Por María Angustias Moreno Cereijo. Rescatado de CATÓLICOS ALERTA.
El día 9 de Enero de 1902 nació en Barbastro (Huesca) José Mª Escriba, luego Escrivá de Balaguer, que más adelante adquiriría el título de Marqués de Peralta, por lo que en este año 2002 Monseñor cumpliría 100 años. Fecha prevista por los suyos para su canonización. Ahora el Vaticano ya ha anunciada que será el domingo 6 de octubre del 2002.
Evidentemente ni la rapidez ni los modos son ninguna sorpresa, más aún si se cuenta con la experiencia de cómo llevaron a cabo su beatificación. Vimos entonces cómo “pasaron” sin el menor escrúpulo del Edicto que el 12-5-81 iniciaba de forma preceptiva dicha beatificación (en el que se ordenaba que todo el que tuviera alguna noticia al respeto tenía deber de darla), cómo eliminaron testigos a su antojo por medio de calumnias que los hiciera desestimables, cómo corrigieron e inventaron escritos del propio Escrivá, cambiaron historias, etc, etc... Pero, aunque no sorprenda, no quiere decir que no sea un aldabonazo a la responsabilidad de quienes, sintiéndonos Iglesia, hemos tenido que ver con el tema.
Durante todos estos años, desde que salí del Opus, además de recuperar mi vida de familia, de amistades, profesional y social, he cursado estudios superiores de teología en el C.E.T. de mi ciudad, Sevilla, y trabajo asiduamente en la profundización y difusión del conocimiento del mensaje bíblico. Mi perspectiva por tanto y mi opinión es la de alguien que cree, que practica (o que vive comprometida con lo que cree), que es precisamente lo que me motiva. Ahora ya gracias a Dios desde la serenidad y la libertad de quien se siente “al otro lado” de la movida, aunque de una movida, y esa es la cuestión, que se da en el seno de una Iglesia que es también la mía
Mi experiencia personal tanto de la Obra fundada por dicho señor, a la que pertenecí durante catorce años en vida de Monseñor, como de él mismo, quedó ya aportada en los dos libros que en su día publiqué “sobre” el tema (y no “contra” como algunos se empeñan en decir). Por lo que no me propongo ninguna clase de “cruzada” para desmontar nada, sino la más elemental llamada de atención a la reflexión que conlleva la responsabilidad a que antes aludía.
Me había planteado que convenía ya que fuesen “otros”, que hayan dejado la institución más recientemente, los que hablasen y lo hicieran con mayor actualidad. Pero me permito volver a salir a la palestra por entender que los realmente implicados en el problemas somos los de mi época, época de vida del fundador y por tanto fundacional. Como de esa época son también los que por parte de la Obra siguen protagonizando todo lo que este nuevo proceso conlleva.
Un proceso nuevo y a la vez, a mi entender, bastante más serio que el anterior pues una beatificación no es sino la propuesta al discernimiento público respecto a la santidad de alguien, mientras que la canonización supone una “definición” pontificia, con todas las correspondientes repercusiones.
Dicen que cuando lo que se canoniza es un fundador, más que a la persona lo que se canoniza es el “espíritu” de su obra. Algo que en éste caso complica aún más las cosas. Pues si nos atenemos a la reiteración con que la institución plantea que si se les cuestiona u ofende a ellos –a la Obra– es a la misma Iglesia a la que se ataca, etc., considerándose por tanto no una organización más de la Iglesia sino algo así como la misma Iglesia (o una iglesia dentro de la Iglesia) ¿de que espíritu hablamos? Es evidente que en la Iglesia existen, y es bueno que existan, grupos distintos, con misiones diferentes, como consecuencia de la diversidad de carismas, mejor o peor identificados con el Espíritu del Evangelio y, por tanto, susceptibles de ser criticados como tales, sin más problema que la superación que de ello debe derivarse.
Por eso, aunque de hecho se trate de una canonización más, o una de tantas, las connotaciones concretas son a la vez específicas. Pues dadas las características apuntadas es la misma Iglesia (y no ya la Obra) la que de alguna manera (y por imposición de la Obra) resulta especialmente afectada. Pues de la misma manera que la Obra se apropia de la santidad de la Iglesia, todo escándalo que pueda tener que ver con la Obra acaba resultando achacable de una manera especial a la Iglesia. Con el consiguiente rechazo que esto supone para no pocos respecto a la misma. Por lo que si mala puede ser la utilización que la Obra hace de la Iglesia para amparar en ella una bondad que no es la suya propia, no menos malo resulta que nos quedemos indiferentes ante quienes por la misma razón revierten sobre la Iglesia los descalificativos que la Obra les merece.
En la Obra puede ser especialmente preocupante, por ejemplo, la clase de poder que utiliza por medio de las riquezas que acumula (por el marketing que crean, la clase de presión que con todo ello ejercen, etc..); trampa en la que muchos acaban cayendo al no descubrir el montaje de “magnificaciones” que ellos mismos promueven con el fin de ser debidamente considerados o temidos. Preocupante no porque esa forma de actuar no sea frecuente en nuestra sociedad, que lo es. Como es frecuente la mentira, el atropello, la suficiencia, la rentabilidad y el poder a costa del mas elemental respeto a la dignidad de lo propiamente humano. Pero no por frecuente y abundante menos grave. Más aún si se hace en nombre de Dios y no digamos si son esos planteamientos los que en el fondo van a acabar siendo “canonizados” como cristianos.
Pues aunque lo que se canonizara de la Obra fuese “la teoría” de la que alardean, buena como tal(?) , esa que luego no tiene nada que ver con la práctica, seguiría siendo mala tanto la tergiversación como tal de decir una cosa y hacer otra, como “la cuota” de confusión, de deformación, de contravalores, o de mentira, que de esta manera se consigue infiltrar, seguir infiltrando (desde ahora además canonizada) en las familias, en la sociedad, en la mentalidad profesional, en la política, etc.
Hablan de amor a la libertad o respeto a la persona cuando solo actúan por medio de imposiciones. Con ellos y para ellos el dialogo no existe. Ni siquiera la elección para hacerse de la Obra conlleva ninguna clase de libertad en la que pudieran estar justificadas las “imposiciones” posteriores, porque una cosa es lo que te ofrecen y otra muy distinta la que te encuentras. Llaman “consultas” y “consejos” a los mandatos más imperativos. Tanto que incluso tienen establecido el juramento de no criticar nunca ni por ningún motivo a los directores, ni cuestionar sus mandatos en lo mas mínimo. Debidamente aleccionados por su fundador están convencidos de que sólo ellos, los que dirigen la Obra (siempre muy pocos, muy desde arriba y en base a las premisas de sus constituciones que sólo los directores manejan) tienen siempre la verdad.
Dicen que son “sembradores de paz y de alegría”, aunque lo que promuevan sea la “angustia” que supone la carga de culpabilidades que constantemente se inventan, dados los métodos y conceptos con los que trabajan; o la derivada del secretismos que imponen a sus socios respecto a cualquier tipo de cambio de impresiones o comentario con padres, amigos, etc.. que pudiera contribuir a sopesar el planteamiento sobre cualquier clase de temas.
Se muestran más devotos del Papa que nadie, para conseguir tenerlo a su favor y siempre y cuando lo tengan, ya que si el Papa no “coincide” con ellos lo que hay que hacer es rezar para que cambie. Como tuvimos que hacerlo con Pablo VI los que entonces estábamos dentro de la Obra.
Dicen, dicen... y mienten y calumnian, y niegan la más elemental conciencia personal. Y lo hacen, no a titulo personal, sino de forma corporativa y como consecuencia de planteamientos fundacionales.
Por eso no es que en la Obra, como dejé claro en mis libros, no haya gente estupenda, que la hay. Gente que sabe cosas que no quiere “creerlas”, y otros que acaban creyéndoselas todas....
¿Canonizando a Escrivá (y sin entrar en juicio de intenciones personales) qué es lo que se canoniza?
Honestamente y en consecuencia con mis propias vivencias, hoy por hoy ratificadas ya por muchos, publicadas, como decía, sin más réplica o desmentido que la calumnia y el ensañamiento con la persona que de ellos difiere, lo que en principio y fundamentalmente se canoniza, porque son los pilares sobre los que se mueven, creo que sin contar con algo tan básico en moral cristiana como lo es que ningún fin, por bueno que sea, justifica los medios, sería:
- Un desmedido culto al fundador. Potenciado por la canonización
- La mentira como sistema (para el prestigio que se proponen, proselitismo, etc.).
- La despersonalización y manipulación de la mente de los que con ellos se forman; negando con ello la más elemental libertad.
Canonización por tanto que difícilmente se puede entender si no es como consecuencia de la argucia de unos, la mentira de muchos, la cobardía de otros, y la irresponsabilidad o frivolidad de no pocos.
En principio y para empezar no deja de ser significativo que en una época en la que la teología más cualificada se esfuerza por dar al milagro, a los milagros de la revelación, el contenido y el sentido debido (y no estoy ni mucho menos en la línea de quienes pretenden reducirlos a puro lenguaje simbólico), es curioso que en base a testimonios no siempre imparciales que califican “algo” de milagro (en el caso de que lo fuese) se pretenda fundamentar sin más una canonización. Creo que ni el mismo Cristo, con todos los milagros que hizo, si no hubiera sido por el testimonio de su vida y el contenido de su mensaje, hubiera sido el que es.
Canonización que, por los motivos expuestos, y dado que se trata de una declaración solemne desde la cátedra de Pedro, habrá quienes además se la tengan que cuestionar ahora como materia de fe. ¿Ex cathedra?
Felicidad para unos. Desaliento para otros. Admiración. Desazón. Aprobación. Escandalo..... ¿Pantomima?.
Alguien ha llegado a definir la canonización de Escrivá como “una burla siniestra” (...) “un proceso irregular que compromete la credibilidad de la Iglesia”.
Un proceso en el que ha sido “necesario” calumniar, arrollar, y desprestigiar,.... como lo han hecho concretamente conmigo además de con otros que como yo conocimos a Escrivá y pertenecimos a la Obra por él fundada, sólo para evitar declaraciones (obligadas según derecho) que a los fieles hijos del “padre”, impelidos por el mandato de santificarle que él mismo les legara y según los modos y maneras aprendidos también de él, no les interesaban; para éstos, entre los que me encuentro, la experiencia realmente ha sido fuerte, muy fuerte.
Una vez más han utilizado su evidente habilidad para deslumbrar con la “imagen” de una multitud de gente guapa, disciplinada, educada, entregada, “reclutada” con toda clase de artimañas además de financiada.... ( ¡qué no se habrá gastado la Obra en el evento!), que lógicamente hay que reconocer que ¿a quien no cautiva? ¿A qué eclesiástico no le va a entusiasmar la posibilidad de contar con todo este potencial al servicio de la misión de la Iglesia? Y ahí es donde está la cuestión: ¿al servicio de quién y para qué? En principio y fundamentalmente de su propia egolatría, de los cuestionables sistemas y procedimientos fundacionales de la Obra, y del proselitismo institucional como objetivo siempre prioritario.
Un hecho con el que puede pasar algo así como lo que pasa con las grandes autopistas que se han construido en nuestro país, que en principio entusiasma verlas, pero luego... como están hechas con trazados que taponan cauces naturales de ríos, etc., cuando vienen las lluvias, vienen las catástrofes (como en la parábola del evangelio), y no precisamente para quienes las construyen, sino para los que las utilizan.
La imagen puede ser magnífica, lo malo es cuando se trata de una fachada que nada o muy poco tiene que ver con lo que hay detrás, como poco tiene que ver el alarde de libertades que hacen, de amor al Papa, de convivencia amable, de dedicación secular a las distintas profesiones... con lo que de hecho hacen.
Ya que como todos sabemos, o al menos deberíamos saber:
El fin no justifica los medios
La imagen aludida, la fachada en la que se amparan, no justifica, no puede justificar, no ya que los señores del Opus plateen sus cosas como lo hacen, sino que todo eso haya sido consentido y compartido por la propia Jerarquía de la Iglesia. Una Iglesia a la que pertenezco y a la que amo, porque creo que es la portadora del testigo de los Apóstoles y por tanto de la misión que Cristo les legara. Razón por la cual, junto con el hecho de haber pertenecido a la Obra, me siento incómodamente obligada, responsabilizada (como más de una vez he explicado), a “clamar” o requerir coherencia, claridad, verdad, autenticidad.
No se trata de plantear, en absoluto, que el Opus desaparezca, ni de entrar en juicios de valor respecto a las intenciones de su fundador (más o menos simple o cualificado), ni de desmerecer de los que llenos de buena voluntad, engañados, manipulados o no, dejando que la Obra se sirva de ellos, o sirviéndose ellos de la misma, engrosan sus filas. No se trata de nada de ello, pero sí de cuestionar que procedimientos y actuaciones como los vividos puedan ser canonizables, o puestos como ejemplo de vida cristiana, que eso es lo que quiere decir canonización.
Canonización a su vez que tal vez haya sido la única conseguida muy a pesar de la clase de disenso en el común de los fieles que ha tenido ésta. Como único fue también el precedente de la Prelatura (y consiguiente posibilidad de llegar a ser una “iglesia” dentro de la Iglesia). Siempre con los mismos métodos y los mismos medios.
Basada además en algo que también siempre me resultó desilusionante, por engañoso y poco claro, cual es la costumbre de este fundador de decir frases o dictar consignas como originales suyas que no eran sino copia de otros, sin citar a nadie. Que es lo que creo se sigue haciendo ahora cuando se presenta el mensaje de la santificación del trabajo ordinario como original de Escrivá; en principio y fundamentalmente porque además de ser el mensaje central de Evangelio en general, para poder entenderlo de esa manera habría que empezar por borrar del mapa a San Pablo. Tergiversación a mi entender grave, dada la prioridad, sutil pero efectiva, que de ésta manera se da a ejemplaridades personales respecto al propio mensaje Bíblico, como ya sucediera en épocas pasadas de la historia de la Iglesia con nefastas consecuencias. ¿Que ahora hemos de aceptar por mandato de la jerarquía de Iglesia como ejemplar?
Ante tanta vulnerabilidad a la debilidad por parte de quienes, (como es el caso de la jerarquía de la Iglesia) nos parece que deberían ser los primeros en “resistirla”, surja el dilema: Para unos a modo de temor ante el asombro que les supone pensar “en manos de quien estamos”; para otros en forma de sorpresa por no entender como Dios permite estas cosas.
Ahora, parece que lo “normal” es sacar adelante los proyectos por medio de toda clase de marketing, de poder, de dinero, cuando mentir no es ningún problema y todos estamos más que acostumbrados a ver y saber que detrás de lo que nos ofrecen puede haber y normalmente hay todo tipo de intereses y trapisondas (aunque todo ello no sean sino contravalores evangélicos, y con ello paguen justos por pecadores), ahora ¿volvemos a ser víctimas de los pecados de éste tiempo?...
Y es que el compromiso de Dios con la libertad del hombre es tan fuerte que incluye incluso los pecados de lo mismos que le tienen que testimoniar.
Los hay también para los que una vez que Roma se pronuncia lo único que cabe es aceptar y callar. Puede que sea un sistema. Creo que además puede ser bueno y necesario reclamar, pedir, rogar.... coherencia.
La historia no se escribe en un cuarto de hora, la historia es, o debe ser, el resultado de muchos datos y aconteceres, espero que en éste caso también de las muchas irregularidades que, por su evidencia (personas que puedan reaccionar y hablar, archivos, tiempos, testimonios...) no siempre la Obra consiga “destruir” con la facilidad que normalmente lo hace.
* Ex-numeraria del Opus Dei. Autora de los libros “El Opus Dei-Anexo a una historia” (1976) y “Entresijos de un proceso” (1993) en Edt. Libertarias Prodhufi.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)