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viernes, 8 de agosto de 2025

EL VIEJO Y NUEVO ISRAEL (COMENTARIO A ROMANOS XI, 29)

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
  

Uno de los versos bíblicos preferidos por aquellos que han escrito el documento conciliar “Nostra Ætáte”, por aquellos que adulan a los hermanos mayores, por aquellos que pontifican de viejas alianzas aún válidas y nunca revocadas, por aquellos que más o menos conscientemente adhieren a la antigua herejía de los judaizantes [1], contra quienes combatió arduamente San Pablo, es un pasaje en el cual el mismo Apóstol afirma respecto a los judíos: «Los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rom. XI, 29).
  
¿Pero es posible fundar los errores anteriores en este verso y en general, en las enseñanzas de San Pablo? La respuesta va de entrada: ¡no!
  
Un no, que demostramos recurriendo al comentario a la Carta a los Romanos hecho por el P. Mtro. Marco Sales Cravero OP, Maestro del Sagrado Palacio Apostólico bajo Pío XI [2].
    
El verso en cuestión es la conclusión de un discurso que San Pablo inicia en el capítulo IX de la epístola, cuando comienza a hablar de la culpabilidad y de la reprobación de Israel en razón del rechazo de Jesús, hasta su asesinato [3]. E indaga este misterio en relación a la elección de los paganos por todo el capítulo X.
    
Y llegamos al capítulo XI.
    
El Doctor de las Naciones, reivindicando ser al mismo tiempo «israelita, del linaje de Abrahán y de la tribu de Benjamín» (XI, 1) y recordando cómo Dios había prometido a Elías, que se lamentaba de haber quedado solo en la fidelidad a la Alianza, haber ya reservado por gracia a siete mil fieles, aclara que la reprobación del pueblo judaico es parcial. Comenta el p. Sales:
«Lo que sucede a Elías es prueba de que la reprobación de Israel no es universal. Parecía entonces que todo el pueblo hubiese caído en la idolatría, y el profeta, que creía haber quedado solo en adorar a Dios, sabiéndose cercano a la muerte, pensaba que todo el pueblo de Dios estaba para ser destruudo. Pero Dios le reveló que se había reservado cierto número de fieles. Así también ahora, aunque parezca que Israel esté reprobado, no hay duda que algunos israelitas serán salvos» [4].
Con todo, el Apóstol aclara que «Israel que buscaba la justicia, mas no por la fe, no la ha hallado» (XI, 7), queriendo decir con la palabra Israel «Israel, (como nación) en su gran mayoría» [5].

Sobre esta mayoría de hebreos pesa la reprobación, una reprobación que también es providencial en cuanto «su caída ha venido a ser una ocasión de salud para los gentiles… el haber sido ellos desechados ha sido ocasión de la reconciliación del mundo» (XI, 11, 15).
  
Vale decir:
«El Apóstol explica el designio de Dios en la obstinación de los judíos. Su delito (παράπτωμα = caída), o sea, la obcecación de los judíos al no querer recomocer a Jesucristo, es salud, o sea, fue ocasión de salvación para los gentiles. En realidad, el Evangelio debía ser anunciado primariamente a los judíos (Matth. XXI, 43 y ss.), y estos debían haber entrado los primeros en el reino de Dios. Así como, sin embargo los judíos no quisieron escuchar la predicación del Evangelio, los Apóstoles se volvieron a los paganos, los cuales acogieron gozosos su palabra y se convirtieron, y por esto fueron subrogados a los hebreos… Su rechazo (ἀποβολή = abandonar, exclusión, etc.), o sea… la reprobación de los judíos, o su exclusión del reino de Dios, fue ocasión de la reconciliación de los paganos» [6].
En esta providencialidad está comprendida también la temporaneidad de la reprobación de Israel, puesto que San Pablo habla del futuro “recibimiento” en el reino de Dios del cual fue excluido [7]. De hecho, dice:
«Por tanto, no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio (a fin de que no tengáis sentimientos presuntuosos de vosotros mismos) y es, que una parte de Israel ha caído en la obcecación, hasta tanto que la plenitud de las naciones haya entrado en la Iglesia, entonces se salvará todo Israel, según está escrito: “Saldrá de Sión el Libertador o Salvador, que desterrará de Jacob la impiedad; y entonces tendrá efecto la alianza que he hecho con ellos, habiendo yo borrado sus pecados”» (XI, 25-27; cf. Isa. LIX, 20).
Explica nuestro intérprete:
«No quiero que. El Apóstol usa frecuentemente esta fórmula, cuando quiere dar una enseñanza de gran importancia (I, 13; I Cor. X, 1; XII, 1, etc.). Sea desconocido para vosotros, cristianos gentiles. Este misterio. La palabra μυστήριον en los escritores profanos significa una cosa escondida, que no se debe manifestar, mas en el Nuevo Testamento significa una verdad, que el intelecto humano no puede conocer naturalmente, sino solo por divina revelación. Luego el nombre de misterio es frecuentemente usado para significar los consejos de Dios en la redención del mundo por medio de Jesucristo (Matth. XIII, 11; Rom. XVI, 25; I Cor. II, 7, etc.), o para indicar ciertas verdades divinas más difíciles de comprenderse (I Cor. II, 13), o incluso simplemente para significar un punto de doctrina revelada, p. ej., la futura gloriosa resurrección de los muertos (I Cor. XV, 51), el simbolismo del matrimonio cristiano (Efes. V, 25-32), etc. Aquí significa la gran verdad revelada a San Pablo, esto es la conversión masiva de los judíos al cristianismo, que sucederá después de la conversión de los gentiles. A fin de que no os juzguéis sabios (Prov, III, 7). El Apóstol desvela este misterio, a fin que los gentiles no se ensoberbezcan, como si fuesen llamados por su propio mérito, y no desprecien a los judíos como indignos precisamente de la salvación. El endurecimiento u obcecación (en griego πώρωσις). De una parte, etc. No todos los israelitas quedaron incrédulos, sino que algunos de ellos se convirtieron. Aun la obcecación de aquellos que quedaron incrédulos no durará siempre, sino que durará solo hasta la plenitud de las naciones, esto es, la totalidad de los paganos, haya entrado en la Iglesia (Cf. Matt. XXIV, 14; Marc. XIII, 10). Dios entonces en sus designios ha llamado una parte de Israel a la fe, la incredulidad de la otra parte ha ocasionado la conversión de los gentiles, y la conversión de los gentiles a su tiempo (Luc. XXI, 24) será seguida de la conversión en masa de los judíos. Y entonces se salvará todo Israel. Entonces Israel tendrá parte en la redención mesiánica, y abrazará la fe. Aquí se habla del pueblo israelita en el sentido real y no en el sentido espiritual. Asimismo la totalidad, a la cual se refiere esta palabra, en este y en el verso precedente, es una totalidad moral y no absoluta» [8].
Y he aquí que se llega a la afirmación de la cual hemos partido:
«Es verdad que en orden a la buena nueva, son enemigos de Dios por ocasión de vosotros; mas con respecto a la elección de Dios, son muy amados por causa de sus padres los patriarcas. Pues los dones y vocación de Dios son inmutables. Pues así como en otro tiempo vosotros no creíais en Dios, y al presente habéis alcanzado misericordia por ocasión de la incredulidad de los judíos; así también los judíos están ahora sumergidos en la incredulidad para dar lugar a la misericordia que vosotros habéis alcanzado, a fin de que a su tiempo consigan también ellos misericordia. El hecho es que Dios permitió que todas las gentes quedasen envueltas en la incredulidad, para ejercitar su misericordia con todos» (XI, 28-32).
El p. Sales nos ofrece este comentario:
«La incredulidad presente de los judíos no impedirá la realización de esta promesa. En realidad los judíos, considerados respecto al Evangelio, o sea, considerados en cuanto rechazan el Evangelio, que es el único medio de salvación instituido por Dios, son enemigos (gr. ἐχθροί = odiosos), esto es, en odio a Dios, y por tanto severamente castigados por él y excluidos de la heredad mesiánica, porque no quieren sujetarse a él. Por ocasión de vosotros, esto es, en provecho vuestro, ¡oh gentiles!, porque su incredulidad ha ocasionado vuestro llamado a la fe (vv. 11, 12, 15). Esto no obstante, respecto a la elección, esto es, al hecho ee que fueron elegidos de entre todos los pueblos para ser los depositarios y custodios de la revelación y de las promesas, son muy amados de Dios (gr. ἀγαπητοί = queridos) por razón de sus padres Abrahán, Isaac, etc., que fueron amados de Dios, y de quienes ellos descienden (Cf. V. 16 y IX, 4). Dios por esto no abandonará a su pueblo, enriquecido de tantos beneficios y de tantos privilegios, sino que un día tendrá misericordia de él, y lo convertirá en masa a la fe. La verdadera razón es porque los dones (τὰ χαρίσματα) y la vocación (ἡ κλῆσις) de Dios no están sujetos a arrepentimiento (ἀμεταμέλητα). Probablemente el Apóstol no anuncia aquí una norma general de la Providencia de Dios, sino que habla simplemente de aquellos dones o privilegios que Dios concedió a Israel (IX, 4-5), el primero de los cuales es la vocación a la dignidad de hijo y de pueblo de Dios (IX, 4). El Apóstol menciona en modo especial la vocación no solo porque es el primer privilegio, pero porque contiene todos los otros. Estos dones no están sujetos a arrepentimiento, porque Dios se ha obligado con juramento para con los patriarcas (Deut. VII, 6 e ss.), y luego, aunque por su infidelidad, Israel sea ahora rechazado, a fin que entretanto los gentiles entren en la Iglesia, Dios no olvidará su promesa (III, 3), y un día lo convertirá, y hará ver que Él no ha abandonado a su pueblo. Confirma cuanto ha dicho con un argumento deducido de la misericordia, que Dios ha usado hacia los mismos gentiles» [9].
De esta exégesis deucimos que es deber de todo católico orar (como hace la Iglesia en las grandes oraciones del Viernes Santo) a fin que los hebreos reconozcan a Jesús Nazareno como su Mesías y su Dios, y entren en la Santa Iglesia Apostolica Romana que es el único y verdadero “Israel de Dios” (Gál. VI, 16):
«Omnípotens sempitérne Deus, qui étiam judáicam perfídiam a tua misericórdia non repéllis: exáudi preces nostras, quas pro illíus pópuli obcæcatióne deférimus; ut, ágnita veritátis tuæ luce, quæ Christus est, a suis ténebris eruántur. Per eúndem Dóminum nostrum Jesum Christum Fílium tuum, qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti, Deus, per ómnia sǽcula sæculórum. [Omnipotente y sempiterno Dios, que no excluyes de tu misericordia aun a los pérfidos judíos: oye los ruegos que te hacemos por la obstinada ceguedad de aquel pueblo, para que conociendo la luz de tu verdad que es Cristo, sean libertados de sus tinieblas. Por el mismo  Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos]» Amén.
  
  
NOTAS
[1] Ver Las distintas etapas de la revolución teológica judaico-cristiana.
[2] El padre Marco Sales Cravero (Sommariva Bosco, 2 de octubre de 1877 – 7 de junio de 1936), de la Orden de los Predicadores, y Maestro del Sacro Palacio Apostólico desde el 22 de octubre de 1925 hasta su muerte. Ordenado sacerdote el Domingo de Pascua del año 1900, fue profesor en Chieri, en el Pontificio Colegio “Angélicum” de Roma y en la Facultad de Teología de Friburgo en Suiza; y miembro de varias Congregaciones Romanas. Su nombre está ligado a la “Sagrada Biblia comentada”: publicó todo el Nuevo Testamento y buena parte del Antiguo. Su obra fue completada por el p. Giuseppe Girotti Proetto OP, que murió el 1 de abril de 1945 en el campo de Dachau prisionero de los alemanes (Girotti acuñó las frases “portadores de la palabra de Dios” y “hermanos mayores” para referirse a los judíos).
[4] Il Nuovo Testamento commentato dal p. Marco M. Sales O.P., Vol. II, Le Lettere degli Apostoli – L’Apocalisse (El Nuevo Testamento comentado por el P. Marco M. Sales OP, vol. II. Las Cartas de los Apóstoles – Apocalipsis). Turín, 1914, pág. 74, n. 2. 
[5] Ibid., pág. 75, n. 7.
[6] Ibid., págs. 75-76, nn. 11 y 15.
[7] De esta exclusión habla el mismo Jesús por ejemplo cuando dice: «los hijos del reino [los hebreos] serán echados fuera, a las tinieblas» (Matth. VIII, 11).
[8] Sales, op. cit., pá6. 78, nn. 25-26..
[9] Ibid., págs. 78-79, nn. 28-32.

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