Vexílla Regis

Vexílla Regis
MIENTRAS EL MUNDO GIRA, LA CRUZ PERMANECE

LOS QUE APOYAN EL ABORTO PUDIERON NACER

LOS QUE APOYAN EL ABORTO PUDIERON NACER
NO AL ABORTO. ELLOS NO TIENEN LA CULPA DE QUE NO LUCHASTEIS CONTRA VUESTRA CONCUPISCENCIA

NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN

NO QUEREMOS QUE SE ACABE LA RELIGIÓN
No hay forma de vivir sin Dios.

ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

ORGULLOSAMENTE HISPANOHABLANTES

lunes, 25 de agosto de 2025

SAN AGUSTÍN CONTRA PRÉVOST (QUE HOMENAJEÓ A ENEMIGO DEL PAPADO)


El 22 de Agosto de 2025, León XIV Riggitano-Prévost envió por medio del secretario del Dicasterio para la promoción de la Unidad de los Cristianos, el arzobispón Flavio Pace, el siguiente mensaje a los participantes de la Semana Ecuménica en Estocolmo, que en esta oportunidad conmemoraba los cien años de la Conferencia Mundial Ecuménica Vida y Acción realizada en esa ciudad del 19 al 30 de Agosto de 1925, evento el cual fue (junto con la Conferencia de Fe y Orden del arzobispo anglicano Charles H. Brent en Lausana del 3 al 21 de Agosto de 1927) el antecedente inmediato para la encíclica “Mortálium Ánimos” que condenó iniciativas como esa (Traducción no oficial por Infovaticana; negrillas y tachado fuera del texto):
MENSAJE DEL SANTO PADRE XIV A LOS PARTICIPANTES EN LA SEMANA ECUMÉNICA DE ESTOCOLMO EN EL CENTENARIO DEL ENCUENTRO ECUMÉNICO DE 1925
22 de agosto de 2025
   
Queridos hermanos y hermanas:
   
Extiendo un cordial saludo a todos los reunidos en Estocolmo para la Semana Ecuménica de 2025, que marca el centenario de la Conferencia cristiana universal sobre la vida y el trabajo de 1925, así como el 1700.º aniversario del primer Concilio ecuménico de Nicea, un acontecimiento de gran importancia en la historia del cristianismo.
    
En el año 325, obispos de todo el mundo conocido se reunieron en Nicea. Al afirmar la divinidad de Jesucristo, formularon las profesiones de fe que proclaman que él es “Dios verdadero de Dios verdadero” y “consustancial (homoousios) con el Padre”. Así articularon la fe que continúa uniendo a los cristianos. Aquel Concilio fue un signo valiente de unidad en la diferencia, un temprano testimonio de la convicción de que nuestra confesión común puede superar la división y fomentar la comunión.
   
Un deseo semejante animó la Conferencia de 1925 en Estocolmo, convocada por el pionero del primer movimiento ecuménico, el arzobispo Nathan Söderblom, entonces arzobispo luterano de Upsala. El encuentro reunió a unos 600 líderes ortodoxos, anglicanos y protestantes. Söderblom estaba convencido de que “el servicio une”. Por ello exhortó a sus hermanos y hermanas cristianos a no esperar el acuerdo en cada punto teológico, sino a unirse en un “cristianismo práctico”, para servir juntos al mundo en la búsqueda de la paz, la justicia y la dignidad humana.
   
Aunque la Iglesia Católica no estuvo representada en aquella primera reunión, puedo afirmar hoy, con humildad y alegría, que estamos a vuestro lado como discípulos de Cristo, reconociendo que lo que nos une es mucho mayor que lo que nos divide.
    
Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica ha abrazado plenamente el camino ecuménico. De hecho, Unitátis redintegrátio, el decreto conciliar sobre el ecumenismo, nos llamó al diálogo en una fraternidad humilde y amorosa, fundada en nuestro bautismo común y en nuestra misión compartida en el mundo. Creemos que la unidad que Cristo quiere para su Iglesia debe ser visible, y que dicha unidad crece mediante el diálogo teológico, el culto común donde sea posible y el testimonio compartido ante el sufrimiento de la humanidad.
   
Esta llamada al testimonio común encuentra una expresión poderosa en el lema elegido para esta Semana Ecuménica: “Time for God’s peace” (“Tiempo para la paz de Dios”). Este mensaje no podría ser más oportuno. Nuestro mundo lleva profundas cicatrices de conflicto, desigualdad, degradación ambiental y un creciente sentido de desconexión espiritual. Sin embargo, en medio de estos desafíos, recordamos que la paz no es simplemente un logro humano, sino un signo de la presencia del Señor entre nosotros. Es al mismo tiempo una promesa y una tarea, pues los seguidores de Cristo están llamados a ser artesanos de la reconciliación: a enfrentar la división con valentía, la indiferencia con compasión y a llevar sanación allí donde ha habido heridas.
   
Esta misión se ha fortalecido gracias a hitos recientes en el camino ecuménico. En 1989, san Juan Pablo II se convirtió en el primer Romano Pontífice en visitar Suecia y fue calurosamente recibido en la catedral de Upsala por el arzobispo Bertil Werkström, primado de la Iglesia de Suecia. Aquel momento señaló un nuevo capítulo en las relaciones entre católicos y luteranos. Fue seguido por la conmemoración conjunta de la Reforma en Lund, en 2016, cuando el Papa Francisco se unió a líderes luteranos en oración y arrepentimiento comunes. Allí confirmamos nuestro camino compartido “del conflicto a la comunión”. Esta semana, mientras dialogáis y celebráis juntos, me alegra que mi Delegación pueda estar presente como signo del compromiso de la Iglesia católica para continuar el camino de oración y trabajo conjunto, dondequiera que sea posible, por la paz, la justicia y el bien de todos.
    
Que el Espíritu Santo, que inspiró el Concilio de Nicea y que continúa guiándonos a todos, profundice vuestra amistad esta semana y despierte una renovada esperanza en la unidad que el Señor desea con tanto ardor entre sus seguidores.
   
Con estos sentimientos, oro para que la paz de Cristo esté con todos vosotros.
   
LEÓN PP. XIV
A ver, dejando de lado el puenteo a Ratzinger (que en su viaje a Alemania visitó la tumba del monje maldito Martín Lutero/Ludero Lindemann y lo elogió diciendo que su teología era completamente cristocéntrica), empecemos por el final: El Espírtu Santo no da vida a los herejes; y San Agustín, siguiendo a Aristóteles, enseña que la paz es la tranquilidad dentro del orden:
«La paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos. La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo gozo en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar» (La Ciudad de Dios, lib. XIX, cap. XIII, 1. En Migne, Patrología Latina 41, col. 640).
Y lejos de homenajear al Concilio de Nicea, “Call me Bob” lo injuria al decir: «Aquel Concilio fue un signo valiente de unidad en la diferencia, un temprano testimonio de la convicción de que nuestra confesión común puede superar la división y fomentar la comunión». No, allí no hubo “diálogo ecuménico” con Arrio y sus secuaces:
  • Por un lado, no todos los obispos convocados asistieron: de los 1.800 que habían en todo el Imperio Romano (1.000 en la parte grecohablante, y 800 en la parte latinohablante), solo asistieron 318 (un 17,66%), y la casi totalidad eran de la región oriental. Las provincias occidentales enviaron al menos cinco obispos representantes: Marcos de Calabria por Italia, Ceciliano de Cartago (recién ratificado por San Melquíades y San Silvestre en los concilios de Roma y Arlés respectivamente, frente a las calumnias del obispo heresiarca Donato) de por África, Osio de Córdoba (presidente del Concilio) por Hispania, San Nicasio de Dijón por la Galia, y Domno de Sirmio por la provincia de Panonia Segunda (hoy Sremska Mitrovica, Serbia). El Papa San Silvestre, que cinco años antes recibió las actas del Concilio de Alejandría excomulgando a Arrio, no asistió por enfermedad, sino que envió a sus legados Vincencio y Vito (cuyas firmas están después de la de Osio); y de la Britania no fue ninguno. Y de las vecinas Armenia y Persia, ¿para qué vamos a hablar?
  • Por el otro, las discusiones habían sido bastante tensas, como lo evidenciara por ejemplo el hecho que los arrianos ridiculizaran a San Espiridión por su aspecto humilde e ignorancia de los filósofos y la retórica, o que expulsaran de la sesión a San Nicolás por abofetear a Arrio (quien finalmente fue condenado como hereje por eo concilio, y desterrado del Imperio por Constantino).
Y contra el abuso de la noción de fe subjetiva (fides qua, el acto de fe) y fe objetiva (fides quæ, los contenidos de fe) expuesta en San Agustín (La Trinidad, lib. XIII, cap. II, 5), abuso consistente en pretender que, a pesar de no creer todos en las mismas verdades, el acto de fe es común en los cristianos: católicos, ortodoxos, protestantes, «oves et boves univérsas: ínsuper et pécora campi» (Salmo VIII, 8), basta citar a los Papas Pío XI y Pío XII:
  • PÍO XI, Encíclica “Mortálium Ámimos”, 6 de Enero de 1928: «Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso número de oyentes, e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a infieles de todo género, de cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión. Tales tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio. Cuantos sustentan esta opinión, no sólo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios.
      
    Ahora bien: cuando el Hijo Unigénito de Dios mandó sus legados que enseñasen a todas las naciones, impuso a todos los hombres la obligación de dar fe a cuanto les fuese enseñado por los testigos predestinados por Dios (Act. 10, 41); obligación que sancionó de este modo: “el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere será condenado” (Mc. 16, 16). Pero ambos preceptos de Cristo, uno de enseñar y otro de creer, que no pueden dejar de cumplirse para alcanzar la salvación eterna, no pueden siquiera entenderse si la Iglesia no propone, íntegra y clara la doctrina evangélica y si al proponerla no está ella exenta de todo peligro de equivocarse. Acerca de lo cual van extraviados también los que creen que sin duda existe en la tierra el depósito de la verdad, pero que para buscarlo hay que emplear tan fatigosos trabajos, tan continuos estudios y discusiones, que apenas basta la vida de un hombre para hallarlo y disfrutarlo: como si el benignísimo Dios hubiese hablado por medio de los Profetas y de su Hijo Unigénito para que lo revelado por éstos sólo pudiesen conocerlo unos pocos, y ésos ya ancianos; y como si esa revelación no tuviese por fin enseñar la doctrina moral y dogmática, por la cual se ha de regir el hombre durante el curso de su vida moral.  

    Podrá parecer que dichos “pancristianos”, tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos del Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto “Amaos unos a los otros”, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: “Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis” (2.ª Jn. 1, 18), Siendo, pues, la fe íntegra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de fe.
      
    Por tanto, ¿cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿Y de qué manera, si se nos quiere decir, podrían formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelación; los que consideran de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos, presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa Jerarquía se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía por la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada “transubstanciación”, y los que afirman que el Cuerpo de Cristo está allí presente sólo por la fe, o por el signo y virtud del Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y los que sostienen que sólo es un recuerdo o conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la suplicante invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen María Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo (cf. 1.ª Tim. 2, 5)?
      
    Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos, ciertamente que de esa diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión, o “indiferentismo”, y al llamado “modernismo”, con el cual los que están desdichadamente inficionados, sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.

    Además, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito establecer aquélla diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por eso, todos los que verdaderamente son de Cristo prestarán la misma fe al dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original como, por ejemplo, al misterio de la augusta Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio infalible del Romano Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del Vaticano, como en la Encarnación del Señor. No porque la Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse por no igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las reveló todas Dios?».
  • PÍO XII, Encíclica “Orientális Ecclésiæ”, 9 de Abril de 1944: «Nuestra gran alegría por la profunda veneración que todos los pueblos cristianos de Oriente sienten por San Cirilo se combina con un pesar igual por no haber logrado la anhelada unidad de la que él fue ferviente defensor y promotor. Y deploramos especialmente que esto sea así en el momento actual, cuando es fundamental que todos los fieles de Cristo trabajen juntos de corazón y se esfuercen por la unión en la única Iglesia de Jesucristo, para que puedan presentar un frente común, firme, unido e inquebrantable ante los ataques cada día más intensos de los enemigos de la religión.
       
    Para que esto se logre, es absolutamente necesario que todos tomen como modelo a San Cirilo en su lucha por una verdadera armonía de almas, una armonía establecida por ese triple vínculo que Cristo Jesús, Fundador de la Iglesia, quiso que fuera el vínculo sobrenatural e inquebrantable que Él mismo proporcionó para unir y mantener unidos: el vínculo de una sola fe, de una sola caridad hacia Dios y hacia todos los hombres, y de una sola obediencia y legítima sumisión a la jerarquía establecida por el mismo Divino Redentor. Como bien sabéis, Venerables Hermanos, estos tres vínculos son tan necesarios que, si alguno de ellos faltara, la verdadera unidad y armonía en la Iglesia de Cristo sería impensable.
        
    A lo largo de los tiempos turbulentos de su vida en la tierra, el Patriarca de Alejandría enseñó a todos los hombres, tanto con su palabra como con su ejemplo conspicuo, cómo se debe lograr esta verdadera armonía y mantenerla firmemente; y queremos que lo haga también hoy.

    Y primero, en cuanto a la unidad de la fe cristiana, son bien conocidas la incansable energía y la tenacidad inquebrantable de San Cirilo en su defensa: “Nosotros (escribe), para quienes la verdad y las doctrinas de la verdad son muy preciadas, nos negamos a seguir a estos herejes; nosotros, tomando como guía la fe de los Santos Padres, protegeremos de todo error la revelación divina que nos ha sido confiada” (Cfr. Comentario sobre el Evangelio de San Juan, lib. X: Migne, Patrología Græca, 74, col. 419).
        
    Por esta causa estaba dispuesto a luchar hasta la muerte y a costa de los mayores sufrimientos: “Por la fe que es en Cristo (dice), mi mayor deseo es trabajar, vivir y morir (Epístola 10: Migne, Patrología Græca 77, col. 78). Que la fe se mantenga segura e inmaculada… y ningún insulto, ninguna injuria, ningún reproche pueda conmoverme” (Epístola 9: ibid., col. 62).
       
    Y expresó su valiente y noble deseo de la palma del martirio con estas generosas palabras: “He decidido que por la fe de Cristo soportaré cualquier trabajo, sufriré cualquier tormento, incluso las torturas más dolorosas, hasta que se me conceda la alegría de morir por esta causa (Epístola 10: ibid., col. 70)… Porque si nos disuade el temor de sufrir alguna desgracia al predicar la verdad de Dios para su gloria, ¿con qué ánimo podemos predicar al pueblo en alabanza de los sufrimientos y triunfos de los santos mártires?” (Epístola 9: ibid., col. 63).

    En los monasterios de Egipto se desarrollaban animadas discusiones sobre la nueva herejía nestoriana, y el vigilante obispo escribe para advertir a los monjes de las falacias y peligros de esta doctrina, no para fomentar disensiones y controversias, sino (dice) “para que, si alguien os atacase, podáis oponer la verdad a sus vanidades, y así no solo os salvaréis del desastre del error, sino también podréis convencer fraternalmente a otros con argumentos adecuados, y así ayudarles a conservar para siempre en sus corazones la perla de esa fe que fue entregada por los santos Apóstoles a las Iglesias” (Epístola 1: ibid., col. 14).  Además, vio claramente —como se desprende fácilmente de la lectura de sus cartas sobre los obispos de Antioquía— que “esta fe cristiana, que debemos preservar y proteger a toda costa, nos ha sido transmitida por las Sagradas Escrituras y la enseñanza de los Santos Padres” (Epístola 55: ibid., cols. 202-203), y está clara y auténticamente expuesta por el magisterio vivo e infalible de la Iglesia.
       
    Así, cuando los obispos de la provincia de Antioquía afirmaron que para restablecer y mantener la paz bastaba con mantener la fe del Concilio de Nicea, San Cirilo, aunque firmemente adherido al Credo Niceno, también exigió a sus hermanos en el episcopado, como condición para la reunificación, que rechazaran y condenaran la herejía nestoriana. Porque comprendió muy bien que no basta con aceptar con docilidad los antiguos documentos del magisterio eclesiástico, sino que también es necesario acoger con fiel sumisión de corazón todas aquellas definiciones que la Iglesia, en virtud de su suprema autoridad, nos propone de vez en cuando para nuestra fe.
       
    De hecho, no se permite, ni siquiera con el pretexto de facilitar la concordia, ocultar ni un solo dogma; pues, como advierte el Patriarca de Alejandría: “El deseo de paz es sin duda el mayor y el primero de todos los bienes, pero por ello no se debe permitir que se comprometa la virtud de la piedad en Cristo” (Epístola 61: ibid., col. 325). Por tanto, no conduce al tan deseado retorno de los hijos descarriados a la sincera y justa unidad en Cristo aquella teoría que pone como base del consentimiento unánime de los fieles sólo aquellos puntos de doctrina en los que todas, o al menos la mayoría de las comunidades que se glorían en nombre del cristianismo, están de acuerdo, sino más bien aquella otra teoría que, sin excluir ni disminuir ninguna, acepta íntegramente toda verdad revelada por Dios».  
Ítem, miremos al elogiado: la Conferencia Mundial de Vida y Acción de Estocolmo de 1925 (que dicho sea de paso, tampoco tuvo presencia de representantes del movimiento pentecostal –que sin embargo recurrió a él para obtener el permiso para predicar en el antiguo Congo Belga–) fue convocada por Lars Olof Jonathan “Nathan” Söderblom/Olsson Blûme (1886-1931). Teólogo aficionado a las religiones iranias (su tesis doctoral ante la Sorbona de parís fue “La vida futura después del mazdeísmo”), fue nombrado arzobispo de Upsala y vicerrector de la universidad ídem en 1914 por el deseo de las autoridades estatales de contar con un vicerrector que no creara conflictos con la universidad. Él creía que la Iglesia luterana de Suecia era elegida para una importante tarea y se involucró activamente en el diálogo internacional, inspirado por su juventud en la Asociación de Jóvenes Cristianos en los Estados Unidos.
  
Riggtano-Prévost calla en 2025 (igual que Wojtyła en 1989 y Bergoglio en 2016) que Söderblom/Ollson publicó el 12 de Febrero de 1928 en el número 7 de la revista Das Evangelische Deutschland el artículo “Der päpstliche Stuhl und die Einheit der Kirche” (La Sede papal y la Unidad de la Iglesia), una «especie de contra-encíclica [para] refutar las afirmaciones del documento pontificio» “Mortálium Ámimos”, al que despectivamente llamó “El documento del día duodécimo” en su discurso de aceptación del Nobel de Paz en 1930. Para lo estudiado que era su autor (que hablaba también inglés, alemán, francés, italiano, latín, hebreo, griego, árabe y persa; fue miembro de las Reales Academias Suecas de Ciencias, Literatura y Música), la columna no era más que la repetición de las típicas acusaciones protestantes que ve en un panfleto de Chick: decía que los “dogmas romanos” definidos por la “acatólica” Sede Apostólica eran antibíblicos igual que hablaba de «el culto romano… la magia de los cultos romanos… el paganismo del culto [de la Iglesia Romana]… la adoración a María como Madre de Dios y a las imágenes» (cosas que no diría si hubiese conocido el luteranizante servicio Novus Ordo creado cuarenta años después), de las «falsas doctrinas de la Iglesia Romana» y el «sistema moral romano [que] sepulta precisamente el principal fundamento de la vida social, quita la confianza».
  
Jonathan “Nathan” Söderblom/Olsson (cuesta creer que sea un obispo ¡AUNQUE NUNCA LO FUE!)

Asimismo, también calla que por cuenta de su libro “Kristi pinas historia” (Historia de la Pasión de Cristo) publicado en 1928 en el que parecía negar la resurrección corporal de Cristo, a Söderblom se le pidió no asistir el año siguiente al séptimo centenario de la catedral de Santa María y San Enrique en Åbo/Turku en la vecina Finlandia. Aunque se pretenda señalar esa negación como una crisis de juventud producto de su encuentro con la crítica histórica (Alta Crítica), si él ni siquiera compartía una creencia en la Resurrección, ¿cómo pretendía él obtener la unidad de los cristianos?
  
Empezamos nuestro análisis con una cita de San Agustín, y queremos concluirlo con otra citar a este Padre y Doctor: «EN EL CISMA NO ESTÁN CONMIGO, EN LA HEREJÍA TAMPOCO. EN MUCHAS COSAS SÍ ESTÁN CONMIGO, PERO SÓLO EN POCAS NO LO ESTÁN. Y POR ESTAS POCAS COSAS EN QUE NO ESTÁN CONMIGO, NO LES APROVECHAN LAS MUCHAS EN QUE SÍ ESTÁN» (SAN AGUSTÍN, Comentario sobre el Salmo LIV, 19).
  
D. JORGE RONDÓN SANTOS S. Ch. R.
25 de Agosto de 2025 (Año Santo de Cristo Rey).
Fiesta de San Luis Rey de Francia, Confesor y patrono de la Tercera Orden Franciscana; de San Ginés de Roma, Mártir de la Fe; y de San Aredio, Abad de Limoges. Nacimiento del padre Francisco de la Chaise SJ, confesor del rey Luis XIV de Francia; del general Juan Agustín Agualongo Cisneros, “El León de Pasto”; y de la Sierva de Dios María Eugenia de Jesús (en el siglo Ana Eugenia) Milleret de Brou, fundadora de las Religiosas de la Asunción. Tránsito de Santo Tomás de Cantilupe, Obispo de Hereford (Inglaterra); de San José de Calasanz, Sacerdote, Confesor y fundador de la Orden de los Clérigos Regulares pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías; y de Sor María del Tránsito de Jesús Sacramentado (en el siglo Eugenia de los Dolores) Cabanillas Luján, religiosa fundadora de las Hermanas Misioneras Terciarias Franciscanas. Martirio de San Magín Ermitaño, copatrono de Tarragona; y de los Beatos Pedro de Santa Catalina Vásquez OP, Miguel de Carvalho SJ, Luis Cabrera Sotelo, Luis Sasada y Luis Baba OFM en Ōmura (Japón); y de los laicos Andrés Kim Gwang-ok y Pedro Kim Jeong-deuk en Corea. Llegada de Antonio de Mota y Francisco Zeimoto en Japón; victoria de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III duque de Alba de Tormes, en la batalla de Alcántara (Portugal); fundación de San Luis de Loyola Nueva Medina de Rioseco (Argentina); independencia de la Provincia Oriental (hoy Uruguay) de Brasil; comienzo de la Revolución Belga; incendio de la biblioteca de la Universidad Católica de Lovaina por el Ejército imperial alemán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios deberán relacionarse con el artículo. Los administradores se reservan el derecho de publicación, y renuncian a TODA responsabilidad civil, administrativa, penal y canónica por el contenido de los comentarios que no sean de su autoría. La blasfemia está estrictamente prohibida, y los insultos a la administración constituyen causal de no publicación.

Comentar aquí significa aceptar las condiciones anteriores. De lo contrario, ABSTENERSE.

+Jorge de la Compasión (Autor del blog)

Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)