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NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN

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ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

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lunes, 22 de septiembre de 2025

EL DISCURSO New Age de LA “LUZ” EN EL VATICANO



El Papa Pío XII, en su radiomensaje a los peregrinos en Roma, expone, en continuidad con su programa trazado en “Summi Pontificátus”, que para reformar el mundo, es absolutamente necesaria la renovación de la vida humana y cristiana [= conversión] según el Evangelio y la doctrina católica (nada que ver con el secularismo antropocéntrico del Vaticano II exacerbado por el bergoglianismo aún vivito y coleando en tiempos de Riggitano-Prévost, como se dejó ver en el pasado y nunca suficientemente deleznable concierto “Gracia para el mundo” organizado por el fraile oligarcófilo Mauro María Gambetti Gambarati OFM Conv., y el discurso New Age que se lanzaron allá).
  
DISCURSO “Dal Nostro cuore”
   
1. Un grito de alarma: ¡a la acción!
Desde Nuestro corazón, amados hijos e hijas de Roma, os llega esta paternal exhortación: desde Nuestro corazón intranquilo, de una parte, por la prolongación de las peligrosas condiciones exteriores, que no logran permanente claridad; de otra, por una tibieza demasiado difundida que a muchos impide el emprender aquélla vuelta a Cristo, a la Iglesia, a la vida cristiana, que tantas veces hemos señalado como definitivo remedio de la crisis total que agita al mundo. Pero la confianza de encontrar en vosotros el consuelo de la comprensión y la firme prontitud para la actuación, Nos ha movido a abrirnos Nuestra alma. Grito de alerta es el que hoy escucháis de los labios de vuestro Padre y Pastor; de Nos, que no podemos permanecer mudos e inertes ante un mundo que inconscientemente prosigue por aquellos caminos que conducen al abismo almas y cuerpos, buenos y malos, civilización y pueblos. El sentimiento de Nuestra responsabilidad ante Dios exige de Nos el intentarlo todo, el emprenderlo todo, para que al género humano le sea ahorrada desgracia tan grande.
   
2. En la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, progresiva renovación religiosa.
Para confiaros estas Nuestras angustias hemos escogido la festividad –que mañana se celebra– de la Virgen de Lourdes porque conmemora las prodigiosas apariciones que casi cien anos ha, fueron, en aquel siglo de desbordamiento racionalista y de depresión religiosa, la respuesta misericordiosa de Dios y de su Madre celestial a la rebelión de los hombres, la irresistible llamada a lo sobrenatural, al primer paso para una progresiva renovación religiosa. Y ¿qué corazón de cristiano, por tibio y olvidadizo que fuera, podría resistir a la voz de María? No ciertamente los corazones de los Romanos; de vosotros que habéis heredado, transmitido durante largos siglos, junto con la fe de los Mártires, el filial afecto a María, invocada en sus venerables imágenes con los amorosos títulos, de lapidaria elocuencia, “Salus Pópuli Románi”, “Portus Románæ Securitátis” y con aquel otro mas reciente de “Madre del Divino Amor”, todos los cuales son monumentos de la constante piedad mariana, y con mayor verdad aún, dulce sello de una historia de probadas intervenciones de la Virgen en las calamidades publicas, que hicieron temblar estos viejos muros de Roma, siempre salvada gracias a la protección de Ella.
   
3. Frente a los graves peligros, examina qué se debe hacer.
Mas no ignoráis que mucho más extendidos y graves de cuanto fueran las pestes y los cataclismos terrestres son los peligros que sin cesar se ciernen sobre la presente generación, bien que su permanente amenaza ha comenzado a hacer a los pueblos casi insensibles y apáticos. ¿Seria, tal vez, este el mas infausto síntoma de la interminable pero no decreciente crisis que hace temblar a las mentes conscientes de la realidad? Renovado, por lo tanto, el acudir a la benignidad de Dios y a la misericordia de María, necesario es que todo fiel, todo hombre de buena voluntad, se torne a examinar, con una resolución digna de los grandes momentos de la historia humana cuanto personalmente pueda y deba hacer, como contribución suya a la obra salvadora de Dios, para venir en socorro de un mundo, que hoy se haya camino de la ruina.
  
4. Después de la floración religiosa del Año Santo, sacudir el funesto letargo.
La persistencia de una situación general, que no dudamos en calificar de explosiva a cada instante y cuyo origen tiene que buscarse en al tibieza religiosa de tantos, en el bajo tono moral de la vida publica y privada, en la sistemática obra de intoxicación de las almas sencillas a las que se le propina el veneno después de haberles narcotizado –digámoslo así– el sentido de la verdadera libertad, no puede dejar a los buenos inmóviles en el mismo surco; contemplando con los brazos cruzados un porvenir arrollador.

El mismo Año Santo, que consigo trajo una prodigiosa floración de vida cristiana, abierta primero entre vosotros y luego en los rincones todos de la tierra, no ha de mirarse como un meteoro resplandeciente pero fugitivo, ni como un esfuerzo momentáneo ya cumplido, sino como el paso, primero y prometedor, hacia la completa restauración del espíritu evangélico que, además de arrancar millones de almas de la ruina eterna, es el único que puede asegurar la convivencia pacifica y la fecunda colaboración de los pueblos.

Y ahora ha llegado el tiempo, amados hijos. Ha llegado el tiempo de dar los otros pasos definitivos, es tiempo de sacudir el funesto letargo; es tiempo de que todos los buenos, todos los preocupados por los destinos del mundo se reconozcan y aprieten sus filas; es tiempo de repetir con el Apóstol: «Hora est jam nos de somno súrgere» (Rom. XIII, 11): ¡Ea, es hora de que nos despertemos del sueno, porque ahora esta próxima nuestra salvación!
   
5. Un mundo entero que rehacer.
Es todo un mundo, que se ha de rehacer desde los cimientos, que es necesario transformar de selvático en humano, de humano en divino, es decir, según el corazón de Dios. Millones y millones de hombres claman por un cambio de ruta, y miran a la Iglesia de Cristo como fuerte y único timonel que, respetando a la humana libertad, pueda ponerse a la cabeza de empresa tan grande, y le suplican la dirección de ella con palabras claras y más aún con las lágrimas ya derramadas, con las heridas todavía sangrantes, señalando los inmensos cementerios que el odio organizado y armado ha extendido sobre la faz de los continentes.

6. La responsabilidad del Papa y de Roma.
¿Cómo podríamos Nos, puestos por Dios, bien que indignos, luz en las tinieblas, sal de la tierra, Pastor de la grey cristiana, rechazar esa misión tan saludable? Como aceptamos, en un día ya lejano, porque a Dios así plugo, la pesada cruz del Pontificado, así Nos sometemos al arduo oficio de ser, en cuanto lo permite nuestros débiles fuerzas, heraldos de un mundo mejor, querido por Dios, y cuya bandera deseamos entregar primero a vosotros, amados hijos de Roma, más vecinos a Nos y más particularmente confiados a nuestros cuidados; y por ello mismo puesto es, también vosotros como luz sobre el candelabro, levadura entre los hermanos, ciudadela sobre el monte; a vosotros, de quienes con razón esperan los demás mayor valor y mas generosa prontitud.
  
7. Exhortación a Roma a volver a sus realizaciones históricas de salvación.
Acoged con noble ímpetu de entrega, reconociéndola como llamada de Dios y digna razón de vida, la santa consigna que en el día de hoy os confía vuestro Pastor y Padre: Dar comienzo a un poderoso despertar en el pensamiento y en la actuación. Despertar, que obligue a todos, sin que nadie pueda evadirse al Clero y al pueblo, a las autoridades, a las familias, a los grupos, a cada una de las almas, en el frente de la renovación total de la vida cristiana, en la línea de la defensa de los valores morales, en la realización de la justicia social, en la reconstrucción del orden cristiano, de tal suerte que hasta el mismo esfuerzo de la Urbe, centro –desde los tiempos apostólicos– de la Iglesia, aparezca en breve tiempo resplandeciente en santidad y belleza.

La ciudad de Roma, sobre la cual cada edad ha impreso la huella de gloriosas actuaciones, convertidas luego en herencia del mundo entero, reciba de la actual generación, de los hombres que hoy la pueblan, la aureola de promotora de la salvación común en un tiempo en que fuerzas opuestas se disputan el mundo. Todo eso esperan de ella los pueblos cristianos, y, sobre todo, esperan de ella acción.
  
8. Acción y ya no discusión.
Este no es el momento de discutir, de buscar nuevos principios, de señalar nuevos ideales y metas. Los unos y los otros, ya conocidos y comprobados en su sustancia, porque han sido ensenados por el mismo Cristo, iluminados por la secular elaboración de la Iglesia, adaptados a las inmediatas circunstancias por los últimos Romanos Pontífices, tan solo esperan una cosa: la realización concreta.

¿De qué serviría el investigar las vías de Dios y del espíritu, si en la practica se eligieran los caminos de la perdición y con docilidad se doblegase la espalda al flagelo de la carne? ¿De qué saber y decir que Dios es Padre y que los hombres son hermanos, cuando se temiese toda intervención de Aquel a la vida privada y publica? ¿De qué serviría el disputar sobre la justicia, sobre la caridad, sobre la paz, si la voluntad estuviese ya resuelta a rehuir la inmolación, el corazón determinado a encerrarse en glacial soledad, y si ninguno osase ser el primero en romper las barreras del odio separador, para correr a ofrecer un sincero abrazo? Todo esto no haría sino convertir en mas culpables a los hijos de la luz, a los cuales les será menos perdonado, si han amado menos. No es con esa incoherencia e inercia como la Iglesia transformó en sus comienzos la faz del mundo, y se extendió rápidamente, y perduró bienhechora en el correr de su siglos y conquistó la admiración y la confianza de los pueblos.
  
9. El principal enemigo es la indiferencia e inercia.
Quede bien claro, amados hijos que en la raíz de los males actuales y de sus funestas consecuencia no esta, como en los tiempos precristianos o en las regiones aún paganas, la invencible ignorancia sobre los destinos eternos del hombre y sobre los verdaderos caminos para conseguirlos: sino el letargo del espíritu, la anemia de la voluntad, la frialdad de los corazones. Los hombres, inficionados por semejante peste, intentan, como justificación, el rodearse con las tinieblas antiguas y buscan una disculpa en nuevos y viejos errores. Necesario es, por lo tanto, actuar sobre sus voluntades.
   
10. Cómo proceder: conocer los males y atacarlos.
La acción a la que hoy llamamos a Pastores y fieles, sea reflejo de la de Dios: Sea iluminante y clarificadora, generosa y amable. A este fin, enfrentándoos con el estado concreto de vuestra y Nuestra ciudad, esforzaos por que estén bien comprobadas las necesidades, bien claras las metas, bien calculadas las fuerzas disponibles, de suerte tal que los presentes recursos iniciales no se presenten inútiles por ser ignorados, ni se le emplee desordenadamente, ni se les malgaste en actividades secundarias. Invítese a las almas de buena voluntad; ofrézcanse ellas mismas espontáneamente. Sea su ley la incondicional fidelidad a la persona de Jesucristo y a sus enseñanzas. Sea su oblación humilde y obediente; únase su trabajo como elemento activo a la grandiosa corriente que Dios moverá y conducirá por medio de sus ministros.
  
11. Primero Roma y después la humanidad entera: las clases de almas y la secular misión.
Para ello, invitamos a Nuestro Venerable Hermano, el Señor Cardenal Vicario, a que asuma su alta dirección, en la diócesis de Roma, de esta acción regeneradora y salvadora. Estamos seguros de que no faltaran, ni en numero ni en calidad, los corazones generosos que acudirán a Nuestra llamada y que llevaran a la realidad este Nuestro deseo. Hay almas ardientes, que con ansia esperan ser convocadas; a su anhelo impaciente se les señale el vasto campo de roturar. Hay otras somnolientas, y será preciso despertarlas; pusilánimes otras, y será necesario animarlas; desorientadas otras y habrá que guiarlas. A todas se les requiere un prudente encuadernamiento, un acertado empleo, un ritmo de trabajo que corresponda a la apremiante necesidad de defensa, de conquista, de positiva construcción. Así es como Roma revivirá en su secular misión de maestra espiritual de los pueblos, no solamente como lo fue y lo es, por la catedra de verdad que Dios estableció en su centro, sino por el ejemplo de su pueblo, de nuevo ferviente en la fe, ejemplar en las costumbres, concorde en el cumplimiento de los deberes religiosos y civiles, y, si pluguiere al Señor, prospero y feliz. Esperamos de buen grado Nos que este potente despertar, al que hoy os invitamos, promovido sin tardanza y continuado tenazmente según el plan trazado, y que otros podrán ilustrar en sus detalles, será imitado muy presto por las diócesis vecinas y por las lejanas, de suerte que sea dado a Nuestros ojos el ver volverse a Cristo, no solo las ciudades, sino también las naciones, los continentes, la humanidad entera.
 
12. La mano en el arado.
Manos, pues, al arado: Os mueve Dios que así lo quiere, os atraiga la nobleza de la empresa, os estimule su urgencia; y que el justificado temor de tremendo porvenir que seguirá a una culpable inercia venza todo titubeo y vigorice todas las voluntades.
  
13. Oración y ayuda divina: el auxilio de María.
Os apoyaran las oraciones de los humildes y de los pequeños, a quienes van vuestras más tiernas preocupaciones, los dolores aceptados y ofrecidos de los que sufren. Fecundarán vuestros esfuerzos por el ejemplo, y la intercesión de los Mártires y de los Santos, que a este suelo hicieron sagrado. Bendecirá y multiplicara el feliz éxito, por el cual ardientemente oramos, la Virgen Santísima, la cual, si en todo tiempo estuvo pronta a extender su mano protectora sobre sus Romanos, no dudamos que querrá hacer sentir estos hijos, que tan afectuosa piedad demostraron en su reciente glorificación, cuyo potente grito de hosana aun resuena bajo este cielo.
   
14. La Bendición Apostólica.
Os sirva, en fin, de consuelo y firmeza la paternidad Bendición Apostólica que, con ilusión de corazón, impartimos a todos vosotros que Nos escucháis, a vuestras familias, a vuestras obras y a esta Ciudad Eterna, cuya fe, ya desde los tiempos del Apóstol, es anunciada en el universo mundo (Rom. I, 8), y cuya cristiana grandeza, faro de verdad, de amor y de paz se perpetua constante a través de los siglos. Así sea.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)