Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 4.ª: Ubi venit plenitúdo témporis, misit Deus Fílium suum (Cuando vino el cumplimiento del tiempo, envió Dios a su Hijo, Gálatas IV, 4).
Considera
cómo Dios, después del pecado de Adán, dejó pasar cuatro mil años antes
de enviar a la tierra su Hijo para redimir al mundo. Y mientras tanto,
¡oh! ¡Qué tinieblas de ruina ocupaban la tierra! El verdadero Dios no
era conocido ni adorado sino en un ángulo del mundo apenas. Por todo
reinaba la idolatría, siendo adorados por dioses los demonios, las
bestias y las piedras. Pero admiremos en esto la sabiduría divina, que
difirió la venida del Redentor para hacerla al hombre más digna de
agradecimiento; la difirió, para que se conoz ca mejor la malicia del
pecado, la necesidad del remedio y la gracia del Salvador. Si luego de
haber pecado Adán hubiese venido Jesucristo, se habría estimado poco la
grandeza del beneficio. Agradezcamos, pues, la bondad de Dios por
habernos hecho nacer después que ya se ha cumplido la grande obra de la
Redención. Ved llegado ya el tiempo dichoso que fue llamado la plenitud
de todos ellos, por el lleno de la gracia que el Hijo de Dios vino a
comunicar a los hombres por medio de la Redención. El Ángel embajador es
enviado a la ciudad de Nazaret a la Vírgen María, para anunciarle la
venida del Verbo, que quiere encarnarse en su seno; la saluda, la llama
llena de gracia y la bendita entre las mujeres. Ella, la elegida por
Madre del Hijo de Dios, la humilde Vírgen se turba al oír estas
alabanzas; mas el Ángel la anima, y le dice que ha hallado gracia
delante de Dios, esto es, aquella gracia que traía la paz entre Dios y
los hombres, y la reparación de la ruina ocasionada por el pecado. Le
advierte después el nombre de Salvador, que debe imponerle a este su
Hijo, y que era al mismo tiempo Hijo de Dios, que debía redimir al mundo
y reinar sobre los corazones de los hombres. Miremos finalmente cómo
María acepta el ser Madre de tal Hijo al pronunciar aquellas palabras:
«Hágase en mí segun tu palabra» (Fiat mihi secúndum verbum tuum). «El
Verbo eterno toma carne y se hace hombre» (et Verbum caro factum est).
Demos gracias a este Hijo, y démoslas también a esta Madre, que al
aceptar serlo de un tal Hijo, acepta al mismo tiempo ser madre de
nuestra salvación, y juntamente Madre de dolores, resignándose desde
luego al anuncio de los que había de padecer, por ser madre de su Hijo,
que venía a padecer y morir por los hombres. AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Oh
Verbo divino hecho hombre por mí! Aunque os vea tan humillado, y
formado pequeño infante en el vientre de María, yo os confieso у os
reconozco por mi Señor y Rey, pero Rey de amor. Mi amado Salvador, ya
que habeis venido a la tierra a vestiros de nuestra carne para reinar
sobre nuestros corazones, venid a establecer vuestro reino sobre mi
corazón, que algún tiempo ha estado dominado por vuestros enemigos. Pero
ahora es vuestro, como lo confio; y quiero que siempre lo sea, y que de
hoy en adelante seais Vos su único Señor. Domina en medio de tus
enemigos, os diré con David: Domináre in médio inimicórum tuórum
(Salmo CIX, 2). Los otros reyes reinan con la fuerza de las armas; pero
Vos venís a reinar con la fuerza del amor, y por esto no venís con pompa
regia, no vestido de púrpura ni de oro, no adornado de cetro ni de
corona, ni rodeado de ejércitos y soldados. Venis a nacer en un establo,
pobre, abandonado, y a ser colocado en un pesebre sobre un poco de
heno, porque así quereis comenzar a reinar en nuestros corazones. ¡Ah,
mi Rey niño! Y ¿cómo he podido yo rebelarme tantas veces contra Vos, y
vivir tanto tiempo enemigo vuestro, privado de vuestra gracia, cuando
para obligarme a amaros habéis depuesto vuestra majestad divina, y os
habéis humillado tanto, hasta comparecer ahora de niño en una gruta,
luego de adulto en un taller, y después reo sobre la cruz? ¡Feliz de mí
si ahora que he salido, como espero, de la esclavitud del pecado, me
dejara dominar siempre de Vos y de vuestro amor! ¡Oh mi rey Jesús!, que
sois tan amable y tan amante de nuestras almas, tomad posesion total de
la mía, a Vos la entrego toda. Aceptadla, para que os sirva por siempre,
pero por amor. Vuestra majestad merece ser temida; pero más merece ser
amada vuestra bondad. Vos, Rey mío, sois y seréis mi único amor; y el
único temor que tendré en esta vida será el de digustaros. Así lo
espero. Ayudadme con vuestra gracia. Amada Señora mía María, Vos me
habeis de alcanzar el ser fiel a este amado Rey de mi alma.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)