«Mas consideremos las razones porque el martirio de María fue más cruel que el de todos los mártires. En primer lugar, reflexiónese que los mártires han padecido su martirio en los cuerpos por medio del fuego o del hierro: María padeció su martirio en el alma, como se lo profetizó Simeón: “Lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma” (“Et tuam ipsíus ánimam dolóris gládius pertransíbit”. Luc. II, 33). Como si le hubiera dicho el santo viejo: “¡Oh Virgen sacrosanta! Los demás mártires verán despedazados sus cuerpos con el hierro, pero Vos sereis traspasada y martirizada en el alma con la Pasión de vuestro mismo Hijo”. Ahora, así como el alma es mas noble que el cuerpo, así superó el dolor de Maria al de todos los mártires, como dijo Jesucristo a Santa Catalina de Siena: “No tiene comparacion el dolor del alma con el dolor del cuerpo” (“Inter dolórem ánimæ et córporis nulla est comparátio”). Por lo cual dijo el santo abad Arnoldo de Chartres que el que se hubiese hallado en el Calvario a ver el gran sacrificio del Cordero inmaculado cuando murió en la cruz, hubiera visto allí dos grandes altares, uno en el Cuerpo de Jesús, otro en el Corazón de María, donde al mismo tiempo que el Hijo sacrificaba su Cuerpo con la muerte, Maria sacrificaba el alma con la compasión (“Nímirum in tabernáculo illo duo víderes altária, áliud in péctore Matris, áliud in córpore Christi: Christus carnem, María immolábat ánimam”. Tract. de septem Verbis Dómini in Cruce, 3).
Además de esto, dice San Antonino, que “los demás mártires padecieron por el sacrificio de su vida propia; pero la Virgen santísima padeció sacrificando la vida del Hijo, a la cual amaba mucho más que a la suya propia” (Parte 1, título XIII, cap. XXIV). De manera que no solo padeció en el espíritu cuanto padeció el Hijo en el cuerpo, sino que a más de esto le causó más dolor a su Corazón la vista de las penas del Hijo, que si ella hubiera padecido todas aquellas penas en sí misma. Que María padeciese en su Corazóm todos los ultrajes con que vio atormentado a su amado Jesús, no puede dudarse. Todos saben que las penas de los hijos son también penas para las madres, cuando presencian sus sufrimientos. Considerando San Agustín el tormento que padecía la madre de los Macabeos en los suplicios que veía padecer a sus hijos, dice: “Padecía en todos viéndolos padecer; porque amándolos a todos sufría en los ojos lo que ellos padecian en su carne” (“Illa vidéndo in ómnibus passa est; qui amábat omnes, ferébat in óculis quod in carne omnes”. Sermón de los Santos Macabeos, cap. VI). Así también sucedió en María, todos aquellos tormentos, los azotes, las espinas, los clavos, la cruz que lastimaron las carnes inocentes de Jesús, escribió San Amadeo, entraron al mismo tiempo en el corazon de María para consumar su martirio (“Ille carne, illa corde passa est”. Homilía V). De modo, dice San Lorenzo Justiniano, que el Corazón de María fue como un espejo de los dolores del Hijo, en el cual se reflejaban las salivas, los golpes, las heridas y todo lo que padecía Jesús (“Claríssimum Passiónis Christi spéculum efféctum erat cor Vírginis; necnon et perfécta mortis ímago. In illo agnoscebántur sputa, convítia, vérbera, et Redemptóris vúlnera”. De triumphále Agonía Christi, сар. 11). Y reflexiona San Buenaventura que aquellas llagas que estaban esparcidas por todo el cuerpo de Jesús, estaban todas después reunidas en el Corazón de María (“Síngula vúlnera per ejus Corpus dispérsa in uno Corde sunt uníta”. De planctu Vírginis, en Stímulum Amóris, parte 1, cap. III).
De suerte que la Virgen por compasión del Hijo fue en su amante Corazón azotada, coronada de espinas, despreciada y clavada en la cruz. Y así contemplando el mismo Santo a María en el monte Calvario, cuando asistía al Hijo moribundo, empieza a preguntarle: “Señora, decidme, ¿dónde estábais vos entonces? ¿Estábais solamente cerca de la cruz? No, mejor diré que vos estábais en la misma cruz crucificada juntamente con vuestro Hijo” (“¡Dómina mea! ¿Ubi stabas? ¿Númquid tantum juxta crucem? Immo in cruce cum Fílio crucifíxa eras”. Ibid.). Y Ricardo de San Lorenzo, sobre las palabras que el Redentor dijo por Isaías: “El lagar pisé yo solo, de las naciones no hay hombre alguno conmigo” (“Tórcular calcávi solus, et de géntibus non est vir mecum”. Isa. LXIII, 5). “Señor”, añade, “tenéis razón de decir que en la obra de la humana redención sois solo para padecer, y no tenéis hombre alguno que se compadezca bastantemente de Vos; pero tenéis una mujer que es vuestra Madre, la cual padece en su Corazón cuanto Vos padecéis en el Cuerpo” (“Verum est, Dómine, quod non est vir tecum, sed mulier una est tecum, quæ omnia vulnera, quæ tu suscepisti in corpore, suscepit in corde”. De láudibus beátæ Maríæ Vírginis libri XII, lib. 1., cap. V)».
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, Las Glorias de María, segunda parte, Discurso IX “Los dolores de María”, punto 2.º.
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