Oración tomada del Sermón 62 del Bienaventurado Claudio de La Colombière SJ, en Les flammes de l’amour de Jésus ou Preuves de l’ardent amour que Jésus-Christ nous a témoigné dans l’œuvre de notre rédemption, del Padre Désiré Pinard, París-Lyon, librería de los hermanos Perisse, 1836, págs. 182-183. Traducción propia.
Dios
mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos
esperan y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda toda las
cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando
sobre Vos todas mis inquietudes: «Mas yo, Dios mío, dormiré en paz, y
descansaré en tus promesas: Porque tú, ¡Oh Señor!, sólo tú has asegurado
mi esperanza» (Ps IV, 9-10).
Los hombres
pueden despojarme de los bienes y de la honra; las enfermedades pueden
quitarme las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo, ¡ah desgracia!,
puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no perderé mi
esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida, y serán
inútiles todos los esfuerzos de los demonios del Infierno para
arrancármela.
Que otros esperen su felicidad
de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su
vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus
buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor,
toda mi confianza es mi confianza misma. A nadie engañó esta confianza:
«Contemplad, hijos, las generaciones de los hombres; y veréis cómo
ninguno que confió en el Señor quedó burlado» (Eccl. II, 11).
Por
tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente
espero serlo y porque es de Vos, ¡oh Dios mío!, que lo espero. Bien
conozco, ¡ah!, demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé
cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; pero nada de
esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me
conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de
esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.
Ahora, lo digo ante el cielo y la tierra: ¡espero en Vos, Dios mío! «En
ti, oh Señor, he confiado; no sea yo confundido jamás» (Salmo XXX, 2).
En
fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que
conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, ¡oh mi dulce
Jesús!, espero que perdonaréis mis pecados, que me amaréis siempre y que
yo os amaré sin interrupción en el tiempo y por toda la eternidad. Así
sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios deberán relacionarse con el artículo. Los administradores se reservan el derecho de publicación, y renuncian a TODA responsabilidad por el contenido de los comentarios que no sean de su autoría. La blasfemia está estrictamente prohibida, y los insultos a la administración es causal de no publicación.
Comentar aquí significa aceptar las condiciones anteriores. De lo contrario, ABSTENERSE.
+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)