Meditaciones
dispuestas por San Alfonso María de Ligorio, y traducidas al Español,
publicadas en Barcelona por la imprenta de Pablo Riera en 1859.
Imprimátur por D. Juan de Palau y Soler, Vicario General y Gobernador
del Obispado de Barcelona, el 30 de Octubre de 1858.
MEDITACIÓN 8.ª:
Deus autem, qui dives est in misericórdia, propter nímiam charitátem
suam qua diléxit nos, et cum éssemus mórtui peccátis, convivificávit nos
Christo. (Mas Dios, que es rico en misericordia, por su extremada
caridad con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados,
nos dió vida juntamente con Cristo. Efesios II, 4-5).
Considera
que la muerte del alma es el pecado; pues que este enemigo de Dios nos
priva de la divina gracia, que es la vida del alma. Nosotros, miserables
pecadores, por puestras culpas estábamos ya todos muertos y condenados
al Infierno. Dios, por el inmenso amor que tenía a nuestras almas, quiso
volvernos la vida, y ¿qué hizo? Envió a la tierra su Unigénito para que
muriese, a fin de que Él mismo nos recobrase la vida con su muerte. Con
razón, pues, el Apóstol llama a esta obra de amor extremada caridad.
Sí, porque no pudiera jamás esperar el hombre recibir de un modo tan
amoroso la vida, si Dios no hubiese hallado esta manera de redimirle
para siempre, ætérna redemptióne invénta (Hebreos IX, 12).
Estaban todos los hombres muertos, y no había redención para ellos. Pero
el Hijo de Dios, por las entrañas de su misericordia, viniendo del
Cielo, óriens ex alto, nos ha dado la vida; y por esto justamente
llama el Apóstol a Jesucristo nuestra vida. He aquí a puestro Redentor,
que vestido ya de carne y hecho niño nos dice: «He venido para que
tengan vida, y la tengan en abunduncia» (San Juan X, 10). A este fin
vino a tomar sobre sí la muerte, para darnos la vida. Razón es, pues,
que nosotros vivamos solamente para aquel Dios que se ha dignado morir
por nosotros: razón es que Jesucristo sea el único Señor de nuestro
corazón, ya que ha derramado su Sangre y dado la vida para ganárselo;
porque, como dice San Pablo: «Por esto murió Cristo y resucitó, para ser
Señor de muertos y de vivos» (Romanos XIV, 9). ¡Oh Dios! ¿Quién será
aquel ingrato e infeliz, que creyendo por la fe haber muerto un Dios
para cautivarse su amor, rehúse después amarle; y renunciando a su
amistad, quiera hacerse voluntariamente esclavo del Infierno?AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Con
que, Jesús mío, si Vos no hubiéseis aceptado y sufrido la muerte por
mí, yo habría quedado muerto en mi pecado, sin esperanza de salvarme, y
de poder ya más amaros! Pero después que con vuestra muerte me habeis
alcanzado la vida, ¡yo de nuevo la he perdido voluntariamente tantas
veces, volviendo a pecar! Vos habeis muerto por ganar mi corazón, y yo
rebelándome contra Vos, lo he hecho esclavo del demonio. Os he perdido
el respeto, y he dicho no quereros por mi Señor. Todo es verdad; mas lo
es también que Vos no quereis la muerte del pecador, sí que se convierta
y viva; y por esto habeis muerto, por darnos la vida. Yo me arrepiento
de haberos ofendido, Redentor mío amado, y Vos perdonadme por los
méritos de vuestra Pasión; dadme vuestra gracia; dadme aquella vida que
me habeis adquirido con vuestra muerte, y de hoy en adelante dominad
plenamente en mi corazón. No, no quiero que sea más dueño el demonio; él
no es mi Dios, no me ama, nada tampoco ha padecido por mí. Por lo
pasado, no ha sido verdadero señor de mi alma, sino ladrón; Vos solo,
Jesús mío, sois mi verdadero dueño, que me habeis criado y redimido con
vuestra Sangre; Vos solo me habeis amado, y amado tanto. Razón es, pues,
que sea solamente vuestro en el tiempo que me resta de vida. Decid qué
es lo que queréis de mí, que todo quiero hacerlo. Castigadme como os
plazca, yo todo lo acepto. Ahorradme solo el castigo de vivir sin
vuestro amor, haced que os ame, y despues disponed como querais de mí.
María Santísima, refugio y consuelo mío, recomendadme a vuestro Hijo. Su
muerte y vuestra intercesión son toda mi esperanza.
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+Jorge de la Compasión (Autor del blog)
Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)