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jueves, 6 de noviembre de 2025

SOLO LOS HEREJES ABOMINAN QUE MARÍA SEA CORREDENTORA


«Si reconocemos por nuestro Redentor al Hijo, debemos también reconocer por nuestra Corredentora a la Madre. ¿Y por qué no? Oíd, y, justificando tal título tan bien debido a María, haré de esto un argumento muy bello para vuestra piedad y devoción. Los modernos herejes no pueden soportar que María sea llamada nuestra Corredentora, y tienen esto en horror, como una execrable blasfemia contra nuestro único mediador y Redentor, Jesucristo. ¿Y cómo, dicen ellos, puede llamarse Corredentora a una simple criatura, sin destruir la economía y el misterio de la Encarnación, en que se cree y confiesa un Dios hecho hombre para redimirnos? ¿Acaso no bastaría el Hombre-Dios, con su Pasión y méritos infinitos, para redimirnos, cuando en la obra de la Redención se quiere darle como Corredentora a la Madre? Delirios son estos de mentes trastornadas, que, perdiendo la fe, perdieron también el uso de la recta razón. Así no raciocinan los Padres de la Iglesia, porque todos ellos confiesan francamente que María fue causa de nuestra salvación, y corónanla la cabeza con el noble título, unido a la maternidad divina, de nuestra Corredentora. No fue, es certísimo, María causa primaria, principal y eficiente por sí misma de nuestra salvación, así como no lo fue de nuestro rescate, debiéndose esto, conforme enseña la fe, decir únicamente de Jesucristo, pero fue —y es igualmente certísimo— María una causa remota, secundaria y accesoria de ella. Y esto basta para llamarla nuestra Corredentora… Y para removeros cualquier duda sobre la conveniencia de tal título a María, asumo tres razones fundamentales.
  • La primera: porque María mereció, con sus oraciones, que se apresurase la Encarnación del Verbo, y mereció ser Su Madre.
  • La segunda: porque espontáneamente prestó su consentimiento a la Encarnación del Verbo y proveyó al Hijo la materia de nuestro rescate.
  • La tercera: porque dio su consentimiento al gran sacrificio, y ella misma lo ofreció por nosotros…
Y, en verdad, ¿cómo podría el Verbo eterno redimirnos si no hubiese tomado cuerpo y carne de María? Según los eternos decretos y el rigor de la justicia ofendida, para que se realizase tal redención se requerían humillaciones, penas, tormentos, tristezas, sangre y muerte. ¿Y cómo podría Él, en Su naturaleza divina recibida del Padre, ofrecer todo eso? Las humillaciones implican inferioridad y diversidad de naturaleza: no se puede humillar a sí mismo, ni aquel que no es mayor, sino igual a sí. El Verbo no podía humillarse al Padre, de quien tenía la misma naturaleza y cuyo igual era. ¿A cuáles penas podría sujetarse, a cuáles tormentos, si era impasible? ¿Cómo podría morir, siendo de naturaleza inmortal? Por esto tuvo que asumir una naturaleza inferior a la divina, un cuerpo mortal y sujeto a los padecimientos, y en esa naturaleza pudo humillarse ante el Padre, en ella pudo sufrir dolores, tormentos y muerte. Y así lo hizo, asumiendo en María y de María la naturaleza humana y el cuerpo pasible, que, unidos hipostáticamente a Su naturaleza divina, elevó a la dignidad de dar la debida satisfacción requerida para nuestra redención. María, pues, Le dio con qué pagar y satisfacer por nosotros. ¿Y no daremos, entonces, a esta Madre el título en todos sentidos debido de Corredentora nuestra?…

Y la noble consecuencia de las razones expuestas es esta: si el Hijo fue nuestro Redentor, bien puede y debe la Madre ser llamada nuestra Corredentora; el Hijo como causa primaria y principal, la Madre como causa secundaria y accidental… A Vos, ¡oh Madre!, queremos siempre recurrir; para que seáis, en las dudas, nuestra luz clara; en las angustias, nuestro consuelo y alivio; en las tentaciones y peligros, nuestro refugio y nuestra segura salvación. ¡Oh María! Rogad, rogad siempre a vuestro Hijo por nosotros, no Os olvidéis jamás, y estaremos seguros de salvarnos por la Pasión y méritos de vuestro Hijo Jesús, nuestro Redentor, y por la eficacia de vuestras oraciones, ¡oh Corredentora nuestra!»

P. FRANCESCO ANTONIO DE PAOLA C. Ss. RGrandezas de María, tomo V, discurso 34 para el Sábado V después de Pentecostés. Foliño, Tipografia Tommasini, 1840, págs. 174-185. Traducción propia.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)