Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 31.ª (DÍA CUARTO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD): De Jesús que toma leche.
Fajado
que fue Jesús, buscó y tomó leche de los pechos de María. La Esposa de
los Cantares deseaba ver a su hermanito que tomase leche de la madre:
¿Quién te me dará a ti, hermano mío, mamando los pechos de mi madre?
(Cánticos VIII, 1). Esta Esposa lo deseó, pero no lo vio: nosotros sí
que somos los que hemos tenido la suerte de ver al Hijo de Dios, hecho
hombre y hermano nuestro, tomar leche del pecho de María. ¡Oh! ¡Y qué
espectáculo era al paraíso ver al Verbo divino, hecho niño, pendiente
del pecho de una Virgen criatura suya! ¡Aquel que da el alimento a todos
los hombres y a los animales de la tierra, se ha hecho tan débil y tan
pobre que tiene necesidad de un poco de leche humana para sustentar la
vida! Sor Paula, camaldulense, contemplando una figurita de Jesús que
tomaba el pecho, sentía de repente encenderse toda de un tierno y
ardiente amor hacia Dios. Poca era la leche con que se alimentaba Jesús,
pues según fue revelado a Sor Mariana, franciscana, solamente tres
veces al día María le daba de mamar. ¡Oh leche preciosa para nosotros,
que debiste convertirte en sangre en las venas de Jesucristo, para hacer
despues de ella un baño de salud en el que fuesen lavadas nuestras
culpas! Ponderemos que aunque Jesús tomaba esta leche, era para sostener
aquel cuerpo que quería dejarnos por nuestro alimento en la santa
Comunión. ¿Con que, mi pequeñito Redentor, mientras Vos mamábais
pensábais en mí? ¿Pensábais cambiar esta leche en sangre, para
derramarla después en vuestra muerte, y con tal precio rescatar mi alma,
y aun alimentarla con el santísimo Sacramento, que es leche saludable
con la cual el Señor nos conserva en la vida de la gracia, segun aquella
sentencia de San Agustin, que dice: «La leche vuestra es Cristo»? ¡Oh
Jesús mío!, permitid que yo también exclame con aquella mujer del
Evangelio: Feliz el vientre que te trajo, y los pechos que mamaste.
¡Dichosa Vos, oh Madre divina, que tuvisteis la suerte de dar leche al
Verbo encarnado! Ea, admitidme en unión de este grande Hijo a tomar de
Vos la leche de una tierna y amorosa devoción a la infancia de Jesús, y a
Vos, Madre mía amadísima. Os doy a Vos las gracias, oh divino Infante,
que os habéis hecho necesitado de leche, para manifestarme el amor que
me tenéis. Así lo dio el Señor a conocer a Santa María Magdalena de
Pazzi, cuando la dijo que Él por esto se habia reducido a la necesidad
de tomar leche, para dar a entender el amor que tiene a las almas
redimidas.AFECTOS Y SÚPLICAS
Oh
mi dulce y amabilísimo Niño, Vos sois el pan del Cielo que sustentais a
los Ángeles; Vos proveéis de comida a todas las criaturas; ¿cómo, pues,
os habeis reducido a mendigar un poco de leche de una doncellita, para
conservar la vida? ¡Oh amor divino!, ¿cómo has podido hacer tan pobre a
un Dios, que haya tenido necesidad de pedir un tan corto alimento? Mas
ya os comprendo, Jesús mío: Vos tomáis leche de María en esa gruta, para
ofrecerla después convertida en Sangre a Dios sobre la cruz, en
sacrificio y satisfacción de nuestros pecados. Dad, pues, oh María, dad
toda la leche que podais a ese Hijo, para que todos gocen del precioso
líquido que ha de servir para lavar las culpas de mi alma, y para
nutrirla después en la santa Comunión. ¡Oh Redentor mio!, y ¿cómo puede
no amaros quien cree lo que habéis hecho y padecido por salvarnos? ¿Cómo
he podido yo saber esto y seros ingrato? Pero vuestra bondad es mi
esperanza. Esta me enseña que si yo quiero vuestra gracia, ella es mía.
Me arrepiento, oh sumo Bien, de haberos ofendido, y os amo sobre todas
las cosas. Diré mejor: yo nada amo sino a Vos, y a Vos solamente quiero
amar. Vos sois y habéis de ser siempre mi único bien, el único amor mío.
Mi amado Redentor, dadme, os ruego, una tierna devoción a vuestra santa
infancia, como la habéis dado a tantas almas, que pensando en vuestra
niñez se olvidan de todo lo demás, porque no saben pensar más que en
amaros. Es verdad que ellas son inocentes, yo pecador; pero Vos os
habéis hecho niño para haceros amar también de los pecadores. Yo he sido
uno de ellos, mas ahora os amo con todo el corazón y no deseo otra cosa
que vuestro amor. ¡Oh María!, dadme Vos un poco de aquella ternura con
la que dábais de mamar al infante Jesús.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)