumentos de comunión y se reduzcan a unas pocas reuniones, donde se discuten juntos algunos temas para luego volver a pensar y practicar la pastoral de forma aislada, dentro de sus propios límites parroquiales o según sus propios planes. Hoy, como sabemos, en un mundo que se ha vuelto más complejo y en una ciudad acelerada donde las personas viven en constante movilidad, necesitamos pensar y planificar juntos, rompiendo los límites preestablecidos y experimentando con iniciativas pastorales compartidas. Por lo tanto, los insto a hacer de estos organismos verdaderos espacios de vida comunitaria donde se pueda practicar la comunión, lugares de discusión donde se pueda implementar el discernimiento comunitario y la responsabilidad bautismal y pastoral compartida.
    
¿Y qué estamos llamados a discernir hoy? Lo logrado en los últimos años es valioso, pero hay algunos objetivos que debemos perseguir con un estilo sinodal en los que me gustaría centrarme.
    
Lo primero que sugiero es nutrir la relación entre la iniciación cristiana y la evangelización, teniendo en cuenta que solicitar los sacramentos es una opción cada vez menos común. La iniciación en la vida cristiana es un proceso que debe integrar la existencia en sus diversos aspectos, equipando gradualmente a las personas para una relación con el Señor Jesús, dándoles confianza para escuchar la Palabra, deseosas de practicar la oración y trabajando en la caridad. Es necesario experimentar, donde sea necesario, con nuevas herramientas y lenguajes, involucrando a las familias en el proceso y buscando ir más allá de un enfoque escolar de la catequesis. Desde esta perspectiva, es necesario tratar con sensibilidad y atención a quienes expresan el deseo del Bautismo en la adolescencia y la edad adulta. Las oficinas del Vicariato responsables de esto deben trabajar con las parroquias, prestando especial atención a la formación continua de los catequistas.
    
Un segundo objetivo es la implicación de los jóvenes y las familias, un ámbito en el que hoy encontramos diversas dificultades. Creo que es urgente establecer una pastoral de apoyo, empática, discreta y sin prejuicios, capaz de acoger a todos y ofrecer los caminos más personalizados posibles, adaptados a las diferentes situaciones vitales de quienes la reciben. Dado que las familias luchan por transmitir la fe y podrían verse tentadas a eludir esta tarea, debemos esforzarnos por apoyarlas sin sustituirlas, convirtiéndonos en compañeros de viaje y ofreciendo herramientas para la búsqueda de Dios. Es —debemos ser honestos— una pastoral que no repite lo mismo de siempre, sino que ofrece un nuevo aprendizaje; una pastoral que se convierte en una escuela capaz de introducir a las personas en la vida cristiana, de acompañarlas en las etapas de la vida, de tejer relaciones humanas significativas y, por lo tanto, de incidir en el tejido social, especialmente al servicio de los más pobres y vulnerables.
    
Finalmente, un tercer objetivo, me gustaría recomendar la formación a todos los niveles. Estamos viviendo una emergencia educativa, y no debemos engañarnos pensando que simplemente continuar con algunas actividades tradicionales mantendrá vivas nuestras comunidades cristianas. Deben volverse generativas: un vientre que inicia a las personas en la fe y un corazón que busca a quienes la han abandonado. Las parroquias necesitan formación, y donde no existan, sería importante incluir cursos bíblicos y litúrgicos, sin descuidar los temas que resuenan con las generaciones más jóvenes pero que nos preocupan a todos: la justicia social, la paz, el complejo fenómeno de la migración, el cuidado de la creación, el buen ejercicio de la ciudadanía, el respeto en las parejas, el sufrimiento mental y las adicciones, y muchos otros desafíos. Ciertamente no podemos ser especialistas en todo, pero debemos reflexionar sobre estos temas, quizás escuchando las muchas habilidades que nuestra ciudad tiene para ofrecer.
    
Todo esto, recomiendo, debe ser pensado y realizado juntos, de manera sinodal, como pueblo de Dios que no cesa de esperar, con la guía de los pastores, que un día todos puedan sentarse verdaderamente al banquete preparado por el Señor, según la visión del profeta Isaías (cf. 25,6-10). […]

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)