Tomada de la Vida y y novena de San Millán de la Cogolla, Patrón de España de fray Pedro Corro de la Virgen del Rosario OAR, publicada en Manila por la Imprenta del Colegio de Santo Tomás en 1897.
NOVENA EN HONOR DEL GLORIOSO SAN MILLÁN, PATRONO DE ESPAÑA
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN – PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido: propongo firmemente de nunca más pecar, y de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, y de confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta: ofrézcoos mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados; y así como os lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonaréis, por los merecimientos de vuestra preciosísima Sangre, Pasión y Muerte, y me daréis gracia para enmendarme y para perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios mío y Redentor mío, que en el humilde y santísimo Millán os dignasteis presentar al pueblo cristiano un Protector y Abogado poderosísimo, a la vez que un dechado perfecto de todas las virtudes. Dignaos, Señor, concederme la gracia necesaria para hacer con la mayor devoción esta novena en honor de vuestro siervo tan distinguido y concededme que, inflamado mi corazón con la consideración de su santísima vida, me anime yo a imitar con fe y constancia sus admirables virtudes, haciéndome así digno y merecedor de su especial amparo y de vuestra infinita misericordia. Perdonad, Señor, las muchas imperfecciones con que cada día os ofendo, y concededme el beneficio especial que os suplico en esta novena; y sobre todo, la gracia inapreciable de la perseverancia en vuestro santo servicio, ahora y siempre, y en la hora de mi muerte. Amén.
DÍA PRIMERO – 3 DE NOVIEMBRE
MEDITACIÓN
Así como la soberbia es la raíz de todos nuestros vicios e imperfecciones, de la misma suerte, el más seguro fundamento de la santidad cristiana consiste en la humildad, la cual, poniendo ante nuestros ojos el lodo de la tierra de que fuimos formados, nos enseña a no presumir de nosotros mismos y a no fiar demasiado en nuestras propias fuerzas, al mismo tiempo que nos hace comprender que el camino más recto y seguro para ir al Cielo es el de los menosprecios y las contradicciones, los cuales nos obligan a buscar en el Cielo, de manos del mismo que nos hizo de la nada, el remedio contra las flaquezas emanadas de nuestra miserable condición. De aquí que los Santos y siervos de dios nada hayan temido y aborrecido tanto como los aplausos y alabanzas de los hombres, de que se creían indignos, al paso que nada tampoco han estimado tanto como los desprecios y persecuciones, juzgándolos como la más preciosa escuela para aprender a conceptuarse en nada, para acostumbrarse a reflexionar frecuentemente que son polvo y en polvo habrán de convertirse. De aquí también una como contienda santa entre Dios y sus siervos, estos buscando en todo única y exclusivamente la gloria de Dios, y Dios mirando con especial esmero a la glorificación de sus amantes servidores, conforme a su promesa por aquellas palabras del Espíritu Santo: El que se humille será ensalzado. Nuestro bienaventurado Protector San Millán, no pudiendo sobrellevar la confusión de su alma por los aplausos y bendiciones de que era objeto en su modesta estancia de Suso, huye de entre los hombres a esconderse en lo más espantoso del desierto; el Señor en cambio, derramando sobre Millán las gracias más admirables y extraordinarias, no sólo santifica su alma candorosa, sino que, elevándolo y glorificándolo a medida que él se humilla y anonada, hace de Millán uno de los Santos más aplaudidos y venerados que ha conocido el mundo.
ORACIÓN
Oh bendito San Millán, que por modo tan perfecto supiste hollar las vanidades del mundo y anonadarte delante de los hombres; ayúdanos con tu poderoso patrocinio para que, siguiendo constantemente tus hermosos pasos, aprendamos a dominar nuestro excesivo orgullo y lleguemos a comprender que nada somos, nada valemos de nuestro propio caudal, sino conforme a aquello que hayamos recibido de nuestro Dios y Redentor. No permitas consiga cegarnos la soberbia, hasta el extremo de que nos creamos con derecho para aborrecer y despreciar a nuestros prójimos, por inferiores o indignos que los juzgue el mundo. Haz por el contrario que, conformes todos en la imitación de aquel que dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, teniendo todos un solo corazón y una sola alma, podamos algún día en compañía tuya cantar en el cielo las alabanzas divinas por toda la eternidad. Amén.
Díganse ahora tres Padre Nuestros, tres Ave Marías y tres Gloria Patris en honor de San Millán.
GOZOS EN HONOR A SAN MILLÁN
Millán Lucero esplendente
Que en luz baña el suelo hispano:
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
De dicha y paz mensajero
En pobre cuna mecido
De gozo Berceo henchido
Velo tu sueño primero.
De la patria permanente
Desde el trono soberano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
De ovejas en el cuidado
Transcurrió tu adolescencia:
¡Siempre ellas de la inocencia
Fueron ejemplo y dechado!
Ante tu vida inocente
Tiemble el orgullo mundano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
Dios te miró desde el cielo
Y al ver una alma tan pura,
Un ángel desde la altura
Tendió a la tierra su vuelo.
De la gloria indeficiente
Él te revelo el arcano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
Nuevo Eliseo en la escuela
Del Santo Félix formado,
Su Espíritu agigantado
Mas grande en ti se revela.
Cámbiese en virtud ferviente
Nuestro espíritu liviano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
Por voz suprema atraído
Del Distercio hasta las cimas
Cual águila te sublimas
Huyendo el mundano ruido.
Desde la eterna pendiente
Tiéndenos tu santa mano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
Allí el amor te devora
Y en serafín transformado,
Si gime al cuerpo agobiado,
Luce al alma eterna aurora.
Prenda amor tan inocente
En nuestro pecho profano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
Pastor de almas cuanto adquieres
Das sin limites ni modos:
Tu respiras para todos
Y el alma de todos eres.
Tu caridad siempre ardiente
Nunca Imploremos en vano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
Apenas tu celo estalla.
Es tu voz conjuro santo,
Ante el cual muda de espanto
Huye la infernal canalla.
Huya también imponente
Hoy a tu voz el tirano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
De Cantabria entre las ruinas
Aun se oye tu voz de trueno,
En cuyo angustiado treno
Vibran las iras divinas
Ante el juez Omnipotente
No olvides ser nuestro hermano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
Junto a tus restos gloriosos
Giro un mundo de grandezas
Y humillaron sus cabezas
Los reyes mas poderosos.
Que hoy su virtud acreciente
Junto a ellos el mundo vano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
La patria que en gloria bañas,
A tu amparo agradecida
Te proclama envanecida
Patrono de las Españas.
Sostén con mano potente
Nuestra fe, insigne Riojano.
Oye al devoto cristiano
Que hoy te invoca reverente.
Antífona: Este varón, despreciando el mundo y triunfando de lo terreno, se granjeó riquezas de para el cielo con sus obras y palabras.
℣. El Señor dirigió al justo por caminos rectos.
℞. Y le mostro el reino de Dios.
ORACIÓN
Te suplicamos, oh Señor, que nos haga recomendables la intercesión de San Millán, Abad, para conseguir con su protección lo que no podemos por nuestros méritos. Por nuestro Señor Jesucristo, Hijo tuyo, que como Dios verdadero vive y reina contigo y con el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 4 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
MEDITACIÓN
El mundo, tan injusto y desacertado en sus juicios sobre el valor y mérito de las cosas, en nada quizás se equivoca tanto como al juzgar acerca de la importancia y significación de los bienes temporales. Resultando este error tanto más peligroso para las almas, cuanto que, no siendo de por sí pecaminosa la posesión de las riquezas, por grandes que estas quieran suponerse, no es fácil llegar a comprender los muchísimos e incalculables perjuicios que en ellas se esconden para cuantos, engañados por la tentación, creen haber de encontrar en ellas la paz y el bienestar por que suspiran. ¿De qué nos servirá ganar todo el mundo, dice el Evangelio, si perdemos nuestra alma? Desde luego puede darse por seguro que ninguno de los vicios, a que se halla expuesta la humanidad, ha causado jamás en el mundo tantas infamias, tantas injusticias, tantas ingratitudes, tantos atropellos, tantos desórdenes, en fin, de todo género, como el excesivo amor a los bienes de la tierra. ¡Oh abismo insondable de la miseria humana! Atropellar por un mezquino interés las obligaciones más sagradas de la amistad o de la gratitud; arriesgar, como vemos cada día, la propia honra; exponerse a perder la tranquilidad de la conciencia y el paraíso mismo, por un puñado de polvo, que aun no se tiene la seguridad de gozar por todo un día. ¡Oh, cuán bien entendieron esto los Santos, y cuán provechosos ejemplos nos legaron en su vida de abnegación y sacrificio! ¡Cuánto tenemos que aprender en este punto, del insigne y bienaventurado San Millán! Llena está su vida de rasgos los más heroicos y extraordinarios, donde con la más abrumadora elocuencia nos enseña que los bienes temporales no son otra cosa sino barro inmundo y despreciable, que pegándose en las alas de nuestro corazón, lo atan y esclavizan, impidiéndole volar hacia la eterna bienaventuranza para que fuera criado por Dios, y donde única y solamente puede encontrar el anhelado descanso.
ORACIÓN
Oh bienaventurado San Millán, tan desprendido de los bienes de la tierra como lo demuestran los cuarenta años de tu espantosa soledad. Ayúdanos con tu poderoso patrocinio para que, conociendo también nosotros la vanidad de todo lo terreno, no vendamos jamás por ello nuestra fe en las promesas de Jesucristo, ni menos aun nos expongamos a perder para siempre lo único que ha de quedarnos a nuestro viaje para la eternidad, que es nuestra pobre alma. Ricos o pobres, débiles ó poderosos, víctimas de la adversidad o mimados por la fortuna, haz que nunca perdamos de vista que este mundo no es nuestra patria; que estos tesoros no son nuestros tesoros; que estas riquezas no son las que Cristo Señor nuestro nos conquistó con su preciosísima Sangre. Que nos dé Dios por tu santísima intercesión el pan nuestro de cada día; así para nosotros como para nuestras familias, y no consienta que perdamos jamás en allegar riquezas terrenas el tiempo inestimable que Él nos concede para ganar el Cielo; y sobre todo haga que, si las deseamos o las poseemos, no ocupen de tal modo nuestro corazón, que sean un obstáculo para nuestra salvación eterna. Que tales sean siempre nuestros deseos y aspiraciones mientras peregrinamos por este valle de lágrimas, y la gloria que Dios tiene prometida a sus fieles servidores, sea nuestra corona y recompensa en la hora de nuestra muerte y por los siglos de los siglos. Amén.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA TERCERO – 5 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
MEDITACIÓN
Entre las muchísimas debilidades inherentes al hombre desfigurado por la primera culpa, no es la menor, ni menos frecuente la facilidad con que se engaña a sí mismo en cuanto a la práctica de sus obligaciones. Preguntad a la mayor parte de los cristianos si creen en los dogmas que nos enseña la fe, y os contestarán sin titubear que sí. Preguntadles como es, según eso, que se hallan tan lejos de imitar las virtudes de los Santos, los verdaderos creyentes, y os contestaran poco más o menos que los Santos eran tan sumamente favorecidos de Dios con todo género de privilegios e inspiraciones, que casi forzosamente debían de ser santos. Error funestísimo es este, si por ello se entiende que los Santos tuvieron ordinariamente más medios que nosotros, para santificarse. Es verdad que ha habido almas, a quienes Dios en sus altos juicios se ha dignado manifestar por medio de la palabra, o ya valiéndose de especialísimas inspiraciones, su soberana voluntad. Pero y ¿cuántas son esas almas, en comparación de los millones y millones de Santos que pueblan el Cielo? Y aun de esas mismas almas, ¿hay alguna que no haya sido probada y purificada en el crisol de las más espantosas tentaciones? ¿Hay alguna que no haya ganado el Cielo a fuerza de sacrificios y de abnegación? Santísimo era Millán, estrella de primera magnitud le llama San Braulio, y sin embargo he aquí lo que dice de Millán el mismo Santo Arzobispo, refiriéndose al tiempo en que se hallaba en el desierto: «Las luchas visibles e invisibles, las varias y arteras tentaciones y las asechanzas que de parte del antiquísimo engañador de las almas allí sufriera, solo pueden conocerlas bien aquellos que, consagrándose a la virtud, las experimentan en sí mismos». No queramos, pues, tentar a Dios pidiéndole lo que no necesitamos, ni queramos engañarnos a nosotros mismos, esperando que Dios nos lleve al Cielo, sin trabajo de nuestra parte. Si queremos ganar el Cielo, sacudamos nuestra pereza, preparemos nuestras almas a la tentación y nuestros corazones al sacrificio.
ORACIÓN
Oh glorioso y bienaventurado San Millán, que obediente y sumiso a las inspiraciones del Cielo, supiste abandonar por Dios en lo más florido de tu edad las vanidades del mundo, y sujetándote al magisterio del santísimo Félix, abriste plenamente tu corazón humilde a sus celestiales consejos y enseñanzas: que víctima de las más crueles embestidas del común enemigo, no decaíste un momento de tu fervor e insaciable deseo de servirle y agradarle de la manera más heroica y perfecta. Haz que fieles también nosotros a la divina gracia, sacudiendo con ánimo resuelto la indolencia de nuestros corazones y despertando del letargo de la tibieza e indiferencia que nos domina e inutiliza para todo lo bueno, nos determinemos de una vez para siempre a seguir con ánimo resuelto a nuestro Divino Redentor y Maestro Jesucristo, que tan ardientemente desea la santificación de nuestras almas. Concédenos de Dios el necesario auxilio, para que, desasidos de los afectos de la tierra, aspiremos tan solo a hacer en todo y por todo la voluntad de nuestro Salvador y Padre amoroso que está en el Cielo; y teniendo siempre ante nuestra vista el fin para que fuimos criados, sea nuestra única ocupación y anhelo el amar y servir a Dios durante nuestra peregrinación sobre la tierra con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma. Amén.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA CUARTO – 6 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
MEDITACIÓN
La muerte, así como es el espectáculo más terrible que podemos presenciar en este mundo, así también es el trance en que más infaliblemente hemos de vernos todos sin distinción de clases. Todos los cristianos sabemos que del estado en que la muerte nos coja depende nuestra salud o nuestra condenación eterna. Todos indistintamente querríamos nos cogiese en estado de gracia; y sin embargo. ¿Qué hacemos para conseguirlo? ¡Oh inconcebible ceguedad del corazón humano! Cada día estamos siendo testigos de lamentables sorpresas en personas de harto dudosa conducta; y sin embargo, seguimos nuestra vida tan alegres y satisfechos con toda la seguridad de que a cada momento estamos también expuestos a la misma sorpresa. Cada muerte de nuestro prójimo es un nuevo llamamiento que Dios nos hace ofreciéndonos su gracia y su amistad: es un nuevo golpe a las puertas de nuestro corazón, con que nos advierte que cada día se acerca más y más la hora de nuestra cuenta. Sí, cristiano, la muerte es el verdadero punto de vista, donde debemos colocarnos, para apreciar en lo que se merecen las cosas de la tierra y las cosas del Cielo. Desde el lecho de la muerte nada hay por lo que debamos apasionarnos en nuestros juicios. Todo en el mundo se acaba para nosotros. ¡Oh, qué desengaños tan crueles, qué verdades tan abrumadoras descubre en aquellos momentos el alma del pecador! ¡Qué feliz se juzgaría si pudiese entonces recobrar el tiempo que ahora tan neciamente malgasta! Pero ya no es hora, sino de recoger lo sembrado durante una existencia, que ya pasó. Acostumbrémonos, pues, a morir durante los días de nuestra vida y grabemos en lo más íntimo de nuestros corazones el recuerdo de nuestra última hora. Para ello, retirémonos a semejanza de San Millán, a la soledad de nuestra conciencia; donde alejados de los delirios y locuras de los hombres, muertos espiritualmente al mundo y crucificados con Jesucristo nuestro Redentor amoroso, santifiquemos poco a poco nuestros corazones y hagámonos dignos de recibir en el día de la cuenta la corona de los bienaventurados.
ORACIÓN
Oh bondadoso Abogado nuestro, San Millán, que sepultándote vivo en las lóbregas cavernas del Distercio, mereciste ser tantas y tantas veces defendido del Cielo contra las mortales agresiones de los ministros de satanás, que atentaban contra tu vida, conservada por Dios en tu asombrosa ancianidad con tanta honra y gloria de su bendito nombre: concédenos tu poderoso valimiento, para que, descendiendo frecuentemente al sepulcro durante nuestra vida, acertemos a aprovecharnos de las saludables lecciones, que en su terrible frialdad se contienen. Tú que tanto poder y soberanía ejerciste sobre los ángeles réprobos, defiéndenos contra sus asechanzas, sobre todo en la hora tremenda de nuestra muerte. Graba, si es necesario, con el hierro de los padecimientos en lo más profundo de nuestras almas el recuerdo de nuestra última agonía, y sobre todo de aquella otra agonía santísima en la que nuestro divino Redentor derramó por nosotros y para nosotros la última gota de su sacratísima Sangre. Jamás este recuerdo se borre de nuestra mente; él nos purifique; él nos fortalezca en todos los momentos de nuestra existencia; él finalmente, conservándonos en el más exacto cumplimiento de nuestros deberes, nos labre en este mundo una corona de gloria, que adorne en el Cielo nuestras sienes por eternidad de eternidades. Amén.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA QUINTO – 7 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
MEDITACIÓN
Es una verdad grandísima y desgraciadamente muy poco meditada por la generalidad de los cristianos, que es mucho más lo que el enemigo de nuestras almas nos pide y atormenta para perdernos, que lo que Dios exige de nosotros, para salvarnos. Pídenos Dios tan poco, que no puede menos de apoderarse del corazón imperfecto una profunda tristeza al considerarlo. Dios no pide obras extraordinarias sino a un cortísimo número de almas. El resto de los mortales no necesitan obrar tales heroicidades para llegar a poseer la santidad. En primer lugar, es santo y por consiguiente, amigo de Dios y heredero del Cielo, todo aquel que está exento de pecado mortal, por innumerables que sean los pecados veniales que pesan sobre su alma. En segundo lugar, el alma que se halla en gracia de Dios, por todas y cada una de las obras que cada día practica, aún cuando de por sí sean indiferentes, con tal de que no sean pecaminosas, contrae nuevos méritos y grados de santidad en la presencia divina. Únicamente se le exige que estas obras no sean hechas por fines meramente mundanos; mejor dicho, que sean hechas a honra y gloria de Dios. Síguese de esto que el hombre libre de pecado mortal, ofreciendo a Dios cada día sus obras y trabajos, aun sin hacer más que lo que cada día hace, está continuamente adquiriendo méritos para el Cielo. Por el contrario, el desgraciado pecador, sudando y afanándose tal vez mucho más que el justo, no hace otra cosa en orden a su salvación eterna que perder lastimosamente el tiempo. ¡Oh Dios, y qué provechosas y sublimes reflexiones se desprenden de aquí! Con el mismo trabajo, por el mismo camino por donde va marchando el justo alegre y sonriente, cargado de méritos para la vida eterna, va marchando también el pecador, triste y melancólico cargado de leña para el infierno. Bendigamos, pues, al Señor, que a tan poco precio nos ofrece una gloria imperecedera; conservemos nuestras almas en su divina gracia, y nuestra vida se convertirá en una continua recolección de frutos preciosísimos para la eternidad.
ORACIÓN
¡Oh soldado valeroso de Jesucristo, bendito San Millán!, que no contento con ofrecer a Dios tus obras y trabajos, hiciste en manos del santísimo Félix el más completo ofrecimiento y sacrificio de cuanto poseías y de cuanto eras, sin volver más a distraerte entre las bagatelas del mundo en tu asombrosa vida de ciento y un años. Ayúdanos con tu favor y amparo, para que conservando nuestras almas en la divina gracia, sea cada día nuestra solicitud especialísima el ofrecer a Jesús y a su bendita Madre, todos los pensamientos de nuestra alma, todos los latidos de nuestro corazón, todos los pasos en el cumplimiento de nuestras obligaciones. No consientas nos distraigamos tampocо nosotros con perjuicio de nuestra salud espiritual entre los negocios y devaneos del mundo, que a cambio de breves instantes de placer, nos hagan perder la tranquilidad de la conciencia y la pureza de nuestro corazón. No permitas que por nuestra desidia y abandono estemos perdiendo el mérito inapreciable de tantas buenas obras y de tantos sinsabores como la vida nos proporciona: sino que crezca en ellos y por ellos en cada instante de nuestra vida la santidad y perfección de nuestras almas, hasta unirnos un día en el Cielo con Jesucristo, nuestro bien y nuestra esperanza por toda una eternidad. Amén.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA SEXTO – 8 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
MEDITACIÓN
El amor de Dios es tan necesario a la vida de la gracia, que sin él ni aún podríamos siquiera concebirla. Pero sucede, por lo general, que este amor aún en las personas piadosas es sumamente defectuoso. Amamos a Dios como al Supremo Hacedor de todo lo criado, a quien debemos amar y obedecer como a Soberano dueño. Amamos a Dios como al Juez universal, cuya enemistad podría comprometer nuestra salud eterna. Le amamos también por los grandísimos beneficios que conocemos recibir de su benéfica y generosa mano. Todo esto está muy bien, pero nos falta aún mucho para amar a Dios tanto como deberíamos amarle. Desgraciadamente, reflexionamos muy poco sobre la sublime e inefable ternura de aquellas palabras que el mismo Dios ha puesto en nuestros labios: «Padre nuestro, que estás en los cielos». Palabras sacratísimas y que nos manifiestan más que todos los discursos de los hombres el amor que Dios nos tiene y el amor que le debemos. ¡Padre nuestro! es decir: No un Señor digno de nuestros servicios у de nuestro respeto; no un Juez a quien debamos temer; no un Hacedor Todopoderoso a quien hayamos de admirar y reverenciar, no un amigo cuyos inmensos favores debamos agradecer. Es más, es muchísimo más que todo eso; es nuestro Padre, nuestro mismo Padre; y de un modo tan tierno y tan apasionado, que al enseñarnos a pedirle cuanto necesitemos, comienza por enseñarnos antes que todo a llamarle Padre. Es, pues, un Padre que nos quiere; que nos ama infinitamente; que desea mil veces más que nosotros nuestra felicidad; que siente mil veces más que nosotros nuestras desgracias; que goza y se regocija cuando volvemos a Él con cariño nuestros ojos, que llora y se entristece, cuando ve que compartimos con otros nuestro corazón, que es suyo, completamente suyo. «Fili mii, præbe mihi cor tuum: hijo mío, nos dice, dame tu corazón. Ven a unirte conmigo por el amor, no huyas, hijo mío, de la casa de tu Padre, pues fuera de ella te morirás de hastío, y la amargura y la tristeza roerán ese tu corazón nacido para amar. Si pides pruebas de mi amor, fíjate en el árbol sacratísimo de la cruz, donde por ti entregué a mi propio Hijo Jesús a la muerte más indigna y afrentosa». Sí, cristianos, fijemos en el Calvario los ojos de nuestra fe, y aprendamos a morir de amor para con nuestro Padre que está en los cielos.
ORACIÓN
Oh, bienaventurado San Millán, que abrasado del amor más tierno hacia tu Dios y Criador, supiste ver en Él al más solícito y amoroso de los padres sin que jamás vacilases en demandarle en tus necesidades los más extraordinarios favores y sin que jamás tampoco te vieses por Él desairado en tus peticiones de hijo amantísimo. Haz que también nosotros nos acostumbremos a ver en Dios a nuestro más cariñoso Padre, que vela y se afana por nuestra felicidad, mientras quizás nosotros vivimos olvidados de Él y de nosotros mismos; que continuamente está llamando a la puerta de nuestro corazón en busca de nuestro amor y nuestro amistad, mientras nosotros no tenemos quizás para Él durante días y días ni un amoroso recuerdo. Ayúdanos con tu poderosa protección a agradar en todas nuestras obras, palabras y pensamientos al sacratísimo Corazón de Jesús, abrasado de amor por nosotros. Que al influjo de la devoción a este Corazón divino se inflamen también nuestros corazones en el deseo de vivir y morir por quien cifró todas sus delicias en vivir con los hijos de los hombres, por quien sostenido por su infinito amor a los mismos, dio por nosotros su último aliento en el árbol santísimo de la cruz. Haz que, teniendo siempre ante nuestra vista los infinitos tesoros de nuestra Redención, seamos por siempre agradecidos al amor de nuestro Dios, y merezcamos la dicha incalculable de poder repetirle en el Cielo el nombre sacratísimo de Padre nuestro por toda una eternidad. Amén.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA SÉPTIMO – 9 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
MEDITACIÓN
El amor y caridad para nuestros prójimos es una consecuencia necesaria de nuestro amor a Dios. Mejor dicho, el amor a Dios y el amor al prójimo son una misma cosa: por el primero amamos a Dios en Sí mismo; por el segundo Le amamos en sus criaturas. Por la misma razón cuando ofendemos o aborrecemos a nuestros semejantes, ofendemos o aborrecemos en ellos al mismo Dios. De aquí que siempre los Santos han amado más a sus prójimos que los pecadores. Amantes como eran de Dios en grado sumo, debían necesariamente ser amantes de la obra más excelente de Dios después de los ángeles, que es el hombre. Síguese de aquí que como nosotros, al amar a nuestros prójimos, no debemos hacerlo solamente por ellos, sino primera y principalísimamente por Dios de quien son hechura, no hemos de calcular tampoco el amor que les debemos por lo dignos o indignos, amigos o enemigos nuestros que ellos sean; sino que únicаmente debemos reflexionar que son como nosotros hijos de Dios e imágenes de. su divinidad; que Dios quiere y ordena que los amemos como a tales; que el mismo Dios, que nos manda amarlos, los ama indudablemente, al concederles la vida y la salud de que disfrutan. Por otra parte; si Dios nos amase a nosotros conforme a nuestra dignidad y a nuestros merecimientos ¿qué sería de nosotros, miserables pecadores, en esta vida y en la otra? Y sin embargo, Dios nos ama, Dios, que para nada nos necesita nos llama un día y otro a su amistad con remordimientos, con inspiraciones, con desengaños, con muertes repentinas de nuestros prójimos, con todo aquello, en fin, que puede inventar el amor de un padre para con su hijo. No nos fijemos pues, nosotros tampoco, en la maldad de nuestro prójimo, la cual es hechura del hombre, sino en el mismo prójimo que es hechura de Dios. Veamos siempre en nuestro prójimo a un hermano nuestro e hijo queridísimo de Dios, cuya pobreza imita, у Dios nos mirará a él y a nosotros como a verdaderos y dignísimos hijos suyos, para los que tiene un solo y único amor, así como una misma gloria preparada para la eternidad.
ORACIÓN
Oh santísimo Millán, que elevándote en vida a los más sublimes grados del amor divino, tuviste también para tus prójimos el más heroico y desinteresado de los amores, manifestado en tantos beneficios espirituales y corporales como sobre ellos derramaste. Haz que, imitando nosotros tus gloriosos hechos veamos también la Imagen de Dios en cada uno de los hombres, a Jesucristo pobre y desvalido en cada uno de nuestros prójimos necesitados. No permitas seamos tan escasos de fe y duros de corazón que, teniendo con que socorrer su necesidad, veamos impasibles la miseria de nuestro hermano, sin compartir con él nuestra pobreza o nuestra abundancia. Haz, gloriosísimo abogado nuestro, que cada día resplandezca más y más en el pueblo cristiano la virtud de la caridad, para mayor honra y gloria de Dios y de su santo Nombre, para paz y concordia entre los miembros todos de la gran familia cristiana; para alivio y consuelo de los pobres y menesterosos aquí en la tierra; así como de los ricos y poderosos en el Reino de los cielos, que a unos y a otros nos conceda Dios un día por su infinita misericordia. Amén.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA OCTAVO – 10 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
MEDITACIÓN
Lo que sucede ordinariamente en la vida del cuerpo, eso mismo suele acontecer con admirable semejanza en la vida de la gracia. Así como el cuerpo necesita de alimentos sanos y nutritivos para poder conservar su salud y sus fuerzas contra la inclemencia de los tiempos, de la misma suerte, el alma del cristiano necesita también, para sostenerse, de alimentos propios y adecuados espiritualmente a la vida cristiana. Estos alimentos, imposibles de enumerar, son por ejemplo las buenas compañías, las lecturas piadosas, la frecuencia de sacramentos, el examen frecuente de conciencia, la oración, etc. Pretender que un alma sea buena viviendo por su gusto entre los malos; que conserve la pureza leyendo libros o frívolos, u obscenos; que se conserve en santidad alejada de los sacramentos que la producen; que observe una vida metódica y arreglada, sin tomarse la molestia de escudriñar de vez en cuando los pliegues de la conciencia; que abunde en recursos para sostenerse en gracia, sin que le sea necesario pedirlos a Dios en sus oraciones; en una palabra, pretender que un alma conserve la robustez de la gracia, sin probar los alimentos únicos que pueden producir tal salud y robustez, es pretender lo imposible, es tentar a Dios temerariamente, es exponerse a una condenación inevitable. No nos cansemos en buscar otra causa a esas grandes caídas de almas al parecer tan rectas y sólidamente devotas. Si nos fuera dado leer los secretos de su corazón, veríamos que, antes de esa caída que se ha hecho pública, ha habido una serie interminable de omisiones, descuidos, embustes, hipocresías y aun tal vez crímenes, en los que podría verse el gradual decaimiento del alma, que hastiada lentamente de los alimentos espirituales, va perdiendo sus fuerzas y devoción, y llega por fin a ser el juguete más débil y miserable del viento de las tentaciones. Demos, pues, a nuestras almas alimentos saludables, frecuentando cuanto nos sea posible la recepción de los santos Sacramentos, y toda la furia de las tentaciones y toda la impetuosidad de las contrariedades no será capaz de hacernos retroceder un solo paso en nuestro viaje a la eterna bienaventuranza.
ORACIÓN
Oh glorioso San Millán, abogado nuestro, que anhelando tan solo la compañía de los ángeles, y nutriendo tu alma con las saludables inspiraciones con que Dios, en tu frecuente y altísima contemplación te favorecía, conservaste tu corazón robusto e invencible contra todas las embestidas del demonio, del mundo y de la carne; contra toda la malicia y crueldad de la calumnia disfrazada; contra todos los clamores de tu amor propio, herido en sus más delicadas fibras; contra todas las inclemencias imaginables del hambre y de la sed y del frio y de las enfermedades; sostén nuestra fe, ¡oh santísimo Millán!, y no permitas que, abandonando nosotros la fuente de aguas vivas, vayamos como los pecadores de que se queja Dios por Jeremías, en busca de aljibes rotos que no pueden contener las aguas; es decir, que no pueden refrigerar nuestros corazones necesitados de la gracia, para no sucumbir cada día víctimas de la tentación. Haz por el contrario que, acompañándonos de los buenos, nos animemos a imitar sus virtudes, y buscando en Dios y en sus santos Sacramentos el alimento de nuestras almas, adquiramos también la necesaria robustez para resistir a todas las contrariedades de esta miserable vida, hasta llegar a gozar en el Cielo de la eterna paz de la bienaventuranza. Amén.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA NOVENO – 11 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración inicial
MEDITACIÓN
La oración, dice Santo Tomás, es un acto que aventaja en excelencia a los demás actos de la Religión; y San Agustín añade que ninguno, sino el que ora, merece el auxilio divino. ¿Y qué cosa es orar? Es, dice el catecismo, levantar el corazón a Dios y pedirle mercedes. Es manifestarle nuestras penas, exponerle nuestras necesidades, representarle nuestra miseria y debilidad, abrirle nuestro cоrazón víctima de los sinsabores e ingratitudes de los hombres, pidiéndole para todo ello el oportuno remedio con la caridad ilimitada de un hijo que pide a la puerta de su padre; con la esperanza del pobre que pide lo que se le ha prometido; con la fe solidísima del que sabe que solo de Dios puede venirle el remedio necesario. Dios, por otra parte, se halla tan deseoso de que le pidamos cuanto necesitemos, en orden sobre todo a nuestra salvación, que con un amor y misericordia que nunca comprenderemos debidamente, entregó a muerte cruelísima a su propio Hijo, a fin de que con sus méritos nos abriese las puertas del Cielo, que nos estaban cerradas por nuestros primeros padres. ¿No será, pues, una injuria, no será un desprecio que hacemos a Dios el carecer de lo necesario para salvarnos, por falta de confianza en su generosidad? El que nos ha dado a su propio Hijo, ¿podría negarnos gracia alguna, por grande y excelente que sea? Por el contrario: «Todo cuanto pidiereis en la oración creyendo, nos dice San Mateo, lo recibiréis».
Mas, si bien debemos insistir, un día y otro, en nuestras oraciones pidiendo a Dios la gracia espiritual para nuestras almas; no así cuando se trate de la salud del cuerpo o cualquiera otro beneficio temporal, que solo debemos pedir condicionalmente, si no se opone a la salud de nuestra alma; pues, así como el enfermo, en la mayoría tal vez de los casos, se equivoca, al proponer al médico la medicina que cree convenirle, de la misma suerte en la mayoría también de los casos, en estando de por medio los bienes temporales, siquiera sean tan sagrados como la salud del cuerpo, solemos nosotros ser sumamente imprudentes, en pedir a Dios lo que no nos conviene. Pidamos, pues, a Dios cada día y cada momento el don de la perseverancia en su santo amor; pero en cuanto a los otros bienes, pidámoslos solamente si nos convienen. La oración es la llave del Cielo de que debemos valernos, si queremos entrar en él mediante la perseverancia en la gracia. Dios nos ha prometido no desechar jamás nuestras peticiones sin concedernos cuanto fuere necesario para nuestra salvación eterna. «Pétite et accipíetis», nos dice San Juan. Pedid y recibiréis. «Pétite et dábitur vobis», dice San Lucas. Pedid y se os dará.
ORACIÓN
¡Oh glorioso y bienaventurado San Millán!, que después de haberte dedicado a orar sin interrupción por espacio de cuarenta años en el desierto, ansioso todavía de acercarte a Dios más y más por medio de la oración, huías por completo cada Cuaresma del trato de los hombres, sepultándote toda ella en la obscuridad de tu estrechísima celda. Haz que familiarizados también nosotros con la oración, reflexionemos en ella frecuentemente sobre nuestro estado y obligaciones para con Dios, para con nuestro prójimo, y para con nosotros mismos. Concédenos tu poderosa protección para que, conociendo nuestras necesidades, sepamos exponerlas a nuestro Dios y Padre amantísimo con todo el respeto de humildísimos vasallos, con todo el cariño de agradecidos hijos, con toda la veneración de criaturas suyas. Interpón tú también, ¡oh glorioso San Millán!, tus poderosas oraciones en favor nuestro, como abogado y medianero a cuya misericordia y valimiento volvemos hoy a encomendar la salud de nuestras almas. ¡Oh poderoso San Millán, Patrono de nuestra España!: ruega por nosotros para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo. Amén.
Tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias. Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.

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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)